8. ¿He oído bien?

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— Entonces, ¿tienes distintas personalidades? — me serviste té. Nos habíamos refugiado en una tetería que en su servicio incluía meriendas al estilo inglés.

— Personalidades no, identidades — corregí —. Yo... este...

— ¿Y cómo es que lo tienes? Quiero decir, ¿has nacido con ello?

— No, yo... — tragué saliva mientras observaba el exterior a través de la ventana. La tormenta seguía siendo fuerte — He tenido una infancia difícil. La identidades existen para afrontar los traumas, no sé cómo explicarlo.

— Creo que lo entiendo — sorbiste un poco de tu té, pero el sabor te había resultado insatisfactorio, por lo que le agregaste un poco de leche — ¿Hay algún tratamiento psicológico? ¿Una... cura, tal vez? Lo siento, no estoy familiarizado con eso.

— Podemos tomar terapia, pero no lo hacemos — respondí —. Hemos sabido sobrevivir juntos, nos entendemos y... no hemos hecho daño a nadie — dije, pero recordé los cadáveres de Oh Junjae y del hijo de Kim Jungwoo —... casi nadie — susurré.

— Supongo que tu infancia fue más que difícil — me dijiste al tomarme la mano —, lo siento mucho.

— Bueno, eso pasó hace mucho tiempo.

Sonreíste y quitaste tu mano.

— Yo tampoco he tenido una buena infancia — me dijiste — y como me has contado tu secreto, te hablaré yo del mío — puse mucha atención —; solía tener hermanas, pero murieron hace mucho tiempo. Mis padres mataron a mi hermana mayor y me encerraron en el sótano con mi hermana melliza, junto al cadáver de mi hermana, para que muriéramos de hambre.

Me sorprendí tanto de oír eso que no pude formular ninguna palabra. Mi mente se quedó en blanco y sentía que el alma se me escapaba del cuerpo. Había sonado tan irreal, y la manera en cómo me la contaste, como si no te afectara, me descolocó violentamente. Desencajado, seguí observándote y escuchándote.

— ¿Y sabes qué hice? ¿Sabes qué pasó después? — negué la cabeza y te inclinaste hacia mí; muy cerca de mi oído, susurraste... — Los canibalicé.

Entonces, abrí los ojos encontrándome en mi habitación nuevamente. Había mucho silencio; un silencio tan ruidoso y desesperante. También había una tenue luz anaranjada y cálida, cuando vi de dónde provenían, me percaté de que se trataban de velas.

Podía oír el sonido de la lluvia en el exterior, pero el silencio seguía siendo voraz. Había una tormenta, el rayo que cayó cerca me asustó.

— Oh, has despertado — dijiste de repente al incorporarte desde el suelo bostezando.

— ¿Qué haces tú aquí? — pregunté sintiéndome terriblemente confundido.

— La tormenta es muy peligrosa como para volver a casa. Te desmayaste al llegar, así que tuve que cambiarte la ropa mojada y dejarte tumbado — bostezaste de nuevo —. Me quedé dormido en el suelo, ¡qué tonto! ¿No? — reíste.

— ¿Volvimos desde la carnicería? ¿Andando? ¿No nos hemos detenido en ningún... momento en otra parte?

— No hay sitios en los que detenerse en este barrio — me miraste y alzaste la mano —, sin ofender.

Lo que me habías dicho cobró importancia para mí más tarde de lo que esperaba y miré mi cuerpo. Estaba vestido, pero la imagen mental que me había hecho de ti desvistiéndome pudo conmigo y me apené.

— Se fue la luz, por cierto — me avisaste al levantarte —. Oh, he tomado un poco de tu ropa, la mía estaba mojada, ¿te importa mucho? — Negué con la cabeza — Bien.

AC (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora