Volcán

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Cada par de ojos se clavaba en Mia como lechuzas viendo a un ratón adentrarse en su territorio. Veinticuatro pares. Cuarenta y ocho ojos. Ninguno la juzgaba, total, ya lo hacía ella. Solo la observaban con el ahínco con el que se escruta la novedad. "La nueva profe", la sustituta de la que se fue a tener un bebé.

¿En qué puto momento había aceptado el ofrecimiento de Erick? Un chanchullo suficiente para volver a trabajar cuando cualquier otra persona en su lugar, con sus antecedentes, simplemente no podría volver a pisar un aula nunca más. Encima como tutora, para asignaturas de las que no tenía la menor idea, cuando antes siempre había sido única y exclusivamente profesora de Inglés.

-Es bueno para ti que vuelvas, tú adoras tu trabajo, los críos te aman, ¿cómo podría ser malo volver?

-No son mis alumnos, no es mi cole, no será nada mío y, Erick, tú sabes que no estoy en mi mejor momento.

-¿Y acaso alguien lo está? En este mundo de mierda nadie está en su mejor momento, Mia, todos vivimos puteados por algo, todos odiamos a alguien, todos nos queremos subir a lo que sea o bajar de lo que sea. ¡Mierda, Mia! ¿Tú de verdad te piensas que alguien es genuinamente feliz?

-Yo solo sé que yo no lo soy. Por lo que sea. No lo he merecido.

-Te has equivocado, sí, la has cagado lo impensable, pero sigues mereciendo ser feliz.

-No, Erick, tú no lo entiendes. Yo no lo he merecido nunca. Yo nací sin merecerlo.

-¿No fuiste ni un poquito feliz... conmigo?

-Creo que es cuando más cerca he estado.

-¿Y no sientes algo parecido cuando estás con tus niños, sabiendo que alguno podrá ser médico, astronauta, actor, presidente...

-...violador, ladrón, o cualquier otra categoría dentro del amplio abanico de hijos de puta.

-Ahora lo ves así, porque estás desconectada de ellos.

-Y cuando la preñada vuelva, ¿qué?

-Cuando la profe titular vuelva, tú ya habrás demostrado que puedes trabajar. No lo veas como un enchufe a secas, Mia, eres una profe estupenda. En tu vida personal han pasado cosas, sí, pero sigues siendo una profe estupenda. ¿Te acuerdas de los niños de tu primer curso, los primeros cuando acabaste la carrera, en el colegio aquel de curas?

-¿Los que me pillaron cuando les vacilé inventándome el inglés de las canciones de Katy Perry?

-¿A que eran listos?

-Mucho.

-¿Y te encantaban?

-Pues claro...

Mia respiró hondo y salió del recuerdo de esa conversación con Erick la noche anterior. Se fijó en sus veinticuatro alumnos y se preguntó si alguno de ellos estaría guardando un secreto como el que ella misma guardaba de pequeña. Al final, su elección de carrera tenía más que ver con el deseo de ganarse la confianza de los críos y ser esa persona a la que le cuentan lo que no se atreven a hablar con nadie más. Mia nunca contó lo de su padre, a nadie, ni de pequeña, ni de mayor; ni siquiera a alguno de sus muchos psicólogos. Ni a Robert o a Erick.

Se presentó ante sus nuevos alumnos y pidió que un voluntario o voluntaria le contara qué era lo último que habían hecho con la profe anterior y qué les gustaría repasar o si tenían alguna duda que quisieran compartir.

Nadie pareció inmutarse, excepto una niña llamada Lucía, que se desvivió levantando la mano y fue, desde luego, la elegida para hacer el resumen.

Mientras la niña hablaba, Mia cogió la carpeta en la que le habían dejado el listado de actividades que tendría que hacer con los niños ese primer día.

Elaborar un volcán con vinagre y bicarbonato. Explicar las partes de un volcán, cómo se produce el fuego y las consecuencias de una erupción para la naturaleza y para los centros poblados.

-Un volcán -pensó-. Qué cachondos.

Se puso manos a la obra pidiendo a los niños, primero, presentarse uno a uno y, acto seguido, enumerarse para repartirse en cuatro equipos de seis. Cada equipo estaría encargado de localizar alguno de los materiales para el experimento y, entre todos, harían un volcán en erupción, no sin antes escuchar la explicación sobre el origen, característica y funcionamiento de los volcanes verdaderos.

Entonces, ocurrió.

Un sonido repetitivo, sordo, acuciante. Como el timbre del recreo, pero mucho más agudo, urgido, desagradable.

-¡Fuego! -Gritó un niño rechoncho con gafas. Mia había olvidado su nombre.

-¡Hay que salir! -Un niño larguirucho salió del aula como un rayo y emprendió la huida, presa del pánico, por el larguísimo pasillo.

-¡Todos agachados, al suelo! Saldremos en formación mirando siempre para abajo, porque el humo sube -Lucía, la niña de antes, se había puesto un chaleco naranja y parecía dirigir un plan de evacuación previamente pactado.

Mia seguía en la misma posición que cuando se inició la alarma. La piel erizada, la boca seca, las ganas de ir directa hacia las llamas. Empezaba a percibir el olor del incendio. Cerró los ojos intentando identificar de dónde venía. ¿Papel? ¿Keroseno? ¿Plástico? Recordaba la voz de Erick, pero era incapaz de moverse: 

¿Cómo podría ser malo volver? ¿Tú de verdad te piensas que alguien es genuinamente feliz? No lo veas como un enchufe, a secas. ¿A que eran listos? Sigues siendo una profe estupenda. ¿Cómo podría ser malo volver? ¿Tú de verdad te piensas que alguien es genuinamente feliz? No lo veas como un enchu...

-¡Profe! ¡Profe! -Lucía agitaba su mano pequeña delante de la cara de Mia y con la otra sujetaba con fuerza la mano de esta-. ¡Vamos! No tenga miedo. Hay que salir. Es por ahí -insistía, dando tirones suaves pero firmes a la mano que tenía cogida.

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora