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Ernesto acompañó a Charo hacia la salida. Mientras esperaban el ascensor se percató de que

nadie estuviera mirando y la besó. Fue una estupidez, si Inés lo hubiera visto se habría

complicado todo. Pero la besó. Charo se deshizo de él. Se enojó. No era el momento. Estaba

alterada. Todo había salido mal. Apretó varias veces el botón del ascensor. Se abrieron las

puertas. Subió. Se quedó mirando a Ernesto mientras las puertas se cerraban. No dijo nada,

sólo lo miraba.

Ernesto volvió a la oficina. Le irritaba saber que lo esperaba Inés, pero no había alternativa.

Tenía que tenerla de su lado. El día de la muerte de Alicia, junto al lago, le había parecido

verla subirse a su auto y huir. Pensó que era un delirio propio de la situación límite que estaba

viviendo. Pero cuando al día siguiente vio cómo actuaba, se dio cuenta de que no había visto

visiones. Inés había estado ahí, lo había visto todo. Era demasiado obvia. 

 Y Ernesto necesitaba asegurarse de que ella, bajo ninguna circunstancia, hablaría. Por eso

tenía que hacerla sentir parte de lo que estaba pasando, una parte fundamental. Con sólo eso

Inés funcionaría, y bien. Ernesto lo sabía. Dejarla al margen era peligroso. Como el engranaje

de una maquinaria que suelto no sirve para nada. Peor aún, hasta podría hacer saltar otras

piezas que estaban funcionando adecuadamente.

Ernesto no se equivocaba. En cuanto entró en la oficina y se sentó, confirmó que su mujer

estaba al tanto de lo que estaba pasando. Sin otro preámbulo, Inés le recitó cuál sería la

coartada. Lo había preparado. Habían visto juntos una película, Psicosis, la daban la noche de

la muerte de Alicia en el canal veintitrés, a las diez de la noche. Después de hacer el amor

intensamente, habían apagado la luz, y se habían dormido. Sin fisuras, los dos la misma

historia. Lo de hacer el amor intensamente no era estrictamente necesario, pero era la parte

que más le gustaba a Inés, y Ernesto no se atrevió a objetarlo. 

La oía hablar y pensaba en Charo. La deseaba. A Charo. Quería estar con ella. No podía creer

lo que había cambiado su vida de un día para otro. La semana anterior planeaba viajar a

Brasil. Con Charo. Ella se lo había pedido. El habló a la agencia y sacó los pasajes. Y ése fue

el comienzo del fin, los pasajes. Ernesto pidió a la agencia que se los enviaran a él

personalmente. Pero se los mandaron a Alicia. Su secretaria. La que se ocupaba de todos los

trámites con la agencia cada vez que viajaba. Menos esta vez. Porque esta vez viajaba con

Charo, y Alicia no tenía que enterarse. Alicia vio los pasajes y se ilusionó, creyó que "A.

Soria" era ella, Alicia, y no Amparo, su sobrina. Charo. O Tuya, como firmaba en sus cartas.

Tuya, de Ernesto. Lo que había sido Alicia durante los últimos siete años. Hasta que apareció

Tuya-Alicia PiñeiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora