La segunda película de la noche llegó a su fin, marcando el final de otra jornada en mi vida, convertida en una serie interminable de noches en solitario. Yo, que siempre pensé que estar en una relación era compartir risas y experiencias, me encontraba en la cara oscura de esa realidad.
Isaac, mi novio, partía temprano por la mañana para trabajar, y por las noches alegaba tener compromisos laborales que lo mantenían fuera de casa. Nunca estaba, y los rumores de una posible infidelidad resonaban cada vez más fuerte. Pero, en lugar de enfrentar la cruda realidad, prefería hacerme la sorda y centrarme en películas que, al menos temporalmente, me hacían olvidar el vacío en mi corazón.
La tristeza me envolvía mientras elegía otra película romántica. Últimamente, me había vuelto una adicta a sumergirme en estas historias de parejas que parecían tenerlo todo, permitiéndome soñar con la posibilidad de vivir algo así en mi propia vida algún día. Las lágrimas rodaban por mis mejillas, derramándose como un torrente emocional mientras los protagonistas se besaban apasionadamente en la pantalla.
Habían pasado al menos treinta minutos de película cuando un suave golpeteo en la puerta de la habitación rompió la quietud. Inhalé profundamente, decidida a ocultar mi vulnerabilidad. Abrí la puerta, despejando rápidamente mis lágrimas antes de enfrentarme a la persona que estaba al otro lado.
Inés, un poco más alta que yo, con una contextura media y piel trigueña, me lanzaba esa mirada dulce que decía más de lo que sus palabras expresaban. Era como si pudiera leer mi alma, algo que había demostrado en el casi año que llevaba compartiendo techo con ellos. Forcé una sonrisa tímida, intentando ocultar la evidencia de las lágrimas que aún se reflejaban en mis ojos.
—Buenas noches, querida —pronunció con esa dulzura que solo ella tenía.
—Buenas noches, Inés —respondí con una sonrisa un tanto forzada.
Inés se acercó y me envolvió en un abrazo reconfortante. Cerré los ojos, sintiendo la calidez de su abrazo, como un refugio en medio de la tormenta que estaba viviendo. Apreté la mandíbula, luchando por contener cualquier rastro de emoción que pudiera delatarme, pero era inútil. Inés conocía mis altibajos, y en ese abrazo, parecía entenderlos mejor que nadie.
—Tranquila, cariño —su mano acariciaba con suavidad mi espalda—. Sabes que siempre puedes hablar conmigo, ¿verdad?
Alejé mi cabeza de su hombro, encontrándome con sus ojos llenos de comprensión y un toque de melancolía. Con destreza, sus dedos borraron con ternura las lágrimas que se resistían a quedarse en su lugar, y el gesto culminó con un beso dulce en mi frente.
—Yo... —las palabras luchaban por salir, pero un nudo se había apoderado completamente de mi garganta.
Ella me observó con comprensión mientras jugueteaba con un mechón de mi pelo.
—No digas nada si no puedes, Emma. Sea lo que sea que esté pasando, quiero que sepas que siempre contarás con mi apoyo.
Asentí con la cabeza, agradecida, mientras seguía limpiando las lágrimas que aún corrían por mis mejillas. Inés salió de la habitación, cerrando la puerta con suavidad, dejándome estática en mi lugar. La confusión me envolvía como una sombra, y no sabía cómo manejarlo.
Me quedé ahí, sumida en mis pensamientos, tratando de organizar las emociones que amenazaban con desbordarse. Inés había ofrecido su apoyo incondicional, pero la verdad era que me sentía perdida en un mar de sentimientos contradictorios. ¿Cómo explicar lo que ni yo entendía completamente?
Esa fue la primera vez que Inés se acercó de esa manera. Si bien siempre me defendió de los gritos y maltratos de su hijo, solía mantener su distancia o simplemente me apoyaba con una sonrisa. Ella conocía a la perfección la situación con Isaac, sabía de su temperamento volátil y de cómo reaccionaba con enojo, gritándome o empujándome para apartarme de su camino.
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Así que bésame por última vez
Romansa¿Alguna vez han sentido cómo una persona repara lo que jamás rompió? Demian lo hizo, y sobre mis heridas, marcó besos que jamás se desvanecerían.