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Estaba bastante más tranquila. Me puse a preparar algo rico para la cena. Algo que le gustara

a Ernesto. No preparé lomo a la pimienta con papas a la crema, por cabala. Es lo que había

preparado la noche en que Ernesto se fue a Brasil con Charo. Hice pollo a la naranja, un poco

amargo para mi gusto, pero es un plato sofisticado y no me traía recuerdos de nada.

 Que hubiera aparecido el cadáver no cambiaba tanto las cosas. Era cierto que si la autopsia la

hacían con un poquito de cuidado, iba a saltar lo del golpe en la cabeza. Pero en este país,

nunca se sabe. Y además, si saltaba, el golpe no llevaba la firma "Ernesto Pereyra".

Ernesto se dio una ducha y bajó a comer. Por suerte Lali había salido. Había ido al shopping,

con una amiga. El mundo se puede estar viniendo abajo y los adolescentes siguen en el

shopping yendo y viniendo, sin comprar nada por supuesto. ¡Qué generación, Dios mío! Pero

por mí, si quería ir al shopping, que fuera. Y si se quedaba a dormir en lo de su amiga, tanto

mejor. Era bueno que Ernesto y yo estuviéramos solos para poder hablar y actuar sin tener

que cuidarnos de ser escuchados. No era momento para participar a Lali de lo que estaba

sucediendo. 

Le serví el pollo. Ernesto se veía mal, preocupado. No era para menos, pero si uno no pone un

poco de onda, la realidad te mata. La cosa estaba complicada, eso no lo vamos a negar.

Aunque todavía la situación no era irreversible, y eso era lo importante. Hay pocas cosas

irreversibles en la vida, la muerte, que te corten un brazo, tener un hijo. De esas cosas no hay

retorno posible. Para bien o para mal. Ernesto no se había muerto, no le habían cortado un

brazo, ni había tenido un hijo. Sí, una hija, conmigo, y eso sabía que jugaba a mi favor. Así

que teníamos que seguir peleando, dando batalla para desvincularlo totalmente de cualquier

sospecha. El verdadero problema con el que nos enfrentábamos era que no había demasiados

sospechosos en la causa. Si hubiera habido, la presión se habría distribuido entre varios y la

cosa habría sido más manejable. Pero no había. Ernesto era, prácticamente, el único

sospechoso. Para mí fue una sorpresa que estuviera involucrado. Yo no lo sabía. Ernesto no

me había querido contar. "No quería preocuparte, mientras no hubiera cadáver no había

delito", me dijo parafraseando una frase mía de meses atrás. Y sentí un cuchillo que se me

clavaba porque, si había cadáver, era por mi culpa. Ahora había cadáver, y sospechoso. Parece

que dos chismosas que trabajaban con él y con Alicia hablaron de más, y Ernesto quedó

pegado. Dijeron que ellas estaban seguras de que entre Ernesto y Alicia había una relación. Se

debían creer muy vivas, muy suspicaces. Y no sabían ni la mitad de lo que estaba pasando.

Pero bueno, las minas que laburan toda su vida en oficinas son así. Envidiosas, metidas,

Tuya-Alicia PiñeiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora