Jesucristo moderno

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Fue como descubrirse sumergido en una piscina de mantequilla. La visión anulada por una capa amarillenta de nada, el cuerpo aparcado en una sensación de ajenidad sucia y grasienta, el oído mermado, capaz de distinguir casi únicamente el pitido que repetía con obstinación que, contra todo pronóstico, estaba vivo. La boca ácida y rasposa y un olor a adhesivo y meados completaban los estímulos de aquel despertar improbable que, sin embargo, era un hecho.

-¿Cómo está, Patrón? ¿Le duele?

La voz de Coromoto Restrepo le devolvió la definición a sus sentidos. Supo al instante que lo había escuchado de verdad, que estaba en el ambiente, no en su mente; ese acento, esa voz de lacayo a su merced. Logró distinguir tres gorras borrosas pero que, sin duda, tenían los colores de los Latin Boys. Consiguió separar sus propios hedores de ese olor a colonia para bebés tan característico de Restrepo y de otro perfume más, uno que olía como a procesión, a brujería, y que ya había olido antes, en aquella fiesta que empezó con una invitación del Pato Donald y que acabó con él casi muerto.

¿Y Mia? ¿Le habían hecho algo a Mia? ¿Por qué estaban ellos allí y no Mia, o Paula, incluso Ruth, regodeándose de su fracaso al querer manipular a los pandilleros?

Quiso preguntarles si venían a rematarlo, pero al articular la primera palabra un dolor agudo atacó su paladar. El sabor a sangre y la tos le siguieron enseguida. Tenía un tubo en la boca. "Maldita sea, como para pedirle auxilio a alguien". Luchó por afinar la vista, dibujó en su mente la idea de estar girando las ruedecillas de unos prismáticos hasta dar con la distancia y la nitidez suficientes.

Era él. Coromoto Restrepo. Escoltado por dos de los suyos. Edwin, cuyo apellido no sabía o, por lo menos, no recordaba, y Richard Gere Pérez.

-Patrón -insistió Coromoto- ¿me oye?

Erick asintió con los ojos.

-Díselo, niño -instó Richard.

-Patrón, el que le hizo eso ya no va a joder más. Le hemos expulsado, ahora es un paria, ninguna banda recibe a los parias, pero tampoco perdonan las deudas de lo que haya hecho mientras estaba con nosotros.

-Está más jodido así que muerto, mi don -añadió Edwin-. Cualquier día le dan piso a ese pirobo, cuando menos se lo espere. Tenía rato ganándose el boleto al barrio de los acostados, ese güevón no paraba de chimbear a todo el mundo, de trapichear por su cuenta, de meterse en unos peos que no nos venían bien.

-Lo que le hizo fue la gota que colmó el vaso, patrón. Patrón -Coromoto se quitó la gorra y la apretó contra su pecho, como aquella vez, en la reunión de los pactos-. Mi señor, yo le quería pedir perdón a usted por meterme con su esposa. La emoción de la fiesta y que esa jevita suya está muy buena, no lo hice bien y lo jodí todo yo solito. Estoy aquí para una disculpa y para recordarle que los Latin Boys estamos con usted.

-La señora Ruth nos dijo que si de casualidad se despertaba hoy le prendiéramos la televisión -comentó Richard-. La mierda esa de televisión que parece de casa de mi abuelita y para colmo hay que pagar para que la prendan.

Erick hizo un gesto con las cejas, como urgiéndoles a encender el televisor. Ruth lo habría dicho por algo. Por algo gordo. Al fin y al cabo, se trataba de Ruth. Esa mujer fría que nunca hablaría con los Latin Boys si no fuera esa arpía que siempre aprovechaba las desgracias para llevarse a todo el que pudiera a su terreno.

La transmisión en directo de un informativo mostraba a Ruth en una mesa rodeada de viejos conocidos de Erick: Damián De Mena, Comisario General de la policía científica; Samantha Ortiz, portavoz del Centro Nacional de Inteligencia y Héctor Santamaría, del Grupo Especial de Operaciones.

Ruth arrancó su discurso con el desparpajo de una youtuber que presume a su colección de Barbies: ellos no iban a hablar, solo estaban allí para hacer bulto, para respaldar cualquier mierda que la hija del aspirante a la Presidencia de Gobierno tuviera a bien echar por la boca. Esa fórmula, más vieja que la tos, siempre funcionaba con los periodistas, esa estirpe que se piensa más sagaz que cualquiera, pero que no es más que la representación de ese palomar absurdo que es la opinión pública, siempre agolpándose, desplumándose, peleándose por migajas y soltando cagadas al azar. Ese cuarto poder que no ocupa podio alguno, pero se ufana con ahínco de estar en ese primer escalón, justo debajo del bronce, donde se empieza a partir el bacalao de la sociedad, sin darse cuenta de que, en realidad, ser el cuarto poder es ser la carne de cañón, es estar en la primera fila para tragarse las granadas que los otros tres le arrojen a la gente.

-Buenas tardes, compañeros de la prensa. Hoy la noticia no soy yo, ni mi padre, Don Leo. Hoy vengo a hablar de un héroe de verdad, de uno de los que ya no quedan. Erick Matallanas ha estado dispuesto a dar su vida por el futuro Presidente. Erick Matallanas se ha plantado delante de la muerte para salvar con su propia sangre el futuro de este país.

-Señora Castillo -una periodista enana y redicha, con la melena castaña larga hasta el hombro y la nariz más grande de lo considerable estético, se levantó fuera del turno de palabra de la prensa-. ¿Está muerto el señor Matallanas? Mis fuentes me confirman que recibió dos puñaladas de un miembro de los Latin Boys, cuando participaba en una macrofiesta ilegal que acabó con una reyerta.

-¿Cómo te llamas?

-Mary Mantilla, de El Diario El Inmigrante -continuó, incisiva, como uno de esos chihuahuas que recorren el parque amargados por tener que usar jersey-. ¿Está muerto Erick Matallanas? ¿Le mataron los Latin Boys? ¿Habrá una guerra de bandas?

-A ver, Mary, chica, tranquilízate, que nos tienes preocupados. Ahora mismo mis compañeros y yo te vemos y damos buena cuenta de que a este país le queda mucho por hacer en salud mental. Esa ansiedad te va a perjudicar.

-¿A qué hora se confirmó el fallecimiento de Matallanas, señora Castillo? -Insistía Mary Mantilla, incombustible.

-Erick Matallanas no estaba en una macrofiesta y no hubo ninguna reyerta. Mucho menos tiene nada que ver con los Latin Boys, Mary, hazte mirar ese racismo. Mi padre y yo estábamos saliendo de una cena en casa de Erick, él gentilmente nos acompañó hasta el coche, y en el aparcamiento de su urbanización, dos hombres con pasamontañas atacaron a mi padre al grito de "Queremos la sangre de Leo". Erick intervino para defenderle y se llevó la peor parte. Mi padre y yo salimos ilesos. ¡Campanas de magnicidio resuenan en España!

El bullicio de los periodistas imposibilitaba escuchar las preguntas, hasta que entre ellos mismos empezaron a llamarse al orden.

-Soy Pedro Yáñez, de El Observador de Córdoba. No ha dicho que Matallanas esté vivo, ¿lo está? ¿O está muerto, como le han informado a mi compañera? ¿Está diciendo que los Latin Boys no están implicados y que lo ocurrido es un intento de magnicidio contra el candidato presidencial?

-Exactamente eso estoy diciendo, Pedro. Y si quieren la sangre de Leo, que sepan que la sangre de Leo es la sangre de todo un país. Hago un llamamiento a acudir en masa a los bancos de sangre, a los hospitales, a las unidades móviles, ¡como si vais al veterinario! Todos los que améis a este país, id a donar. ¡Que se note que los buenos somos más y que estamos dispuestos, como Erick Matallanas, a dar nuestra sangre por Don Leo, futuro Presidente de este país!

-Patrón, ¿eso es bueno para nosotros, verdad? -Preguntó Coromoto, cogiendo la mano de Erick entre las suyas-. Hágame así -pestañeó apretando mucho los ojos- dos veces si es que sí y una sola si es que no.

Erick pestañeó dos veces.

Ruth había desatado un caos a la japonesa, una muerte por éxito, una demanda desbordada de donantes de sangre queriendo servir y dejando en evidencia las limitaciones del sistema. Le había hecho luz de gas a una periodista en directo, acusándola de no pensar con claridad debido a su salud mental, otra bandera de la campaña. Había equiparado el rechazo a la violencia de las bandas latinas con el racismo, metiéndose no solo a los Latin Boys, sino a todas las demás bandas en el bolsillo. Había conferido a Don Leo el rango de Presidente contra el que se atenta, como un Kennedy de la vida al que se le quiere matar por alinearse con colectivos con los que otros no se alinearían. Y había convertido a Erick -al no confirmar ni desmentir su muerte ni su supervivencia- en un Jesucristo moderno que se sacrifica por la humanidad, con la sangre de su costado y su resurrección a los pocos días. Erick podría hacer el milagro: sentar a Don Leo en la silla presidencial.

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora