CAPÍTULO 40

6 2 0
                                    

Cassandra

Un disparo cortó mi respiración. La bala aterrizó en la pared entre las dos columnas en las que nos escondimos Nate y yo. Si hubiera podido abrir más los ojos se me habrían salido fuera de las órbitas.

Nate mira a su alrededor, hasta que encuentra algo.

La baldosa en la que está sentado se abre hacia arriba. Tengo una igual debajo. Es un pasadizo.

Nate saca una bomba del cinturón y me mira. Si lloro me caeré a pedazos. Iba a hacerlo. Tenía que hacerlo.

Él lanzaba la bomba y los dos nos colábamos por esas baldosas, a donde quiera dios que nos lleven.

Le quita el cierre a la bomba, y esta empieza a desprender algo de humo. La lanza lo más lejos que puede, de donde provenía el disparo y abrimos a la vez la baldosa para acceder abajo.

Mi corazón da un vuelco cuando el techo tiembla debajo de nosotros.

El salón ya ha volado por los aires y Nate y yo nos encontramos en un piso aún más inferior al suelo, sin paredes construidas. Sólo tierra que cada vez se disolvía más por el agua que caía por las esquinas.

Nate agarra con firmeza mi mano y me lleva hasta una salida, pero de repente, estamos al otro lado de la estatua, en plena calle.

Maldigo por lo bajo.

–Tenemos que bajar. –le ordeno.

Nate parece pensárselo.

–¡Tu hermana está ahí abajo, Nate!

Y después de eso, saltó hacia adentro de nuevo, corro en dirección a la baldosa inicial hasta que la encuentro.

Le pido ayuda a Nate, que me deja sus hombros de apoyo para volver a subir.

En cuanto me estabilizo, unas manos ajenas estrujan mi cuello. No veo quien es porque me ha pillado de espaldas, así que lo alzo de mis brazos hacia atrás. Agarro del pelo a la persona, que por su corte parece ser un chico, que para mi suerte pesa poco y tiró hacia delante, estampándolo contra el suelo.

Él sobrevive al impacto, así que le apunto desde arriba con mi pistola.

Nate mira la escena incrédulo.

–¿Dónde están los demás? –le pregunto muy seria.

Tarda en recomponerse para hablar, pero yo no tengo tiempo.

–¿Dónde están los demás? –repito mas fuerte.

–Están buscando a Kevin Wilson.

–¿Qué quieren de él? –le pregunto.

–Lo quieren usar para llegar a ti. Nadie sabía donde te encontrabas.

Así que nadie sabe dónde estoy. Juego con ventaja.

Intercambio una mirada con Nate. No hace falta que le diga nada cuando saca una cuerda de su cinturón y ata sus manos. Ata un pañuelo en su boca para que nadie lo oiga.

Kev y Eloise se escondían en los armarios de mi antigua habitación y la de Zack.

Corro para buscarlos y Nate me sigue.

Está despejado. Tumbo las puertas de una patada y abro los armarios. En uno está Kev.

–Tienes que salir de aquí. Te buscan. –digo muy rápido.

Le dejo espacio para que salte para salir.

–¿Me buscan?

–Sí. –respondo.

Eloise está en la puerta. Parece que al oírnos ha salido de su escondite.

No me queda otra que volver al salón y ver de nuevo el desastre. Las paredes están quemadas, los ladrillos que habían caído del techo cubrían los cadáveres descompuestos...

Miles de recuerdos alimentaron mi nostalgia en ese instante. Sólo hubo un motivo por el que no lloré; Nate estrechó mi mano con la suya, y con la otra me tapo los ojos, guiándome hasta la salida.

–¡Esperad! –grité. –El chico no nos ha dicho por donde nos buscan.

Tras intercambiar miradas, volvimos a él. Lo cogí con ambas manos del cuello del traje.

–¿Dónde están ahora? –le pregunté.

El chico resopló cansado.

–Han salido de la estatua. Están al otro lado.

No me paré a oír la opinión de nadie. Salí de la habitación y busqué la entrada al submarino. Estaba debajo de la despensa, según me dijo Eloise.

Había una baldosa suelta en el mismo sitio donde cogía mi desayuno todos los días.

Me sentí muy tonta al descubrirlo, pero no tenía tiempo de sentir nada.

Al meterte dentro de la baldosa, te llevaba a un pasillo con paredes acristaladas con vistas al mar que rodeaba la estatua. Al final del pasillo estaba la entrada al submarino.

Entre y espere a los demás, pero nadie parecía que fuera a pilotarlo.

–¿No sabéis...? –empecé.

Pero solo había que ver sus caras para averiguarlo.

Maldije por lo bajo y me senté en la silla de piloto.

Esto era mucho más complejo que un coche. Le di a un par de botones al azar, y el submarino comenzó a avanzar. Nate se puso a mi lado para ayudarme, pero tenía menos idea que yo.

Al final llegamos al final, donde había otro pasillo que se conectaba de nuevo con la entrada del submarino. Al final de este, había una alcantarilla. La abrí y el viento frío de Nueva York me golpeó en la cara.

Cuando vi a todos fuera, caí.

–¿Dónde está Paul? –pregunté.

Kev trago saliva.

–Ha acudido a la policía. Eran demasiados y...

–¿Qué? –grité en mitad de la calle.

No puedo ir a la cárcel ahora.

–Cassandra...

Nate me cogió de las muñecas, pero yo me deshice de su agarre.

–¿Estaís locos?

–Paul trabajó en el FBI antes de empezar con esto. Los que son policías ahora, trabajaban para él. No le pueden hacer nada, por un código de lealtad, o algo así. –explicó Kev. –No vamos a ir a la cárcel.

Volví a respirar. Vale, eso me parecía más convincente. Pero no era más que un código. No sabíamos lo que podía pasar.

–¿Y ahora qué? –cambió de tema Eloise.

No habíamos planeado nada. Habíamos improvisado esta misión, y por culpa de ello, centenares de personas nos miraban despectivamente por la calle.

–Corremos hasta encontrarlos. –propuse.

Intercambiamos una mirada. No parecían muy de acuerdo. Entonces Eloise, sonriente, alzó su mano para chocarla con la mía.

–Hagámoslo.

Tras su demostración decidida, echó a correr y los demás la seguimos. 

Todo lo que nunca te dije| segundo libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora