Extɾɑ Uƞσ.

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—Oye, presta atención.

El arlequín se da la vuelta y observa al hombre fijamente, aunque por su máscara no se note.

—Estamos esperando desde hace mucho, mi hija quiere un globo.— señala los globos rosas.
—¿No tienes de otros colores?

El arlequín lo ignora y se agacha para darle el globo a la niña, quien sonríe felíz. Luego se aleja y camina a paso lento por la multitud.

Todos los años, un circo llega a la ciudad. La entrada es gratuita y hay muchos juegos para disfrutar además del show.
Hay varios payasos, una en particular es la que más atrae a los niños. Sus coletas de colores junto a su sonrisa animada hacía que todo fuese mas alegre.

—¡Auch!

El arlequín frena sus pasos al chocar con un niño. Baja la cabeza de forma perezosa y su cuerpo se queda anormalmente quieto, tanto que muchas personas los chocan sin moverlo.

—Eres muy alto.— el niño aparta las manos de su rostro y grandes ojos azules lo observan con lágrimas.
—¿Trabajas aquí? Es la primera vez que vengo y estoy solo. ¿Puedes ayudarme?— agarra la ropa del arlequín y tira de ella para llamar la atención.

Samuel, quien volvió a su vestimenta de arlequín después de tantos años, no sabe que hacer.
Nunca perdió la esperanza de volver a verlo, esperó tanto que teme arruinar todo de vuelta.

Cuando Gael murió, Samuel culpó a todo el mundo para no aceptar sus errores. Hizo sufrir a ambos continentes durante cinco años, provocó guerras, desastres naturales hasta asesinatos sin mostrar piedad.
El mundo quedó arruinado y sólo entró en razón al oir el llanto de un bebé. Aquel lloriqueo le hizo saber que Gael puede volver a este mundo.

¿Qué hará si se encuentra con todo empeorado? ¿Si nace y su madre decide matarlo para no sufrir?

Muchas preguntas llenaron su cabeza y así decidió terminar con su arrebato. Aceptó su culpa y volvió a la casa que compartió con Gael. Permaneció encerrado, dormido hasta decidir que hacer.

Durante los años que no encontró a Gael, mejoró los dos continentes y permaneció como líder supremo. Estableció sus leyes y nadie se atrevía a desobedecer.

Había ocasiones en las que se aburría estando en su mansión y salía disfrazado de arlequín. Es él quien controla el circo, solo que nadie lo sabe. Tiene la certeza de encontrar a Gael de esa forma.

—¿Estás herido?— el niño limpia sus lágrimas y lo mira preocupado. Fue él quien cayó al piso y se raspó sus manitos, pero aun así está asustado de haber lastimado a alguien más.

Samuel sale de su aturdimiento y se agacha de golpe, dejando ir todos los globos.
La persona que estuvo esperando durante tanto tiempo está frente suyo y no se atreve a tocarlo.

—Estoy bien.— su voz sale firme y seca. Por más que le rogó al Dios Alfa, no pudo recuperar sus emociones.
—¿Estás perdido?

—Sí, mis compañeros hablan todo el tiempo del circo y yo también quise conocerlo.— las regordetas mejillas se mueven y una brillante sonrisa aparece. Samuel, sin poder controlarse, abre los brazos y lo aprieta contra su pecho.
—¿Tienes frío?

—Te llevaré con tus padres.— ignora la pregunta y lo levanta. Los cascabeles de su sombrero suenan y llaman la atención del niño.

—Que bonito.— dice a la vez que extiende las manos para agarrarlo. Samuel se deja quitar el sombrero y también hace desaparecer su máscara.
—Oh, estás lastimado.

—Son heridas viejas.

Camina con calma hasta salir del lugar. La gente lo mira con grandes ojos y todos se apartan para dejarlo pasar.
Samuel baja la cabeza y observa al niño con atención, aún lleva el uniforme de la escuela y hay dos banditas en cada rodilla.
El Alfa entrecierra los ojos y se detiene de forma abrupta. Su mirada se torna oscura y la temperatura de su cuerpo se enfría aún más.

En Este Mundo Maldito, Tú...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora