27.

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—Pau. 

—¿Lali? 

—Sí. 

—Ah, ¿qué haces? 

—Acá, en casa. ¿Cómo te fue? 

—Recién ¿y a vos qué onda? 

—Bien. 

—¿No fuiste al colé? 

—No, vos tampoco. 

—Vine recansada del fin de semana con los viejos. Me agotaron. A esta altura del año ya ni te

ponen falta. 

—Che, Pau, hace como una hora que la panza se me pone redura. El fin de semana me pasó

un par de veces, pero nada, después se me pasó, y todo bien, pero ahora es como más seguido,

y no para. No sé. ¿Tenés idea qué puede ser? 

—Ni idea. 

—... 

—... 

—... 

—¿Te duele? 

—No. Pero se pone como una roca. 

—Che, ¿no será eso de las contracciones? 

—No se. 

—Me suena que las contracciones son algo así. 

—¿Así qué? 

—Así, que se te pone la panza dura. 

—... 

—No estoy segura, ¿eh? 

—Y si son, ¿qué tengo que hacer? 

—¡Ay, yo no sé de eso ni ahí! 

—... 

—Habría que preguntarle a alguien que sepa. ¿Querés que le diga a mi vieja? 

—No, no embardes más la cosa. 

—No, yo, si vos no querés, no digo nada. 

—Ahora se me está pasando un poco. 

—Ay, qué suerte. 

—Sí. 

—... 

—... 

—¿Se te pasó? 

—Sí, casi. 

—¿Nos vemos más tarde? 

—Bueno. 

—Bah, si estás bien. 

—Sí, seguro voy a estar bien. 

—A las cinco en el shopping. 

—Dale. 

—Chau.

—Chau.

Tuya-Alicia PiñeiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora