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Meghan

 

Todo se jodió desde que dije que iba a tratar de ser una princesa.

Joder.

Mi boca está maldecida.

Mis trece o quince centímetros de estatura miran a la princesa de arriba. ¿Cómo será esto posible? Pues porque soy un jodido sapo. Así es, un sapo.

James no se atreve a acercarse aunque sea su hermana y los demás tampoco. Las maestras fueron las que se acercaron alarmadas por lo que me pasó.

Y es que fue algo así:

Dos horas antes…

Este vestido de una sola pieza es el más cómodo que he tenido. Retiro lo dicho del vestuario de las plebeyas. Sin armador y sin abundancia, es lo más cómodo que me he puesto.

Es de estampado de flores azules, especialmente hortensias. Me llega hasta los talones y las mangas son cortas. Los guantes en esta ocasión me llegan hasta los codos y son de seda. Con un claro color de azul pastel. Combinando perfectamente con el vestido y las zapatillas de tacón bajo.

Clara me ayuda con todo desde la mañana, como si fuese mi asistente personal e intimo. Es un poco incómodo y raro, pero es algo a lo que supongo, tendré que acostumbrarme.

Me acompaña hasta la salida del castillo que también es la entrada a decir verdad. Unos guardias abren las dos puestas para mí.

Las siete de la mañana. La hora más jodida de empezar el día y más si es lunes. E incluso mucho más si vas a un jodido instituto para príncipes y princesas encantado.

Bajo los escalones hasta llegar al carruaje. James ya está adentro recostado sutilmente en el espaldar, sin verse incómodo o raramente mal para la realeza.

Me siento frente a el y me inclino en los bordes para ver el castillo en la altura. Es realmente grande. Sinceramente creo que no he visitado todo el interior del castillo completamente.

Por cierto, gracias por la estrella —me dirijo a James.

—No hay de qué, es lo mínimo —se encoje de hombros y me pellizca la mejilla.

Asiento con una sonrisa y miro hacia abajo otra vez cuando aterrizamos en la entrada de el instituto.

James me ayuda a bajar y entro a su lado por los pasillos. Saludan a James únicamente con asentimientos de cabeza y las princesas mueven su abanico cada vez que lo ven pasar.

Y eso me recordó que no traje mi abanico, se me ha olvidado en la cama.

Comparto clases con James ya que tenemos la misma edad. Caminamos hasta un salón sin mesas ni escritorio del profesor. Solo está vacío, están nada más que los príncipes y princesas amontonados en una esquina.

—¿Y los profesores? —susurro.

—Aquí están —señala alrededor y yo miro todo, pero no hay nadie.

Realeza Encantada #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora