AC (+18)

15. Las cortesías.

Mi nombre viene de una canción, aunque no sé cómo se llama. Mi nombre significa "un día". Durante mucho tiempo supuse que mi nombre había nacido del trauma de Nana, o del suyo. Pero ahora recuerdo, señorito Jimin, que ese nombre lo adopté por mí mismo.

Era una noche fría como este día, también caía nieve pero todavía no cuajaba. Había una voz muy cansada y temblorosa, como si quien me hablara fuese pequeñita, que rogaba poder morir durante un día. Por supuesto, cuando abrí mis ojos me encontraba debajo de un hombre que no conocía y que me penetraba sin cuidado, como si me odiara (o eso es lo que he llegado a pensar, ¿porque quién abusa sexualmente de quien ama?) En ese momento, aquella voz deseaba morir durante un día; deseaba dejar de sentir todo ese miedo y esa fragilidad durante ese momento. Estaba claro que su mente se estaba quebrando y que para Nana era imposible seguir soportándolo todo por él.

Más tarde comprendí que ese hombre que me embestía, como si mi cuerpo no sintiera dolor, era mi padre. Cuando desperté, sentí que los músculos de mi cara se relajaron en su totalidad y poco a poco fui comprendiendo lo que sucedía. Todavía no logro entender cómo, teniendo yo siete años en ese momento, pude darme cuenta tan rápido de aquella situación. Cuando supe lo que ocurría, inmediatamente acepté que era inútil forcejear y llorar. Aunque sentía que mis mejillas estaban húmedas, y me dolía un poco la cabeza porque alguien había llorado en mi lugar, dejé que todo sucediera deseando que acabara lo más pronto posible.

Afuera se oía esa canción y podía ver los copos de nieve cayendo desde el cielo nocturno a través de la ventana; aquella canción relataba el amor de un hombre que duraba un solo día. La melodía era bonita, era cálida y confusamente tranquilizadora. Me gustaba cómo decía mi nombre con tanta dulzura...

«Haru...»

Y pensé que ningún otro hombre en la Tierra volvería a pronunciar mi nombre de aquella manera; como lo hizo la canción y como lo hacía nuestro hermano. Hasta que llegó usted.

— Señorito Jimin... — le digo observando sus ojos, aquellos que me enseñaron a comprender emociones, que ya no podían expresar absolutamente nada — ¿Recuerda... cómo nos conocimos?

Todavía no nevaba como ahora lo hace, pero hacía frío. Había pronóstico de chubascos y la temperatura había descendido hasta los nueve grados centígrados, aunque la sensación térmica era menor. Yoongi había dejado una nota diciéndole a cualquiera que estuviera al frente, que teníamos que ir a retirar unos documentos de la comisaría más cercana. Como yo estaba al frente, decidí ir a por ellos. Ni siquiera miré el sobre, de hecho, usted interifrió en mi camino.

Miento un poco cuando digo que no le había visto hasta ese momento, en realidad, le había visto en la carnicería cuando estaba consciente al mismo tiempo que Yoongi o Sin Nombre, aunque no controlara el cuerpo. Desde que nuestros padres habían muerto, pocas veces me sentía interesado en estar al frente en soledad; me gustaba más ser un espectador, pero de vez en cuando vivía sin los demás pretendiendo llevar una vida normal. Aquel día fue uno de esos tantos.

Había un parque en medio del camino entre la comisaría y la carnicería, la muchacha Chaeyoung solía tomar el atajo del parque para ir a clases, por eso no me sorprendió ver que usted pasaba por ahí. Era algo que algún día debería haber ocurrido; si no hubiese sido yo, habría sido otro más.

Usted ya conocía este rostro en ese momento, porque cuando chocamos inintencionadamente, sus labios pronunciaron el nombre de Yoongi. Hasta entonces, no habíamos interactuado directamente, pero aunque no reparé en aquel detalle aquella vez, Yoongi no le había comentado su nombre para ese tiempo.

Solía responder al nombre de «Yoongi» para preservar la normalidad de nuestra vida. Todos respondíamos a ese nombre, por eso le miré directamente a los ojos cuando dijo su nombre en voz baja, muy bajita, pero perfectamente audible.