Capítulo Once

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En medio de los bosques frondosos de la espesa selva tropical, yacía el gran Imperio Azteca. Un día soleado con un par de nubes, era un hermoso día. Las labores comenzaban a hacerse desde temprano y desde una de las colinas en donde estaban una de sus maravillosas pirámides se podía contemplar la mayoría del imperio.

—¿Qué haces aquí cariño? Deberías estar haciendo tus labores matutinas. Recuerda que hoy es día de pasar tiempo con los sacerdotes. Y- —Fue interrumpida.

—Y si quiero ser un buen Huey Tlatoani debo saber bien acerca de como es el rol de cada integrante del imperio. Desde ti hasta los plebeyos, los esclavos ya dan lo mismo. Son escoria y no hay porque preocuparse de empatizar con ellos, solo sirven para hacer el trabajo que nadie desea hacer. —Termino por decir el pequeño México de apenas un par de años. Era normal que su madre le recordase lo que debía hacer antes de llegar a convertirse en emperador, aunque para eso aún le faltaban muchos años.

Su madre dio una sonrisa ladina, dulce y tranquila, mientras se sentaba al lado de su pequeño hijo.

—¿Sabes cuál es mi diosa favorita? —La pregunta fue repentina. México ya sabía cual era la respuesta, pero no el porque de la pregunta de su madre.

—Sí, es la diosa Xóchiquetzal, la diosa del amor, la belleza y de las artes. —Respondió. Miro a su madre intrigado por saber que sería lo que diría a continuación. El rostro de su madre siempre era tan bello, tan sereno que le traía paz y calma con solo sentirla cerca de si.

—¿Y sabes por qué es mi diosa favorita? —México negó. —Te explicaré porque; como ya sabrás, la diosa Xóchiquetzal es la madre del dios Quetzalcóatl. Protege a todas las madres de nuestro imperio para que sus hijos e hijas nazcan fuertes y sanos.

—¡Sip! Lo sé, me lo explico el sacerdote mayor la semana pasada.

—Bueno. Pero el no te contó que es tu madrina.

—¿QUÉ? —Gritó el pequeño al escuchar tal cosa.

—Sí. Mira, te contaré una historia. Acércate para que te cuente. —La cabeza de su hijo se puso sobre sus muslos, dispuesto a escuchar la historia de su madre, a medida que esta hacia pequeñas trenzas en su larga cabellera que llegaba a la mitad de tu espalda. Hermosos cabellos castaños con un par de trenzas blancas. —Cuando tu estabas dentro de mi estomagó, recuerdo que los sacerdotes predijieron que habrían complicaciones para tu nacimiento, y así sucedió. Yo estaba desesperada, pues era probable que no pudieras nacer y en medio del parto, le grité con todas mis fuerzas a la diosa Xóchiquetzal que estuvieses bien, que llegarás hasta mis brazos sano y salvó. Y cuando oí tu llanto, mis lágrimas salieron sin parar de la felicidad que me daba verte. Tan morado como una mora. Supe que había sido gracias a la diosa que habías llegado a mis brazos con vida. Y desde entonces; cada amanecer y cada noche le pido a la diosa por tu bienestar. No me importa lo que digan los sacerdotes sobre tu futuro, se que serás un gran y fuerte guerrero, nada impedirá que salgas adelante. Y eso lo se porque eres mi hijo. Quizás no ahora, pero yo se que guiarás a nuestro pueblo a la gloria y resplandecerás entre miles de Xóchitl. Y algún día, conocerás a alguien que será muy especial en tu vida, esa persona será con la querrás estar cada día de tu vida, en cada crepúsculo y en cada anochecer. Y el día en que unas tu alma a esa persona, será el día en que yo de por finalizada mi misión. O bueno, cuando yo vea que eres feliz, yo seré el doble de feliz.

—¿Mamá? —Su mirada se alzó, buscando refugiar su mirar dentro de la sombra de su madre, en donde esta misma se movió para que los ojos de su retoño no se lastimarán.

—Dime, cielo. —Sus ojos entrecerrados y risueños, aquellos profundos ojos marrones, hermosos y maravillosos, eran iguales a la mirada de México.

—¿Me prometes que siempre estarás a mi lado?

『¡Es mi amigos no mames!』─【Mexile】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora