Permanecí en silencio, absorta en la vista que se desplegaba más allá de la ventanilla del taxi. Los chicos, atentos, subieron mis maletas y ocuparon los asientos de atrás. Con un suave rugido, el auto se puso en movimiento, y yo continué mi viaje en un silencio profundo.
Observé mi reflejo en el espejo retrovisor, donde las marcas moradas en mi rostro contaban la historia de una batalla reciente. Mi mente revolvía las palabras, buscando cómo explicarle todo a mamá cuando llegara a casa.
—Emma, ¿quieres que entremos contigo? —preguntó Sam.
Asentí con gratitud, agradecida por el gesto de Sam. Golpeé suavemente la puerta de casa, mi corazón latiendo con una mezcla de nerviosismo y anhelo. Después de unos segundos que parecieron eternos, la puerta se entreabrió, revelando el rostro preocupado de mi madre.
—Emma, cariño, ¿qué ha pasado? —preguntó, sus ojos buscando respuestas en mi rostro marcado.
No pude contener las lágrimas y me dejé abrazar por su cálido gesto de bienvenida. Mis lágrimas brotaban sin restricciones mientras abrazaba a mi madre. Los chicos permanecían a mi lado, su apoyo silencioso pero reconfortante.
—Mamá, necesitamos hablar. Ha pasado algo muy malo —susurré, sintiendo cómo mis palabras resonaban en el aire denso.
Mi madre, con una mezcla de preocupación y amor maternal en sus ojos, nos invitó a entrar. Aunque normalmente no me gustaba que nadie más que la familia entrara a mi casa, esa tarde dejé que los chicos ocuparan el comedor. Comencé a relatar todo, desde la primera vez que Isaac me golpeó hasta el incidente más reciente.
Mi madre escuchaba con atención, su expresión fluctuando entre la sorpresa, la tristeza y la furia contenida.
Los chicos permanecían en silencio, sus gestos reflejaban una solidaridad inquebrantable. Demian me sostuvo la mano con firmeza, transmitiéndome su apoyo silencioso.
—Lo siento, mamá. No quería que supieras que algo así estaba sucediendo —murmuré, mi voz temblorosa.
Mi madre se levantó y se acercó para abrazarme. Su abrazo era como un escudo protector que me envolvía, proporcionando consuelo en medio de la tormenta.
—No tienes que enfrentar esto sola, cariño. Estamos aquí para ti —dijo mi madre, sus palabras resonando con una promesa de apoyo incondicional.
La verdad, aunque dolorosa, nos unía en un lazo de comprensión compartida. Miré a los chicos, agradecida por su presencia, y a Demian, cuyo apoyo silencioso hablaba más que cualquier palabra pronunciada.
—Lo siento por todo esto, mamá. No quería que supieras, pero no podía seguir guardándolo —añadí, con la voz aún temblorosa por la revelación.
Mi madre asintió comprensiva, manteniendo el abrazo como un escudo contra la tormenta que se había desatado en nuestras vidas. Mientras las lágrimas seguían su curso, decidí cambiar la atmósfera pesada con un toque de normalidad.
—Mamá, estos son Sam, Adam y Demian, mis amigos... bueno, ellos han estado a mi lado durante todo esto. —presenté a los chicos, intentando desviar la atención hacia ellos.
Mi madre, con su mirada que siempre había sido un reflejo de amor incondicional, asintió en señal de bienvenida. Sin embargo, cuando mencioné a Sam, noté un destello de desconfianza en sus ojos. Era como si la sombra de la situación recién revelada se hubiera extendido a su percepción de los nuevos rostros en mi vida.
—Hola, señora. Estamos aquí para apoyar a Emma en todo lo que necesite —dijo Sam con una sonrisa amable, intentando disipar cualquier duda que pudiera surgir.
La conversación continuó entre nosotros durante horas. Los chicos compartieron sus perspectivas y experiencias, tratando de disipar cualquier sombra de duda. Aunque mi madre participó en la charla, su mirada escrutadora persistía, dejándome con la inquietud de no saber realmente qué pensaba.
Finalmente, llegó el momento de la despedida. Los chicos, con una mezcla de alivio y tensión en sus rostros, se prepararon para irse. Mientras abría la puerta para dejarlos salir, esperaba una palabra de mi madre, una señal de cómo había recibido toda la revelación.
Sin embargo, no hubo comentario alguno. Ni una palabra de aprobación ni de desaprobación. Mi madre simplemente observó en silencio mientras los chicos abandonaban la casa, llevándose consigo la incertidumbre que aún flotaba en el aire. Mi madre, después de observar la escena, finalmente habló.
—Hija... —comenzó, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y decepción—. ¿Por qué no me contaste antes?
—No quería volver —admití, sintiendo el peso de la confesión en mis hombros—. No me siento cómoda sabiendo que papá volverá ebrio.
Mi madre asintió con tristeza, como si hubiera captado la esencia de mis palabras, sin necesidad de explicaciones adicionales. La tensión en la habitación comenzó a ceder, dejando lugar a una conversación más franca sobre los desafíos que enfrentábamos como familia.
—Emma, siempre puedes contar conmigo. No quiero que sientas que estás sola en esto —dijo mi madre, rompiendo el silencio con un tono de consuelo.
La conversación continuó en un tono más sincero y abierto. Mi madre y yo compartimos nuestras preocupaciones y temores, trazando un camino hacia la reconstrucción de nuestra relación.
—Nunca quise que sintieras que estabas sola, cariño. Pero necesitaba que confiaras en mí lo suficiente para contarme lo que estabas pasando —expresó mi madre, su voz llena de la misma vulnerabilidad que había ocultado por tanto tiempo.
Nos quedamos horas hablando hasta que mi padre llegó, y para mi sorpresa, un abrazo cálido me recibió.
—Emma, hace tanto que no te veía, hija —dijo con una sonrisa sincera, su mirada luego se posó en mi cara moreteada—. ¿Qué te pasó en la cara?
El abrazo con papá fue como un cálido respiro después de tanto tiempo, pero su pregunta me dejó helada sin saber qué decir.
—Solo me peleé con una chica cuando venía de camino —le dije, sintiendo cómo sus brazos me envolvían con cariño.
—Debes dejar de reaccionar mal y siempre estar peleando —añadió, su tono mezcla de preocupación y regaño
Asentí con un nudo en la garganta, incapaz de contener las lágrimas, y me sumergí en el abrazo de papá. En ese gesto compartido, las palabras se volvieron innecesarias. Mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas, papá me echó una mano con mis bolsos, y mamá estaba en la cocina, preparando la cena.
Subía las escaleras hacia mi habitación cuando las palabras de mi madre resonaron:
—Todo estará bien, mi niña.
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Así que bésame por última vez
Romance¿Alguna vez han sentido cómo una persona repara lo que jamás rompió? Demian lo hizo, y sobre mis heridas, marcó besos que jamás se desvanecerían.