Camino por la calle Monroe y sigo oyendo los gritos de Ernesto. Tres cuadras más, y ya suena
la sirena de la policía. Estoy tranquila. Por primera vez en muchos meses, estoy tranquila. El
sol me pega en la cara. En algún lado perdí mis anteojos negros. Es un día espectacular. Con
un día como el de hoy no puede pasarme nada malo. No sé cómo terminará esta historia. Uno
nunca sabe. Creo que me van a encontrar. Nadie se puede pasar huyendo toda la vida, por más
peluca que te pongas. A la larga o a la corta pisas el palito y te caen todos encima. Pero estoy
tranquila. Tranquila de espíritu y eso es lo importante. Paro en un teléfono público y hablo
con mamá. Empieza con reproches, como siempre. No me deja hablar. La paro, no sé cómo
pero logro pararla. Le cuento pero no me cree. No me cree capaz. Le hago prometer que se va
a ocupar de Lali. Era lo único que me quedaba pendiente. Fue un gran alivio para mí. De
alguna manera yo sé que mamá, con todos sus defectos, le va a hacer sentir que sigue
teniendo una familia. Eso es muy importante para una chica en una edad tan difícil como la de
Lali. Y con respecto a Ernesto y a mí, obviamente nuestro matrimonio está acabado. Esta vez
llegamos a un punto de no retorno. Cada uno jugará sus cartas para salir lo mejor parado que
pueda de este asunto. Y en ese sentido también estoy tranquila. Porque aunque la justicia sea
ciega, yo me encargué de ponerle un par de anteojos. Tal vez no sean con el aumento
necesario, tal vez distorsionen un poco, pero son mejor que nada. Lo más seguro es que yo
termine pagando por el crimen de Alicia y Ernesto por el de Charo. Punto seis, matarla; punto
siete, incriminar a Ernesto. Rompo mi cuadro sinóptico en mil pedazos y los suelto al viento.
Los pedazos se esparcen por todas partes. ¿Qué importa quién mató a quién? Los dos
matamos a alguien. ¿Pero acaso todos los seres humanos no somos iguales? ¿No valemos lo
mismo? Un clearing. El día de nuestro juicio, Ernesto y yo nos podremos quejar de que no
cometimos el crimen que se nos imputa, pero no vamos a poder decir que somos inocentes.
En el fondo, nadie es inocente. Aunque todos seamos animalitos de Dios. Alicia, Charo,
Ernesto, yo. Matar a uno o a otro no cambia mayormente la pena o el castigo. Sí la culpa. Yo
no me hubiera permitido matar a Alicia. Mucho menos a Ernesto, que es el padre de mi hija.
A Tuya sí. Tuya es otra cosa.
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Tuya-Alicia Piñeiro
Teen FictionViolencia y engaño. Un retrato implacable de la vida familiar de la clase media. Un corazón dibujado con rouge, cruzado por un «te quiero» y firmado «Tuya» le revela a Inés que su marido la engaña. Tras una llamada a deshoras, decide seguirlo y, sin...