Cɑpítulσ Tɾeiƞtɑ ʮ Dσs. ‹Pɑsɑɗσ-Pɑɾte II.›

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Algunos años pasaron, creo, no puedo saberlo mientras estoy aquí encadenado.
Puedo sentir y escuchar todo lo que ocurre en la casa, es irritante porque los muy malditos se atrevieron a venderla.

Una pareja está viviendo ahora, molestos, muy molestos. No lo soporto. Movieron y tiraron todos los muebles que compró mamá con mucho esfuerzo.

Necesito hacer algo, no permitiré que destruyan nuestra casa.

Las cadenas suenan y junto a ellas se escucha algunos cascabeles. No sé qué ocurre, pero siento la movilidad en mi cuerpo de nuevo.
Observo mis manos y cuerpo, el traje negro es adecuado, la sangre no se notará tanto. Me quito el sombrero y sonrío al ver lo ridículo que es.

¿En qué estoy pensando?

Estar disfrazado da más miedo, me convertiré en un fantasma. Nadie volverá a irrumpir en mi casa.

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¿Cuánto años pasaron ya?
Perdí la cuenta luego de pasar el cien.

Tanto los Alfas como los Omegas desaparecieron con los años. Nadie sabe la razón, pero en parte es debido a mí. Yo lo quise y así se hizo.

Deambulo por las calles con el ridículo disfraz de arlequín. Nadie me nota, no al menos que yo lo quiera. He seguido matando a personas que se metían en mi camino, sin culpa ni remordimiento. Las personas siguen igual de crueles, nada ha cambiado.

Las emociones son algo que ya olvide al igual que mi habla.

—Disculpe, ¿está herido?

Alguien tira de mi ropa, su voz es pequeña y suave. Un niño, a quien tendré que matar.
Giro a verlo haciendo sonar los cascabeles.

El niño es pequeño, su carita pálida hace resaltar su cabello negro y ojos azules que están rojizos por el llanto.

—¿Vienes de un circo? Yo nunca he ido a uno.— da vueltas a mi alrededor. Su cuerpo tiembla por el frío y se abraza a si mismo.
—¿Por qué no hablas?

Ruedo los ojos y estoy por irme, lo dejaré vivir. Sin embargo, su manito agarra mi ropa y sin esfuerzo me hace caminar hasta una banca.
¿Por qué lo dejo hacer lo que quiera?

—Lo payasos usas ropa más colorida.— se acurruca contra la banca, luce más pequeño así. Sus ojitos están llorosos, pero mantiene la firmeza en su tono.
—¿Estás pedido?

Decido sentarme a su lado e inclino un poco la cabeza. Puedo hacerle compañía por un rato.
Niego y lo señalo, esperando que pueda entender.

—Yo tampoco, sólo me fui de casa.

¿Por qué? ¿Será un niño travieso?

Un sollozo me hace prestar atención a sus palabras.
—Y le hice un dibujo a mamá, pero a ella no le gustó.— tiene la cabeza gacha y sus lágrimas caen sobre sus rodillas. Su voz suena dolida y cuando levanta la mirada, algo en mi cerebro hace chispa.

En Este Mundo Maldito, Tú...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora