Monty

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El cabello casi blanco y la piel morena eran una combinación bastante extraña. Monty no tenía idea de dónde la había sacado. Aunque claro, tampoco es que supiera de dónde venía su baja estatura, su cuerpo más o menos delgado y rectangular, o sus labios finos y pequeños. A menudo se preguntaba cuáles eran los rasgos que había obtenido de su madre y cuáles de su padre.

No sabía de dónde habría venido el cabello claro, pero sí sabía que lo prefería morado. No era que no le gustase su color natural, de hecho le agradaba tener un rasgo tan poco común, pero si podía convertirlo en algo un tanto más extraño no iba a desperdiciar la oportunidad.

Por eso, la navidad pasada había pedido un cambio de imagen. Todas las navidades se publicaba una lista con el regalo que cada niña del orfanato deseaba recibir, y si tenían suerte, una persona bondadosa lo haría realidad. Monty había tenido suerte. Pero ahora que habían pasado nueve meses no quedaba mucho del morado.

—El blanco no es tan malo —. Una de las chicas que hacía voluntariado en el orfanato encontró a Monty analizándose en el espejo del pasillo.

—Debí pedir de regalo un tubo entero de tinte como Erin —se quejó.

—Erin solo se pinta dos mechas, por eso le dura —replicó la otra quitándole importancia al asunto —. Además, no le queda tan lindo como te dejaron a ti, cuando recién saliste de la estética.

—Lo tengo tan corto que quizá sí me duraría para varias puestas pero, seguramente no me quedaría tan bien si lo hiciera yo misma.

Monty se alejó del espejo y caminó hacia las escaleras para bajar a desayunar, pero se encontró con un tumulto de niñas que observaban atentamente la puerta cerrada de una de las habitaciones.

—Niñas, ¿Qué están haciendo todas aquí?

—Erin está preparando algo —le contestó una de las pequeñas como si de un secreto se tratase.

Monty rodó los ojos.

—Bueno, déjenme pasar que yo si tengo hambre.

—¡Niñas háganse a un lado, Monty quiere pasar! —gritó la chiquilla y todas se aplastaron contra la pared.

Y justo cuando la muchacha comenzó a caminar la puerta se abrió y Erin asomó la cabeza.

—¡Espera Monty no te vayas! —exclamó.

Monty la volteó a ver como si le hubiera pedido que saltara de un edificio.

—A diferencia de las demás, yo no tengo tiempo para alabarte.

—Claro que tienes, es sábado, ¿qué más podrías hacer?

—Me largo.

—No Monty, perdón. No quiero que me alabes, necesito tu ayuda, es importante, esta vez en serio necesito saber qué opinas.

—Ya tienes muchas opiniones —dijo señalando al montón de niñas que las miraban aguantándose la risa.

—Digamos que necesito una opinión de alguien un poco más mayor —explicó— mira, si esto sale bien, me volveré famosa y no tendrás que verme nunca más en tu vida, a menos que sea en televisión claro.

Monty resopló.

—De acuerdo, pero al menos déjame traer unas galletas o algo.

—Excelente, el show está por comenzar —. Con eso, cerró la puerta.

Quienes llevaban más de quince años trabajando en el orfanato a menudo se preguntaban porque Erin y Monty no podían ser amigas. Después de todo habían llegado juntas, y aunque habían confirmado que no eran hermanas, lo más lógico era que crecieran como unas. Más ahora, que eran las únicas adolescentes.

Hacía tiempo las chicas que se habían hecho a la idea que no iban a ser adoptadas, eso debió unirlas más. Pero su rivalidad no había hecho más que crecer.

En la cocina, Monty saludó a las cocineras con amabilidad y tomó su taza favorita, la del alien, se sirvió leche y agarró un paquete de galletas.

Regresó a la planta de arriba con pesar y anunció que había vuelto.

Erin abrió la puerta de la habitación, había arrinconado las camas junto a las paredes dejando un amplió espacio en medio. Las niñas entraron empujándose unas a otras y se acomodaron en las camas. Erin había cerrado las cortinas de las ventanas, por lo que el cuarto tenía muy poca luz.

Monty cerró la puerta tras de sí y se colocó junto a la entrada.

Entonces Erin comenzó a actuar la escena de un libro que Monty sí que recordaba haber leído antes. Era uno de los pocos que les había conseguido la directora cuando se habían hecho demasiado mayores para los libros infantiles.

Erin hacía el papel de un hada desconsolada, perdida en la oscuridad de un mundo que le había dado la espalda.

A Monty la recorrió un escalofrío cuando los sollozos de Erin subieron de volumen. Sintió a las niñas que la rodeaban revolverse incómodas. Pero entonces, los sollozos se detuvieron y la actriz pasó a recitar un monólogo en el cuál poco a poco el hada encontraba esperanza y confianza en sí misma y así lograba salir de la oscuridad.

Al finalizar el acto, muchas de las niñas parecían confundidas pero aplaudieron de todas formas.

En ese momento la puerta se abrió y se asomó un rostro severo.

—¿Por qué no hay nadie en el comedor? El desayuno ya está servido.

—Lo sentimos señorita Carla —exclamaron todas al unísono.

Una de las más pequeñas se aproximó hasta la directora del orfanato.

—Erin quería que viéramos su obra.

—¡Lili! —le recriminó la aludida.

—¿No deberías estar limpiando los baños? —preguntó la directora.

Erin hizo una mueca de asco.

—Estoy en proceso de convertirme en una gran estrella, necesito practicar —argumentó.

—Solo termina tus tareas antes de que acabe el día, ¿De acuerdo?

—De acuerdo —aceptó la chica con pesar.

Detrás, Monty sonreía divertida ante la situación.

—¿Y a ti qué te parece tan gracioso? —espetó Erin.

—Nada, nada —contestó Monty y salió de la habitación con una sonrisa aún más amplia. No le dio tiempo a la otra de preguntarle acerca de la obra, lo cierto era que le había parecido bastante buena, pero no estaba dispuesta a decírselo, no quería subirle el ego, que ya de por sí, era demasiado grande.

Sin embargo, Erin logró alcanzarla en las escaleras.

—¡Espera Monty! Dime, ¿te pareció asombroso?

—Amm —dudó un momento— me pareció que estuvo bien —dijo al fin.

—¿Solo bien? Esa fue la mejor presentación que has visto en tu vida, ¡admitelo!

—Si estás tan segura ¿Por qué me pides mi opinión? —cuestionó Monty un tanto molesta.

Erin cerró los ojos durante unos segundos y soltó una bocanada de aire.

—Lo siento, voy a comportarme de forma profesional a partir de ahora, por favor se honesta conmigo, lo tomaré bien aunque sea una mala opinión.

Monty consideró decirle que lo había hecho horrible, pero en vista de que Erin había decidido tragarse su orgullo, terminó diciendo:

—No te preocupes. estoy segura de que lograrás entrar.

Erin mostró una sonrisa de suficiencia pero no dijo nada más.

Crónicas del Zodiaco - La caída de los doce reinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora