Un silencio triple.
Volvía a ser de noche. En la posada Roca de Guía reinaba un silencio triple.
El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, un basto silencio de eco, hecho por las cosas que faltaban. Si el horizonte hubiera mostrado el más leve beso de azúl, el pueblo se estaría agitando y ese silencio no existiría. Si hubiera soplado el viento, este hubiera suspirado entre las ramas, habría hecho chirriar el letrero de la posada en sus ganchos y hubiese arrastrado el silencio calle abajo como arrastra las ojas caídas en otoño. Si hubiera habido más gente en la posada, aunque solo sea un puñado de clientes, ellos podrían haberse encargado de llenar el silencio con su conversación y sus risas, y con el barullo y el tintineo propios de una taberna a altas horas de la noche. Si hubiera habido música. Si. Se oía casi solo el creitar de la leña y el suave murmullo del agua hirviendo a fuego lento para preparar té.
El lento rocio de gente caminando por la yerba habría rosado el silencio de los escalones de las casas con el indiferente brío de una vieja escoba de abedul. También si hubiese habido música, pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.
En la posada Roca de Guía, un par de viejos hombres, apiñados en un extremo de la barra, bebían con relajada determinación, en silencio, evitando las discusiones serías sobre noticias perturbadoras. Su presencia añadía otro silencio, tranquilo y pequeño, al otro silencio, hueco y mayor. Era una especie de alición, un contrapunto.
El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si te pasabas una hora escuchando, sin emitir ningún sonido, por ahí podrías empezar a notarlo en el piso y en los bastos y astillados barriles, llenos de diferentes birras artesanales, detrás de la barra. Estaba en el peso de la chimenea negra, que conserva el calor de un fuego que ya lleva un montón de tiempo apagado. Estaba en el lento ir y venir de un trapo de hilo blanco que frota el veteado de la barra. Y estaba en las manos de la mujer ahí de pie, sacándole brillo a una superficie de coaba que ya brillaba bajo la luz de la lámpara.
La tipa tiene el pelo rojo, más que las ascuas que apenas iluminaban y que no terminaban de carbonizar en la chimenea. Sus ojos estaban apagados, casi cerrados y distantes, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.
La posada Roca de Guía era de ella, así como era también suyo el tercer silencio. Así debía ser, porque ese era el mayor de los tres silencios, que envuelve a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de una mujer que espera la muerte.
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𝚂𝚒𝚗 𝚂𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎
أدب الهواة(Cassandra Dimitrescu x OC) En la posada Roca De Guía una mujer espera. En los sonidos más tranquilos y bajos encuentra algo que puede usar para aferrarse. La mujer es alguien que quizá conozcas. Es su máscara apacible y calmada la que quizás te es...