Rojo y azul

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Robert apagó el televisor e intentó llamar a Erick, sin éxito; quería avisarle de la entrevista, del testimonio de su madre desde la residencia. Intentó llamar a Mia, sin éxito. Intentó llamar a Erick, sin éxito. Quiso marcar el número de su familia política, pero recordó que aquella no era más que una de esas casas de las pelis del Lejano Oeste donde la fachada lo es todo, es lo único, y las tramas que se cuecen solo dejan angustia, lágrimas y polvos. Puto violador, puta alcahueta. Porque Robert no era capaz de comprar esa narrativa según la cual Rebeca, su suegra, no sabía lo que pasaba en su casa.

Recordó la última navidad con ellos, antes de todo el lío del coche, la cárcel, el divorcio... Recordó la bronca que escuchó entre madre e hija.

-¡No, la egoísta eres tú! ¡Si el invitado es tu marido y ya sabe de sobra lo bien que te queda ese vestido! ¿Qué más te da?

-¡Que me lo regaló él, mamá! Que me lo compró porque le encanta, por eso me lo pongo para fechas especiales. ¿Qué más te da a ti, joder?

-¡Eres una egocéntrica! Una superficial y una presumida. Tú tienes mil vestidos de esos, puedes tener todos los que quieras, te has metido con un hombre de dinero que te da los caprichitos que a la niña se le antojen. A mí se me acaba de quemar lo único que me quedaba bien para la cena, le pido a mi hija que me deje su vestido, ¡y me dice que no!

-Mamá, por Dios, no hagas un drama de esto. Por favor, ¿quién coño te manda a planchar eso ahora? Se ha quemado, vale, un accidente. Te estoy diciendo que te pongas cualquier otra cosa, que estás en tu casa, tienes toda tu ropa aquí, yo solo tengo esto en la maleta. Y te prometo que Robert no es de criticar, tú le conoces... De verdad, vas a ir mona...

Recordó cuando brindaron y su suegra quiso hacerse una foto con él cruzando las copas como unos recién casados. Buscó la foto en la galería de su móvil. Rebeca con él, metiendo barriga y sacando culo, como si quisiera gustarle. Julian con Mia. Ahora entendía las poses, las caras, esa aparentemente absurda competición de la madre contra la hija... por un hombre, por los hombres, por sus hombres. Entendía todo lo que habría pasado desapercibido un siglo, o diez, de no haber sido por la carta que le mostró Erick.

Estampó el móvil contra la mesa una, dos, tres... tal vez diez o quince veces, hasta que una de las esquirlas de la pantalla le pinchó la mano. El hilo rojo, brillante, empezó su camino, irrefrenable, bajando por el antebrazo hasta topar con el codo y, finalmente, gotear sobre el pantalón de color claro.

Recordó su primera Navidad con Mia, cuando ella le contó algo sobre un hilo rojo que unía a las personas para siempre. En aquel momento, empachado y algo borracho tras la cena con sus padres, el relato le pareció una pastelada, un cuento cursi navideño al que no dar prioridad, mucho menos frente a la partida del GTA que jugaba en la consola. Recordó que Mia lloró en silencio, sentada a su lado, en aquel sofá que por momentos él deseaba que pudiera medir kilómetros, y también recordó que la ignoró pensando que sería un efecto más del champán. Mia adoraba el champán, pero cuando se excedía, le entraba una borrachera de llanto absolutamente insufrible para cualquiera que la viviera con ella.

¿Y si no lloraba por el champán, sino por Erick? ¿Y si el hilo rojo no la unía a él, su todavía marido, sino a su ex? ¿Podría existir un hilo rojo que la uniera a ella hacia Erick, tal vez recíproco, y, al mismo tiempo, a él hacia ella, aunque sin ser correspondido, como una mala broma del amor que la ha atado a ella a su corazón para, simplemente, deshilacharlo a medida que se aleja? Tal vez el hilo solo servía al unir cosas iguales, como en el Candy Crush. Niños muertos, como dijo Erick, con otros niños muertos. Niños felices, como lo había sido él, con... con nadie.

Deshilachado. Así se sentía.

Pensó en la madre de Erick, esa mujer con la piel cuarteada y las manos temblorosas, llorándole a la Presidenta de Gobierno por su hijo muerto. Un hijo que él sabía vivo, y menos mal, porque si a Mia le cortaban su hilo rojo, ¿qué le quedaría? ¿Él? Un marido desquerido que la metió a la cárcel, menudo partidazo. Mia había ido a verla a ella, porque sentía que ella podía creerle. En cambio Juana, su madre, nunca le creería. Desde el incidente del coche le había hecho la cruz, y con razón, le había hecho jurar a su hijo que no volvería a dejarse embaucar por ella, bajo ninguna circunstancia, y que llevaría el proceso judicial hasta la más férrea de sus consecuencias.


-Venga, papá, una vuelta más, que ya lo tienes -Ruth acicalaba la barba blanco roto de Don Leo-. Lo vas a hacer genial, ya verás... repasemos, cuando supiste que Matallanas estaba vivo...

-¿Sabes qué es lo que no hice genial? -Don Leo interrumpió, quitándole las manos de la barba-. Engendrarte, zorra.

-Leonardo, míreme -Lara Ayestarán intervino para distender los ánimos-. Hay una cantidad considerable de personas esperando para verle. Esas personas están ahí porque quieren a este país tanto como usted, son sus aliados, y no van a juzgarle.

-¿Y eso quién lo dice? ¿Tú?

-No, Leo, lo dicen las encuestas -Paula le enseñó una cartulina impresa, llena de dibujos, con detalles hechos con rotuladores de purpurina-. ¿Lo ve? Este de aquí, el que está más arriba, con la barba y el traje rojo, ése es usted -dijo, acariciando con el dedo una pegatina en relieve de Papa Noel.

-Eres guapa, jodía... me recuerdas a la madre de esta -señaló a Ruth con la cabeza-. No te suicides tú también.

-No lo haré, señor.

-Si te suicidas, te mato, que lo sepas -le dijo Erick, revolviéndole el pelo en un gesto cariñoso.

-¡Quita! ¡A saber dónde ha estado esa mano!

-Haciéndole un masaje a Carlos Chávez, ¿no te jode? ¡Ven, tonta! -Se acercó a ella revolviéndole aún más el pelo-. Me ha gustado la mierda esa del Papá Noel. Parece que ha dejado mucho más tranquilo al viejo.

-Pues lo hice con los materiales de tu ex. Los cogí de tu piso, total, como no iba a volver...

-Has estado ágil ahí -respondió Erick y se puso en marcha con el resto para aparecer, por fin, ante centenares de personas a las que se había convocado urgentemente en la sede del partido. Personas que habían estado calentando las calles y que, eso esperaba él, se alegrarían de verle con vida.

-Don Leo, es su momento, no tiene que mentir, no tiene que hacer nada que usted no quiera -Lara le ajustó el cuello de la camisa-. Son su gente, sea como es usted, que por eso le quieren tanto. Y si pasa algo que usted no haya previsto, si se agobia por lo que sea, míreme a mí. Gírese y míreme a mí, ¿de acuerdo?

-Erick, voy a darme una vuelta por la zona de prensa. Toma, quédate las cosas del niño, por si las necesita -dijo Paula con sarcasmo, refiriéndose a Don Leo, y le dejó la cartulina con los dibujos que representaban las encuestas.

-Si alguna vez hemos estado cerca de un Golpe de Estado, esa vez es hoy -Damián De Mena, con su tono pesimista de siempre, se paró junto a Erick-. ¿Tienes hijos? ¿O sobrinos? Lo digo por eso, los dibujos...

-Nah, los hizo Paula con materiales de mi exmuj...

Erick trató de hacer memoria: cuando Paula fue a su piso, Mia aún no se había ido, ¿o sí? Se esforzó por recordar la conversación con Coromoto Restrepo... él se cruzó con Paula cuando fue a buscar a Mia, ¿eso fue antes o después de la carta? No, fue después, porque por eso Coromoto había ido... pero, ¿por qué Paula cogió los materiales de Mia, si él no le había dicho nada de la carta aún? No, nada, solo estaba paranoico, desesperado por no saber nada de Mia, y a Paula se lo habría dicho en cualquier momento, sin recordarlo bien, a causa de la medicación.

La voz de Don Leo amplificada por el micrófono le sacó de sus cavilaciones.

-¡A partir de hoy el color de nuestra campaña es el azul! Estoy hasta los huevos del rojo borgoña este que me recuerda al pelo de la puta que tengo por hija. ¡Levanta la mano si te sientes azul!

Lara Ayestarán negaba con la cabeza mientras repasaba los apuntes del mitin.



OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora