A pesar de que Isaac y yo compartíamos el mismo espacio, la distancia entre nosotros era más que evidente. Mis acciones pretendían ocultar la brecha, pero el frío entre nosotros se volvía ineludible. Nuestras discusiones se intensificaban día tras día, y ya no sentía el peso de la culpa al enfrentarlo.
Siempre intenté comprender las razones detrás de sus actitudes, pero la agresividad constante que emanaba de él ya no encontraba justificación en mis pensamientos. Un suspiro exhausto escapó de mis labios cuando la profesora Fournier anunció el final de la clase. La monotonía de mis dos únicas clases en la universidad con ella resultaba tediosa, un reflejo más de la rutina que se convertía en mi vida.
Salí del aula con el peso de las tensiones en mis hombros, buscando a Chloe entre la multitud. Ella, más baja que yo y con su distintivo cabello castaño, era mi ancla en la universidad, la persona con la que compartía la mayoría de mis momentos. Aprovechando nuestro descanso de treinta minutos, decidimos tomar algo y dirigirnos al parque cercano, un oasis de tranquilidad en medio del caos estudiantil.
Mientras disfrutábamos de ese breve respiro, Chloe llevó su botella de agua a los labios y rompió el silencio con una pregunta que pesaba en el aire.
—¿Qué tal van las cosas con Isaac?— sus ojos reflejaban una preocupación genuina.
—Hemos discutido bastante últimamente —admití, encogiéndome de hombros como si esa fuera la única respuesta posible.
—¿Te intentó golpear otra vez? —preguntó, frunciendo el entrecejo al notar cómo secaba mis lágrimas con la manga de mi blusa. Sus ojos revelaban la mezcla de empatía y enojo ante la posibilidad.
—Supongo que sí —murmuré.
Chloe me observó con una expresión de compasión, pero no de sorpresa, como si lo que le había confesado fuera una triste realidad repetida. Sacó de su mochila un cigarro, llevándolo a sus labios antes de encenderlo. Inhaló profundamente y luego me miró con determinación.
—Si crees que él te ama, estás equivocada, porque la persona que te ama no te lastima —expulsó el humo con una serenidad cargada de experiencia antes de darme otra mirada intensa—. Deberías dejar de lado lo que crees sentir y darte el lugar que mereces.
Mis ojos se perdían en el césped mientras absorbía sus palabras. Una pregunta escapó de mis labios sin apartar la mirada del verde ante mí.
—¿Qué quieres decir con "lo que crees sentir"? —inquirí, sumida en mis propios pensamientos.
Chloe afirmó con seguridad, extendiéndome su botella de agua como un gesto de apoyo.
—Sabes a lo que me refiero, Emma —dijo con franqueza—. Sabes que no estás enamorada y que ni siquiera lo amas. No puedes seguir con él solo porque no quieres volver a tu casa.
La miré en silencio mientras el humo se desvanecía, envuelto en la verdad cruda de sus palabras. Chloe, una de mis confidentes más cercanas, tenía ese don de arrojar luz sobre las sombras que preferiría ignorar. Aunque me resistiera, sabía que sus palabras resonaban con una verdad incómoda.
Nos pusimos de pie y nos dirigimos a nuestra siguiente clase. Chloe caminaba en silencio, y yo la seguía, sumida en mis pensamientos. Al llegar a nuestra aula tomamos nuestros asientos de siempre, una al lado de la otra, y nos sumergimos en el silencio que nos envolvía.
El final de la clase estaba a la vuelta de la esquina, y la somnolencia amenazaba con vencerme, induciéndome a caer en un sueño reparador sobre mi escritorio. Sin embargo, el sonido del marcador de la profesora Fournier golpeando mi mesa me hizo abrir los ojos de golpe, provocándome un susto.
—Señorita Seraphine, ¿podría repetirme lo último que dije? —inquirió la profesora con su tono habitual, y como era de costumbre, fruncí el ceño ante ese modo de dirigirse a mí, quedándome en silencio.
—Eso pensé. Debería prestar más atención, señorita Seraphine, o tal vez intentar dormir más temprano —comentó mientras se dirigía hacia el frente de la clase con su aire autoritario—. Bien, nos vemos mañana. Pueden retirarse.
Caminé junto a Chloe, discutiendo sobre las cosas de la clase y un proyecto que debíamos entregar para la próxima semana. Chloe, siempre organizada, mencionó que ya había completado nuestra lista de tareas y que solo necesitábamos llenarla con información. Su capacidad para almacenar información en su cabeza siempre me asombraba.
Al llegar a la parada de autobús, Chloe se detuvo y giró hacia mí con una chispa juguetona en sus ojos.
—¿Te dijo Sam qué harían el viernes? —preguntó con diversión.
—No, en realidad. Pero me preguntó si podía llevar a un amigo —respondí, sin darle demasiada importancia—. Creo que se llama Demian.
—¿También iba a la secundaria contigo? —dijo mientras buscaba su cajetilla en la mochila—. ¡Mierda!, creo que he perdido mis cigarros.
La observé mientras sacaba cada una de sus pertenencias antes de soltar una risa.
—¡Dios! Serías capaz de perder tu cabeza si no la tuvieras pegada a tu cuerpo —bromeé mientras le entregaba su cajetilla de cigarros, que había dejado sobre el césped en el parque—. Agradece que la vi ahí tirada; si no, tendrías que haber comprado más.
—¡Eres mi héroe! —exclamó mientras encendía un cigarrillo—. Ahí viene tu autobús; deberías hacer que pare antes de que pase de largo.
Nos despedimos con un beso en la mejilla, y subí al autobús. Al rascarme bruscamente el brazo, olvidé temporalmente las marcas de mis autolesiones, soltando una queja en silencio. Las autolesiones se habían convertido en una sombra constante en los últimos años de mi vida, una respuesta turbia cuando sentía que la carga emocional se volvía insoportable.
Era consciente de que el camino que tomaba no era el correcto, pero el dolor físico parecía ser el único alivio efímero para calmar la tormenta de emociones que rugía dentro de mí. Siempre había sido así: el dolor físico silenciaba temporalmente el caos emocional.
ESTÁS LEYENDO
Así que bésame por última vez
Romance¿Alguna vez han sentido cómo una persona repara lo que jamás rompió? Demian lo hizo, y sobre mis heridas, marcó besos que jamás se desvanecerían.