27. Érase una vez, un príncipe infeliz (parte dos).

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Acto II:
Segundo telón.

«Hallo en ti mi corazón; mi carta de amor dedicada al recuerdo...»

Dije que quería dormir al encontrarme confundido respecto a tus palabras. Después de que me ayudaras a vestirme, me di la vuelta y fingí estar dormido. Al lado de la cama, había una silla manchada de sangre oscura; supuse que la sangre era vieja, pero no pregunté qué había pasado. Te sentaste allí toda la noche para vigilarme. A veces te veía cabecear del cansancio, pero rápidamente lograbas recomponerte.

De brazos cruzados, en algún momento de la madrugada, te quedaste profundamente dormido. Antes de que te cayeras debido al sueño, tomé, delicadamente, tu rostro mientras te observaba en silencio. Con mucho cuidado de no despertarte, logré acostarte sobre la cama y arroparte con las sábanas. Yo abandoné la habitación poco después.

El silencio que nos rodeaba era de un color tan oscuro como la noche. Era tan solitario y melancólico que me hizo detenerme en medio del pasillo y pensar en algo que ahora ya no recuerdo. Seguramente, había sido algo sin importancia, pero me dejó a la deriva del olvido durante muchos minutos.

Después, mis piernas se movieron; mientras más caminaba, mis pies dejaban de sentir dolor y mis pasos se enderezaban. Caminé hasta la cocina y me detuve antes de cruzar el humbral. Oí un rugido bastante voraz proveniente de mis tripas. No había comido en mucho tiempo e, irónicamente, me moría de hambre.

Escuchaba el motor de la nevera y un ligero goteo del grifo. Observé todos los muebles y también el refrigerador, pero no tenía idea de dónde podía encontrar al comestible, por lo que me dirigí a la nevera y cuando la abrí... Cuando la abrí...

No grité, al menos, no lo recuerdo. Pero de mi boca se escapó un suspiro que llevaba parte de mi alma con él. Había un brazo humano en la nevera.

Oh, Jimin... No tienes idea de cuánto amaba las historias de amor... Pero lo nuestro, sinceramente, no estaba destinado; estaba construido con dolor y con miedo; sobre huesos y sangre; a base de melancolía.

Cuando era pequeño, siempre había soñado con ir a un teatro y vivir las emociones de los actores que interpretaban sus papeles. Deseaba poder ser como ellos; poder fingir que todo este dolor no existía; puede que por eso me imaginaba que mi vida no era mía.

Cuando me alejé de la nevera, ni siquiera me había acordado de cerrarla. Miré un poco más abajo, y vi restos humanos envasados al vacío que ocupaban una quinta parte de todo el sitio. La luz fría de aquel electrodoméstico fue lo único que quedó en la oscuridad; todo desapareció paulatinamente ocultándose tras la negrura de la habitación.

Sentí que un foco me iluminó desde arriba, como en una función; el escenario era demasiado amplio, por lo que seguí caminando sin hallar la salida. Casi podía ver un público que me observaba y que estaba leyendo la nula expresión de mi rostro que clamaban un millón de estrofas tristes.

El silencio me acompañó hasta la salida y no miré atrás. Tomé las llaves que encontré junto al mueble de la entrada y salí de casa... Como quien abre un portal hacia el abismo y se tira al vacío. Incluso pude oír una banda sonora lejana; efectos de sonido como de truenos que expresaban mis sentimientos de confusión y miedo. Una suave lira retrató la expresión cadavérica y llorona de mi alma, hasta que la lluvia del exterior me devolvió a la realidad... Pero no me importó, seguí caminando cuesta abajo. No había un alma en pena sobre las calles más que el alma mía... Y la sombra tuya.

Sentí el tacto de la oscuridad de repente. Abrí mis ojos y vi cómo me engullía la muerte. Mi garganta despidió un alarido pero mis labios fueron silenciados por tus manos. Tu cuerpo se aferró al mío con fuerza y una violencia, probablemente, inintencionada.

AC (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora