Erin

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Trás bambalinas los esperaban Guillermo, Daniela y Enrique. Los tres felicitaron al grupo que había actuado de forma impecable y no se contuvieron al expresar lo orgullosos que se sentían de los jóvenes alumnos.

Erin no cabía en sí de la felicidad, pero luego vió a Fany, muy contenta, y su alegría se combinó con amargura.

Regresó la mirada a su maestra, quien les agradeció por todo el esfuerzo y la dedicación. Mientras las escuchaba Erin recordó que se había metido el collar, al que le había agarrado mucho cariño, debajo del vestuario, lo sacó para lucirlo ya que la obra había terminado y no tenía más motivos para ocultarlo.

Cuando la charla terminó y todos se dispusieron a volver a los camerinos, una voz la detuvo.

—Disculpa, Erin, me gustaría hablar contigo antes de que te vayas.

Enrique la miraba con interés y en la mente de Erin se abrió un mundo de posibilidades.

—Por supuesto —dijo la muchacha expresando toda su disposición.

—¿Podrías esperarme en el camerino? —pidió—. Lo qué vi hoy cuando estabas en el escenario, lo he visto muy pocas veces, y un talento así merece llegar a sitios más grandes.

Erin accedió entusiasmada.

La muchacha veía su orgulloso reflejo en el espejo. Siempre supo que estaba hecha para estar sobre el escenario, para que la gente la viera, reconociera su talento y la admirara. Y ahora, finalmente estaba ocurriendo. Con lo que le había dicho Enrique estaba segura de que muy pronto formaría parte de la compañía de Teatro del Rouge Fenetre, su sueño iba a cumplirse por fin. Todo estaba saliendo perfecto, todo excepto Fany, pero ya no importaba, cuando viera todo su éxito, se arrepentiría de haberla rechazado. Erin estaba segura de eso también.

Estaba sola en el camerino, a la expectativa. Enrique se estaba tardando más de lo que a ella le hubiera gustado.

Cuando finalmente Enrique llegó al camerino, Erin lo recibió con una amplia sonrisa.

—No puedo evitar seguir felicitándote por tu magnífica actuación, no hay duda de que tienes un brillante futuro por delante.

Erin hizo un ademán de modestia.

—Eso solo puedo agradecerselo a ustedes.

—Tonterías —dijo Enrique—, hubiera sido un crimen no apoyar tu talento.

A Erin se le hinchó el pecho de orgullo.

—Hay una cosa que quiero preguntarte.

La muchacha comenzó a sentir un hormigueo en el cuerpo de la emoción. ¿Sería este el momento en que formaría parte de la compañía de teatro oficial? Eso era lo que ella más quería en el mundo, pero lo que dijo Ricardo no era para nada lo que imaginaba.

—¿De dónde sacaste ese bonito collar? —el hombre se acercó a ella.

Erin se llevó la mano al collar por instinto.

—Lo encontré —dijo—. Alguien los dejó sobre mi cama un día. ¿Pero qué tiene que ver mi collar con todo esto?

—No estoy interesado en el collar, estoy interesado en por qué lo tienes.

—No lo robé, sí esa es la pregunta, lo encontré en mi casa, lo juro.

—Contestame una cosa más. Cuando lo encontraste, ¿brilló?

La respiración de Erin se detuvo. ¿Cómo podía él saber eso? Su momento de duda fue breve, pero no se necesitó más, el hombre la tomó de la cabeza y la estrelló contra el espejo. Eso fue todo, un golpe y todo se volvió negro.

Crónicas del Zodiaco - La caída de los doce reinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora