31. Cassette (parte uno)

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«Jimin no existe, lo siento, señor Min.»

Jimin sí existe, Jimin sí existe, Jimin sí existe, Jimin sí existe, Jimin sí existe, Jimin sí existe... — era todo cuando podía repetir. Con mi muñeco de peluche entre mis brazos, repetía aquello como si fuera un mantra.

Podía oír cómo mi cordura se quebraba. Había una voz en mi cabeza que me hablaba pero yo no entendía lo que quería decirme. Mis labios solamente conocían tu nombre y recitaban la veracidad de tu existencia como si fuera a hacerse realidad en algún momento. Creía que, mientras más dijera lo real que eras, más pronto despertaría de aquella pesadilla.

— Hemos llegado, señor Min — me dijo la enfermera que me había llevado a una habitación, aunque, más bien, era un dormitorio —. Déjeme ayudarle a acomodarse sobre la cama.

La muchacha me quitó la correa que tenía en los tobillos y me levantó de la silla con mucho cuidado. Yo, sin embargo, seguía ensimismado en mi mantra. Parecía imperturbable, completamente ajeno de lo que me rodeaba.

Caminaba como si fuera un niño pequeño, dando sutiles y erráticos pasos con la espalda encorvada y abrazando el muñeco de peluche. Tenía puesto un pijama blanco muy suave, de eso sí me había dado cuenta.

La enfermera me arropó, aunque yo no lograba recostarme en la cama.

— Volveré más tarde, cuando sea hora de la cena, ¿de acuerdo? — mencionó ella con voz amable, yo la miré sin dejar de repetir que tú eras real. Entonces, un hombre se asomó en la habitación y mi cuerpo retrocedió instintivamente hacia la esquina de la habitación — ¡Oh, señor Min! Por favor, no se asuste... Es un chico inofensivo, ¿de acuerdo? No va a hacerte daño.

Escondí mi rostro entre las rodillas, hasta que sentí que ella se había acercado a mí. Sentí su mano sobre mi espalda y me sobresalté; levanté la mirada para verla, ella, simplemente, me dedicó una sonrisa.

— Tranquilo, señor Min, aquí ningún hombre podrá hacerte daño. Yo me encargaré de eso, ¿sí? Ya le he dicho que se marche.

— ¿Pu-puedes buscar a mi Ji-Jimin...? ¿P-por favor? — mi voz temblaba como si fuera a romperme. Era consciente de que estaba actuando de manera extraña, pero no podía controlar mi cuerpo ni mis propias palabras.

— ¿Jimin es un amigo? — Asentí, aunque no quise hacerlo —Me aseguraré de encontrarlo, hasta entonces, usted debería descansar aquí.

Asentí. Ella me resultaba familiar. Al principio, no podía descifrar por qué me sentía así; angustiado, pero cómodo con ella. No obstante, cuando se marchó y cerró la puerta de la habitación, mi memoria fue golpeada con muchísimos recuerdos de aquel lugar. Ya había estado allí.

Me levanté de la cama sosteniendo el muñeco con fuerza y observé hacia la pared. No estaban las marcas que había hecho con las uñas y según recordaba, el doctor dijo que solamente llevaba unas semanas allí.

Era el mismo sitio, estaba seguro... Cuando Yoongyu asesinó a mis padres y trató de llevarme consigo, algo que no recuerdo salió mal y decidió utilizarme como rehén para poder salvarse a sí mismo, sin embargo, la policía lo acorraló en el puente y su cuerpo se perdió en el río Han. Tras la tragedia, me interrogaron, pero en ese momento, yo no tenía conocimiento sobre mi trastorno y era una persona con la que no se podía razonar.

El inspector a cargo del caso solicitó que me hicieran una revisión psiquiátrica, en la cual se ordenó que fuera encerrado en un centro psiquiátrico y fuera reinsertado en la sociedad poco a poco. Claro, yo era un hombre adulto abusado desde la más temprana infancia que tenía una condición mental complicada; la sociedad nunca me aceptaría y tanto las autoridades, como los especialistas, lo sabían y por ello decidieron que lo mejor para todos, era que yo me quedara en el hospital el resto de mi vida.

AC (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora