Ross

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Iba tarde. Como de costumbre. Seguro que las hermanas estarían muy molestas, por eso la muchacha iba tan rápido como su vieja patineta se lo permitía. Sus converse rojos y desgastados golpeaban el concreto cada vez que le hacía falta tomar impulso y esquivaban cualquier obstáculo sin hesitar.

Cuando llegó a la pendiente pronunciada que dirigía hacía la capilla y el convento, no se detuvo, tan solo soltó un grito de júbilo al sentir la adrenalina.

Su llegada al final de la colina fue un poco inestable pero logró evitar la caída y respiró aliviada, tomó la patineta y corrió el pequeño tramo de sendero empedrado que la separaba de su destino.

Tocó la vieja campana, cuatro veces consecutivas como le había enseñado, y la pesada puerta de madera se abrió casi inmediatamente.

—¡Por todos los cielos! Aquí estás. —La madre superiora no lucía nada contenta— ¡La misa ya comenzó!

—¡Ya sé, ya voy! —Ross dejó caer la patineta y su gorra sobre la alfombra y tomó la sotana que le ofrecía la madre. Se recogió el cabello rubio en una coleta alta y corrió por los túneles hasta llegar al altar de la capilla y tomar su lugar como monaguilla de una forma menos cautelosa de lo que debería haberlo hecho.

El Padre que oficiaba la misa le dirigió una rápida mirada de desaprobación.

Ross no le dió importancia.

Esta vez se trataba de un bautizo. Lo que significaba que la misa sería un poco más larga de lo habitual. Aunque tampoco es que importara demasiado, era domingo y los domingos para Ross significaban pasar la tarde escuchando el mismo sermón durante las tres misas en las que le tocaba hacer de monaguilla.

Cumplió con su papel tan bien como siempre, se inclinó cuando debía hacerlo, pasó los objetos y ornamentos en el momento correcto, hizo las reverencias adecuadas y tomó la canasta al igual que siempre.

Recorrió el lugar extendiendo la canasta para que los presentes aportaran el diezmo. Y todo ésto lo hacía pensando en que toda esta gente se iba a ir a una fiesta después de la misa y ella iba a quedarse ahí a escucharla otra vez.

"Ojalá fuera una de ustedes" pensó.

Las monedas provocaban el sonido de metal contra metal cada vez que caían dentro de la canasta.

—Espera un momento.

Un hombre no mayor de cuarenta años la miraba fijamente.

—¿Qué pasa? ¿Necesita cambio? Digo, me dio muy poco pero si es lo que quiere...

—Tu eres ella —dijo ignorando el comentario de la muchacha.

—¿Quién? —Ross lo miró, confundida.

—Perdón no fui nada claro —, se disculpó— hace como quince años dejé una bebé a las puertas del convento, ¿Eres tú, no es cierto?

Ross volteó a ver al Padre, quién continuaba inmerso en su oficio, y luego sin más se sentó a un lado del hombre.

—¿Por qué me estás diciendo esto ahora? —preguntó en voz baja.

—Jamás había tenido la oportunidad de hablar contigo.

—Estoy aquí todos los domingos ―rechistó.

—No soy una persona religiosa.

—¿Y qué haces aquí entonces?

—Mi hermana me quería en el bautizo de su hijo. —Se encogió de hombros.

—Shhh. —Una persona de la banca de atrás estaba visiblemente enfadada ante la conversación.

—Si quieres saber más al respecto, buscame después de la ceremonia.

Ross asintió y siguió con lo suyo.

Cuando la misa terminó la muchacha se apresuró a quitarse la sotana y corrió al exterior de la pequeña iglesia.

Divisó al hombre un poco alejado de la multitud, recargado en un árbol y con un cigarrillo entre los labios..

—Cuéntamelo todo —pidió.

Le dio una calada a su cigarrillo y soltó el humo.

—Regresaba de un viaje con mis amigos, era de madrugada y la carretera estaba muy sola, todavía nos faltaba un buen tramo para llegar y yo tenía que hacer del baño, así que le dije a mi amigo que iba manejando que se detuviera. Me metí entre los árboles, hice lo que tenía que hacer, regresé a la camioneta y fue ahí cuando lo escuchamos, te escuchamos quiero decir. Un bebé llorando. Nos sacaste tremendo susto. Algunos querían salir corriendo pero otros pensamos ¿y si alguien necesita ayuda? Así que seguimos el llanto y ahí estabas. Una bebé completamente sola en medio del bosque. Tuvimos una discusión, no sabíamos qué hacer pero al final concluimos que no podíamos dejarte ahí. Así que te llevamos con nosotros. Pero nadie podía criar a una niña, éramos muy jóvenes, ninguno de nosotros quería esa responsabilidad. Por eso te dejé en las puertas del convento. Imaginé que no iban a dejar a una bebé desamparada. —Se encogió de hombros como si no le estuviera contando gran cosa.

—¿Hay algo en esta historia que pueda decirme quiénes son mis padres?

—Sabes esa es la parte extraña. —El hombre dejó caer la colilla del cigarro y la pisó para apagarla.— Después de dejarte aquí me fui a mi casa pensando que todo estaba resuelto pero no podía sacarte de mi cabeza, ¿Quien deja un bebé en el bosque? No había ningún pueblo cerca del lugar, ni señales de un accidente. Así que al día siguiente volví a donde te encontramos.

El interés de Ross en la historia crecía cada vez más.

—A primera vista no había nada extraño, pero luego noté unas gotas de sangre seca aquí y allá, ¿Estás segura que quieres oír lo que sigue?

—No estoy dispuesta a quedarme con la duda.

—Bueno, seguí las gotas de sangre, que se hicieron cada vez más frecuentes y de pronto se volvieron líneas enteras y charcos, y un olor horrible me advirtió que no siguiera pero lo hice porque a ese punto la curiosidad era más grande que cualquier otra cosa y encontré dos cuerpos sin vida.

—¿Crees que eran mis padres? —preguntó consternada.

Él negó con la cabeza.

—No, eran dos mujeres y tenían una ropa extraña y una especie de armas. Tomé algunas fotografías, con mi vieja cámara, no las tengo justo ahora pero te las podría mostrar.

—¿Te llevaste alguna de las armas?

—Por supuesto que no. Si era un caso que estaban investigando no quería estar involucrado, tomé las fotos y me fui. Aunque la verdad es que nunca escuché nada al respecto. Es un misterio que nunca pude resolver, aunque no es que me haya esforzado demasiado.

―Pues yo quiero hacer el esfuerzo ―declaró la chica cruzándose de brazos,― muéstrame las fotos.

―Mañana a las 4:30, en rizanis.

Ross asintió.

―Conozco el restaurante, ahí estaré.

Crónicas del Zodiaco - La caída de los doce reinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora