Demian me dejó en la puerta de casa mientras el amanecer comenzaba a teñir el cielo. Al abrir la puerta con cautela, la figura de mi madre se materializó ante mí en la tenue luz de la madrugada. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal; sabía que era demasiado tarde. Antes de que pudiera articular una disculpa, mamá se adelantó.
—Emma Seraphine, ¿tienes alguna noción de la hora? —su voz, una sinfonía entre preocupación y reproche, resonó en el aire.
—Yo... —mi voz titubeó, frunciendo el ceño ante el uso de mi nombre completo.
—Buenas noches, señora. Disculpe la hora, perdimos la noción del tiempo. Le aseguro que no se volverá a repetir —Demian se adelantó con una elegancia inusual, extendiendo su mano con galantería hacia mi madre.
La mirada de mamá se posó en Demian, como si intentara leer hasta el último rincón de su ser.
—¿Tú eres el chico que la acompañó a casa y le ayudó con las maletas? —inquirió, su saludo impregnado de cautela.
—Sí, soy Demian. Es un placer conocerla y, de veras, lamento la hora. No volverá a ocurrir —la voz de Demian resonaba seria y educada, algo que pareció intrigar a mi madre.
—Entra, Demian. No te preocupes por la hora, solo que no se vuelva costumbre —invitó con amabilidad.
Demian entró y ambos se acomodaron en el comedor. Mi madre le ofreció una taza de té, a lo que él asintió. Mientras ellos charlaban, me senté a su lado, pero su conexión parecía opacar mi presencia por completo.
Los primeros rayos del sol ya decoraban el cielo cuando mi padre bajó las escaleras, listo para ir al trabajo. Lo vi observar a Demian, saludándolo con un gesto de mano antes de desaparecer por la puerta.
—¿Qué hora es? —preguntó Demian, girando la cabeza para encontrarme con la mirada.
—Son las ocho —respondí brevemente.
—Muchas gracias por el té, pero ya me debo ir—Demian se puso en pie con gracia, despidiéndose con gentileza.
—Gracias por traer a Emma, puedes volver cuando quieras. Eres bienvenido —la voz de mi madre resonaba cálida y acogedora.
Él asintió con cortesía, y yo abrí la puerta, preparada para acompañarlo hasta la esquina.
—Te dejaré en la esquina de la casa —dije saliendo a su lado.
Caminamos en silencio, cada paso acentuando la inquietud en el ambiente. Él avanzaba ligeramente por delante de mí, deteniéndose en la esquina y volviéndose hacia mí.
—¿No tendrás problemas? —mi preocupación dejó entrever un atisbo de inquietud por lo que pudiera suceder en su casa.
—Quizá —dijo con un ligero puchero—. Pero habrá valido la pena.
Mis mejillas se encendieron, obligándome a bajar la mirada.
—Hasta pronto, Seraphine —con su dedo, levantó suavemente mi barbilla, regalándome una sonrisa burlona.
—No me llames así —chillé mientras él se alejaba.
Observé cómo su silueta se desvanecía poco a poco. Demian había sido el primer chico en entrar a mi casa y charlar con mi madre. No comprendía exactamente qué despertaba en mí esa experiencia, pero sí sabía que me dejaba una extraña sensación en el pecho, una que, aunque desconocida, me encantaba.
Al regresar a casa, mamá estaba sentada en la mesa. Mis pies apenas rozaban las primeras escaleras hacia mi habitación cuando su voz resonó en el comedor.
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Así que bésame por última vez
Romance¿Alguna vez han sentido cómo una persona repara lo que jamás rompió? Demian lo hizo, y sobre mis heridas, marcó besos que jamás se desvanecerían.