Era jueves, ya casi llegábamos al día de mi cumpleaños, pero sinceramente, la emoción brillaba por su ausencia. La casa estaba en modo silencio total, solo roto por el ruido suave de la tetera en la cocina. Bajé las escaleras como si llevara el peso del mundo a mis espaldas, arrastrándome por la pura fatiga.
Entonces, la presencia de Marina se hizo notar. Su melena oscura se deslizaba como una sombra, trayendo consigo ese perfume inconfundible que inundaba el aire con misterio y familiaridad. Sin perder la calma, se puso a sacar cosas de la nevera y la despensa, mientras preparaba un sandwich, sus ojos se quedaron fijos sobre mí.
—Ten, come algo. Quizás te ayude a sentirte un poco mejor —ofreció el sandwich como un salvavidas—. No puedes dejar pasar casi una semana sin probar bocado, ¿entiendes?
Llevándome un pequeño trozo de sandwich a la boca, sacudí la cabeza de un lado a otro, respire hondo antes de contestar
—Estoy bien —mascullé, aunque mi voz apenas lograba superar el susurro de mis propios pensamientos.
—Sé que no lo estás —su tono era firme, como una suave reprimenda cargada de inquietud—. He notado que apenas comes y que has faltado a la universidad. Encerrarte todo el día en la habitación no puede ser la solución.
Su tono era firme, pero lleno de preocupación. Mis emociones se mezclaban con la comida en mi boca, creando un nudo en mi garganta que me impedía hablar con claridad.
—¿Has pensado qué harás por tu cumpleaños? —preguntó, tratando de desviar la atención hacia algo más ligero—. Solo faltan dos días, deberías estar emocionada.
—No creo que haga algo —murmuré—. Mañana iré donde mi mamá, que quiere hacerme un almuerzo, y luego volveré.
En sus ojos se reflejó asombro. Apartó la taza de sus labios, soltando un suspiro antes de compartir sus pensamientos.
—¿Por qué no hablas con tus amigos? —inquirió, sugiriendo una opción cargada de potencial—. Estoy segura de que podrías pasar un buen rato con ellos. Podrías comenzar tu cumpleaños con su compañía y después volver aquí en la madrugada.
Su sugerencia resonó en mi mente, abriéndome a la posibilidad de algo más animado. Sin embargo, la sombra de la bofetada de Isaac después de mi última salida ensombreció mis pensamientos.
—Ya sabes cómo acabó la última vez que salí —suspiré, tratando de alejar ese recuerdo incómodo de mi mente.
—Emma, ¿puedes mirarme?—tomó mis manos con dulzura y las acarició suavemente. Sus ojos se clavaron en los míos, y lanzó una sonrisa antes de soltar su discurso—. Tú eres la dueña de tu vida. Si decides irte, me dolerá en el alma, pero estaré feliz de que te escapes de esta mierda. Emma. Isaac no aprecia la maravillosa persona que eres, y cuando él se dé cuenta, espero que ya estés lejos de aquí con tus maletas listas. Porque ese es el dilema humano; valoramos las cosas cuando las perdemos, apreciamos lo que ya no está. Creemos que esas personas nunca nos abandonarán, y cuando lo hacen, sentimos que el mundo se desmorona. Porque así somos, egoístas incluso en el amor.
Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas, y antes de que pudiera reaccionar, los brazos de Marina me envolvieron en un abrazo consolador.
—Llama a tus amigos y goza de tu día —susurró sin soltarme—. Hablaré con mi papá para que te dé el permiso y así no tengas líos con mi mamá. Y si Isaac decide abrir la boca, que se las arregle con mi papá, a ver si tiene agallas.
Me miró fijamente y me secó las lágrimas que caían por mis mejillas.
—Te quiero mucho, Emma, y quiero que seas feliz —se separó de mí y comenzó a limpiar la mesa y lavar los platos que habíamos ensuciado.
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Así que bésame por última vez
Romance¿Alguna vez han sentido cómo una persona repara lo que jamás rompió? Demian lo hizo, y sobre mis heridas, marcó besos que jamás se desvanecerían.