Por si regresa

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-Te he pedido una cosa, ¡una!, y no has sido capaz de cumplirla... ¿Cómo quieres que me ponga?

-Patrón, esa jevita no está en su casa. Y le juro por lo más sagrado que no se me escapó. Cuando yo llegué, ya no estaba ahí. Yo monté guardia cuando usted me dijo y aquí la única que ha venido ha sido la señora Paula, ya sabe, cuando yo vine ella se iba y usted me dijo que no dejase que me viera...

-Sí, Paula fue a por ropa y cosas para mí, pero eso fue antes de... da igual, Coromoto, el caso es que... necesito que entres a mi casa...

-Pero, Patrón, no tengo las llaves de su casa...

-Venga, Coromoto, no me jodas... como si eso fuera problema...

-Señor, yo...

-¡Que entres a mi puta casa, coño!

Coromoto Restrepo hurgó en su bandolera hasta encontrar un trozo de radiografía y una arandela de la que colgaban distintos tamaños de llaves Allen. Intentó hacer el truco del resbalón, deslizando la radiografía entre la puerta y el marco, sin éxito. Intentó forzar la cerradura con la más fina de las llaves, sin éxito.

-Escucha, hay una manera de colarte por una de las ventanas -indicó Erick, al otro lado del teléfono-. Es muy fácil, yo lo he hecho varias veces...


Pedro Yánez se bajó de la moto, se quitó el casco rojo y lo guardó dentro del asiento. Se sacudió los rizos rubios y se atusó la barba, también rubísima. Un gesto que empezó a hacer cuando conoció a Mary Mantilla, diez años menor que él, ambos en la universidad, cursando la carrera de periodismo, para que esta lo viera guapo, como un Jesucristo desenfadado, como un hippie premium al que no hacerle ningún asco. A pesar de su divorcio, Pedro seguía queriendo gustarle, queriendo parecerle un genio, queriendo...la.

-Gracias por venir -Mary se abrazó a él en cuanto lo tuvo lo suficientemente cerca y se saludaron con un pico cariñoso, toque de unos labios que se conocían de sobra y que jamás serían capaces de despedirse del todo-. He pedido patatas mixtas, ¿te apetecen, verdad?

-¿Has pedido...

-Sí, un cuenco aparte, con más alioli.

-Genial. Yo... te he traído esto, ya sabes, del viaje a México -Pedro sacó una bolsita de plástico transparente, llena con lo que parecían ser caramelos-. Te los quería dar el día de la rueda de prensa, pero en el último momento me di cuenta de que me los había dejado en la moto.

-¿Caramelos? ¿Para Hugo? ¡Si ya le diste dos mil y tiene los envoltorios regados por toda la casa!

-No. Estos son para ti. De jengibre y chile y hormigas y no sé cuántas mierdas más... pedí algo que fuera bueno para la tos. Y también esto...

Abrió la otra mano y dejó ver una pequeña talla de madera que simulaba un pequeño pájaro lleno de trazos tribales...

-¡Un alebrije!

-Tu lorita.

Ella apoyó los antebrazos sobre la mesa, dejando las manos con las palmas relajadas y abiertas, hacia arriba. Él supo leer aquella señal y, en lugar de poner en ellas los regalos, los deslizó sobre la madera acercándoselos a su compañera para, enseguida, posar suavemente las manos sobre las suyas. Se quedaron así, en contacto, aunque sin cogerse, hasta que el camarero vino con las patatas...

-¿Hay hambre o qué, pareja?

-Mucha, ¡qué buena pinta!

-Como siempre. Tiempo sin veros por aquí... Me alegro de que hayáis vuelto -dijo, antes de retirarse, sin dejar tiempo a confirmar si por "vuelto" se refería a su presencia en el bar o a que aquella complicidad le daba a entender que había ocurrido alguna reconciliación.

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora