33. Cotard.

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Cuando yo estoy al frente, sucede algo inexplicable en mi cuerpo. Siento como si no fuera mío; como si ocupara el caparazón vacío de alguien más. Siento que mis extremidades están muertas y que la carne, muy pronto, sucumbirá a la necrosis y que la piel se me caerá a pedazos.

Así como tú, yo también me siento muerto y no hay nada más que me dé vida, que darle muerte a otros; que salir a cazar monstruos. Siento que, si mato a un monstruo, el karma curará mis heridas y podré ser una persona.

No existo, doctor. Lo he dicho un millón de veces. Morí antes de existir; este cuerpo no le pertenece a nadie. ¿Qué nos diferencia de los animales muertos en la fauna boscosa o en el desierto más árido? Exactamente, doctor, nada. Los humanos también son animales, pero yo no estoy seguro de ser uno, puede que sea un demonio, pero no conozco mi verdadera forma física; me he adaptado a esta horrible apariencia cadavérica y me siento encarcelado en este cuerpo.

Siempre me he sentido impropio de mí. Soy un demonio que ha dejado de existir y que agoniza dentro de un cuerpo humano, pero si purgo este mundo, doctor, entonces, puedo volver a sentir que estoy vivo.

— Adoro el placer que me genera besar tus labios, doctor — te dije, pero tú todavía seguías sin procesar aquella información. Me parecía interesante ver cómo progresaba la expresión de tu rostro y pensaba, detenidamente, si de verdad esperabas que nunca volviera — ¿Recuerdas nuestras charlas? Eras el único que notaba mi presencia. Una vez me dijiste que no estaba muerto, que era... ¿Cómo se llamaba?

— Síndrome de Cotard — te acomodaste en el suelo, ya haciéndote a la idea de que había regresado de entre los muertos —. Siempre me ha parecido interesante tu caso, aunque no estoy seguro de que lo padezcas realmente. Más bien, parece un brote psicótico o un episodio disociativo que solamente te afecta a ti como alter.

— Hum... — probé el sabor que tu boca me había dejado en los labios — Olvidémonos de tecnicismos, doctor. No estoy interesado en saber si soy real o si no, yo sé lo que soy.

— Claro que sí, eres muy real. Al menos una parte de ti lo es.

— Oh... Veo que todavía te cuesta creer que soy un demonio que ha tomado prestado el cuerpo de este muchacho, ¿cómo se llamaba? ¿Yoongyu?

Te quedaste en silencio cuando pronuncié ese nombre.

— Ah... No, espera, ese no es el nombre del chico — sonreí —, sino Yoongi, ¿verdad? — seguiste sin responder, estabas concentrado en tu liberación. Podía ver cómo focejeabas con el cinturón, aunque pensabas que no me daba cuenta, sabía lo que tramabas; eras un libro abierto con las letras tan grandes como para que un ciego pudiera leer tus próximos movimientos —. Bueno, depende del momento, creo yo. Recuerdo que el especialista me dijo que habían otras personas ocupando el mismo cuerpo... Por supuesto, no sabía que los humanos podían ocupar la misma mente, pero he visto y oído a Suin, Nana, Woonggi, Haru, Yoongi... Sí, los conozco a todos.

— No, no los conoces. Los viste a través de las grabaciones hace ocho años.

— ¿No? Y si no los conociera, ¿por qué te he engañado antes cuando fingía ser Yoongi? — tampoco respondiste, no tenía recuerdos de que fueras tan callado — Puedo ser el que quieras fácilmente porque ese es el talento de un demonio; engañar y hacer que otros pequen... como tú — te di un golpe en la cabeza con una sonrisa maliciosa — ¡Piensa, malnacido! — seguido de mi escandalosa risa.

Mi vista se desvió hacia tus brazos. Escuché, perfectamente, cómo se había roto el cinturón, ¿acaso pensabas que era estúpido?

— ¿Sabes, doctor? — continué — Si miras bien, mis ojos se tornan de un color rojo... Porque puedo verlo todo — susurré.

AC (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora