Calle Ciega

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Erick dobló la pequeña tarjeta de invitación al cumpleaños y la guardó en el bolsillo de su americana, con la esperanza de que Paula no la hubiese visto.

-Eh, ¡te he visto!

-¡Dios mío, qué cruz! -Exclamó Erick y elevó los brazos y la vista al cielo-. Señor, ¿por qué me has abandonado?

-Venga, menos drama, que a mí también me llegó -Paula exhibió la tarjeta como quien presume billetes-. Súper normal lo de cumplir diecinueve años y mandarle a todo el mundo tarjetas de invitación del Pato Donald.

-No vamos a ir.

-Oh, sí, sí. Por supuesto que vamos a ir. Y ya te voy diciendo que no vas a ir vestido así... que de Coromoto nos fiamos...

-¿Nos fiamos? -Interrumpió Erick.

-Coño, más o menos, sí. El caso, que los amigos de Coromoto igual no son tan majos...

-Se ha quedado una tarde de puta madre para caerme por las escaleras o tener gastroenteritis. Por favor, Paula... sácame de esta.

El teléfono de Erick sonó con una llamada entrante.

-Me ha llegado una puta tarjeta del Pato Donald -la voz socarrona de Ruth daba cuenta de aquello le estaba pareciendo un momentazo-. ¡Que nos vamos de rumba, papi, con los Latin Boys o los que sea!

-No vamos a ir, Ruth.

Paula hizo un movimiento ninja para quitarle el móvil a Erick y poner el altavoz.

-Ruth, a nosotros también nos han invitado y, aunque Erick es un peñazo de tío que no quiere ir, iremos, porque a esta gente es mejor tenerla contenta.

-Ya, Paula, ¿pero has leído lo que pone? -Ruth aclaró su garganta para entonar la lectura-. "La familia es lo más importante. Por eso, te invito a mi fiesta junto a tu familia". Como comprenderéis, no pienso meter a mi padre ahí...

-No, Ruth, desde luego -tranquilizó Paula-. Mucho menos después de todo lo de las amenazas de muerte que siguen llegando. Te inventaremos una disculpa, con lo mayor que está tu padre y los problemas de salud, no habrá problema en que vayas sola o ni siquiera eso. Tranquila, que Matallanas y yo nos encargamos.

Paula colgó la llamada y le dirigió una mirada sarcástica a su compañero.

"Ya sabes, dile a tu familiar que nos vamos de fiesta. Ya me llevo yo un extintor por si acaso."


Erick entró a su piso casi sin hacer ruido. Una vez más, encontró las cortinas echadas, las persianas bajadas, las luces apagadas. Un olor a humedad y cebolla cargaba el ambiente. En el sofá, enredada en varias mantas gruesas, Mia simplemente estaba, con la mirada perdida y el desayuno tal y como Erick se lo había dejado por la mañana. Habían pasado varios días desde el incidente en el colegio y la confrontación con Paula, y Mia se negaba a comer, a ducharse, a salir o a dejar entrar a la limpiadora.

-Nena, ¿podemos hablar? Hay algo que he estado pensando y quería decírtelo.

-Ayúdame, por favor... créeme -dijo Mia con la voz débil, rasposa de tanto llorar.

-Mia, no sé cómo hacer para creerte, pero sí quiero ayudarte. Es de eso de lo que quiero que hablemos. No soporto ver cómo te consumes un día tras otro en el sofá. No soporto que no comas. No soporto que apestes. Que al entrar en casa la atmósfera sea sucia, de pena, de rabia, de enfermedad. Incluso si lo hiciste...

-No -Mia empezó a llorar a cántaros.

-Cariño, no te estoy culpando. Solo que... aunque lo hubieras hecho tú, aunque no consiga creerte nunca, no te mereces estar así. Ni yo me merezco verte así -Erick apretó el brazo de Mia, cariñosamente, por encima de las mantas-. Nena, todos hemos hecho cosas malas, todos la cagamos a diario, cada uno usando el poder que encuentra. Yo no soy un santo y me he comportado como uno, te he juzgado como si yo fuera intachable...

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora