CAPÍTULO 39

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Cassandra

Ya lo teníamos todo planeado.

En menos de treinta minutos, los pocos agentes que quedaban de Roxtar, vendrían a la base, donde nosotros estábamos escondidos.

Les matábamos y nos escapábamos en el submarino de la agencia, el cual me acababa de enterar de su existencia, hasta la otra zona de la ciudad, al lado paralelo de la estatua.

Justo cuando estábamos recogiendo todo lo que nos dejamos antes de partir a la primera misión, una persona entra al salón.

Pero no es cualquier persona. Es Paul.

Está muy cambiado. Se ha afeitado la barba, se ha dejado crecer el pelo amarillento y ahora lleva una gafas distintas.

Parece más feliz que la última vez que lo vi.

Pero nada de esto lo pienso antes de lanzarme a sus brazos y estrecharle con toda mi fuerza. Le había echado muchísimo de menos. Durante se convirtió en un padre para mí.

Él ríe antes de abrazarme.

–¿Qué tal, Cassie? –pregunta entre risas.

Hola Zack, soy Cass. Estoy en el baño de la agencia. Posiblemente esta sea la última vez que esté aquí, pero bueno. Me he escondido de todos para decirte que hoy quizás alguno de nosotros pueda verte. No te asustes, al fin y al cabo, verte no es tan malo como crees. Perdón, nunca sabes que no puedo controlar esos chistes.

Aunque siendo sincera, espero no tener que verte hoy. Las cosas empezaban a irme bien. Todos estamos bien. Incluso tu padre. Hemos tenido que superar vuestra perdida, pero hemos conseguido empezar a sanar a nuestro ritmo.

Sólo quería que supieras eso. Deséame suerte.

Sólo quedaban diez minutos. Todos estábamos en posición, e incluso Paul llevaba traje.

Llevaba una pistola en mi mano enguantada en cuero, y una daga y una bomba en el cinturón.

Nate y yo estábamos escondidos en ambas columnas de una misma pared, con la pistola pegada al pecho.

Él no paraba de mirarme. Siempre tenía que comprobar que estuviera bien, y precisamente ahora, no lo estaba.

Por eso tenía la mirada fijada en mí, pero yo la evitaba para que la situación no fuera aún más incómoda.

Pero él parecía querer decirme algo, así que le miré.

"Prométemelo", leí en sus labios.

Quería que le jurase que sería egoísta. Sólo por una vez. Pero lo malo, es que me hizo jurar lo mismo hace menos de dos meses, y no me parecía justo ponerme a mi de prioridad cuando consideraba mi existencia tan inútil.

Pero no me dejaría en paz hasta que lo dijera.

"Te lo prometo", articulé con los labios.

Cuando dejé de fijar su mirada, una lágrima silenciosa cayó por mi mejilla.

Todo lo que nunca te dije| segundo libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora