Qué pecado

11 3 41
                                    

Mary Mantilla aceleró el paso tanto como su tos le permitía. Se llevó la mano al pecho, un gesto placebo que parecía ayudarla a respirar mejor, e intentó imprimir más velocidad a sus zancadas. Rebuscó, con torpeza, dentro de su enorme bolso, sintiendo como las varillas del paraguas desvencijado le arañaban la mano. Palpó las llaves, el pequeño paquete de pañuelos de papel, un bolígrafo, varios pintalabios, un inhalador de Budesonida, hasta dar con su móvil. Lo sacó mientras andaba y pulsó el icono del micrófono para enviarle un audio a Pedro Yánez.

Me están siguiendo desde hace varios metros, estoy a tres o cuatro minutos andando del coworking, voy a intentar meterme a un taxi si puedo. Por favor, si no te llamo en un hora, ve a casa de mi madre y llévate a Hu...

-Si grita, mami, le coso la carita a plomo -Edwin la abrazó desde atrás, como si fuera su novia, quitándole el teléfono y cancelando el envío del audio-. ¿Ve ese Lexus azul de ahí? Nos vamos a dar una vueltica, mamita, pa'que sumercé vea lo bonito que es ese carrito por dentro.

-No voy a gritar, pero por favor no me haga nada. Yo sé lo que le hizo a Pedro...

-Si me colabora, la voy a tratar como si fuera mi santa madrecita. Si se emberraca, pues de malas, porque a Don Pedro le pasó lo que le pasó por huevón.

Una vez junto al coche, Mary entró por una de las puertas traseras, con cuidado de no golpearse la cabeza. Edwin abordó rápidamente el asiento del copiloto y se pusieron en marcha, con Richard, el tercero de los Latin Boys de confianza de Erick, al volante.

-¡Qué susto, coño! -Exclamó en medio de un acceso de tos-. ¿No me podías haber citado, como las otras veces?

-Ya, es que no habría sabido si citarte en mi oficina, en tu coworking o en la residencia en la que vive Gloria Matallanas.

-No sé de qué estás hablando.

-Mary, creo que no te ha quedado claro que ese personajillo de mujer astuta que te has pintado en la cabeza solo existe ahí, en tu cabeza, y que en la vida real todo esto te viene muy grande.

-¿Te ha mandado Erick?

-Tampoco te ha quedado claro que a mí no me tiene que mandar nadie.

-Paula, ¿a dónde quieres llegar?

-Matallanas ha confiado en ti y le has jodido. Nos llevas jodiendo desde el día uno, cuando filtraste el informe de Don Leo en otro diario y calentaste a la gente con la supuesta desaparición del cuerpo. Pero, fíjate, que has conseguido sorprenderme, porque ni siquiera yo te imaginaba tan rastrera como para ir a decirle a una anciana que habían matado a su hijo, aun sabiendo que eso no era verdad...

-Quien hizo tal cosa fue la Presidenta Suárez.

-¿Ah, sí? ¿Y quién la acompañó? ¿Quién le consiguió la transmisión especial en el canal seis? ¿Tú de verdad te crees que yo soy estúpida o cómo va esto?

-Es que no sé de lo que estás hablando, Paula.

-Vale, no pasa nada, vamos a refrescarte la memoria.

Paula reprodujo en su móvil el vídeo en el que se escuchaba la tos de Mary al fondo.

-Son... los brutos de...

-De tu móvil. Con el que se grabó la entrevista.

-No... no puede ser...

-Edwin, ¿le explicas a la señora cómo funcionan las cosas?

-Vea, mamita, lo que la mona le quiere contar es que le hicimos una visitica al canal seis y conseguimos unos vídeos que nos gustaron mucho...

-¿De verdad pensáis gobernar este país con esta mierda de gente a vuestro lado, Paula?

-Shhhh... Mary, no seas maleducada, que mi compañero no te ha terminado de contar.

-El teléfono también se lo tenemos como papa en tenedor, o sea, chuzado, mamita...

-¿Qué? ¿Que me habéis intervenido el teléfono? Paula, ¿tú te das cuenta de lo grave que es esto? ¡Esto es un atentado contra la libertad de prensa!

-Ay, Mary, no seas cursi. Para ser cursi ya tienes las llamaditas que le haces a tu ex que, por cierto, amiga, date cuenta, lo deberías ir superando ya, que dais mucha pereza...

-¡Eres una zorra!

Mary se abalanzó contra Paula, que solo protegió su cara ante el ataque. Richard paró el coche y Edwin bajó a toda prisa para abrir la puerta de atrás y separar a las dos mujeres.

-¡Hija de puta! ¡Eso eres, Paula! -Dijo, mientras agitaba en alto mechones de pelo rubio-. ¡Te has metido con mi familia! ¡Os habéis metido por segunda vez!

-¡Oigan a esta! -Intervino Edwin-. Usted se metió con la madrecita del patrón. No, pues, ¿de qué se queja? Si la que mordió la mano del amo primero fue usted. Tire, más bien, se va juiciosita para su casa y deja de tentar a la suerte, que su angelito de la guarda ya tiene completo el cupo de favores de este año, mi amor. Y si habla con la Presidenta, le dice que vaya por la sombrita ella también, ¿sí me entiende, mija?

Edwin subió al asiento trasero del coche, donde Paula lloraba en medio de un ataque de ansiedad. Richard se puso en marcha.

-¿Está bien, monita? -Le dijo, acomodando su pelo sobre los claros que habían dejado los mechones arrancados y revisando su cara en busca de arañazos o cualquier otro tipo de lesión-. Hábleme, pues, mami, que yo no quiero verla así a sumercé.

Paula levantó la cara, sin poder dejar de llorar, como una niña pequeña y vio ese gesto, nuevo para sus ojos, de un Edwin absolutamente conmovido por la escena. Le enseñó una de sus muñecas, surcadas en carne viva por las uñas de Mary Mantilla.

-No, pues... mírenla a la mona. Venga, aquí, confíe, monita -la atrajo hacia su pecho, abrazándola con ternura, frotando su espalda para intentar calmarla-, que yo no voy a dejar que a usted me le hagan nada, ¿sí me entiende?

Paula lloró aun con más fuerza, como si el abrazo de Edwin la hubiera liberado de una cárcel, de una pose, y estiró los brazos para asirse a él, para asegurarlo como un náufrago que asegura su orilla.

-Ay, no... la hijomadre periodista esa cómo me la ha puesto de nerviosa, qué pecado...

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora