Tener miedo, pero no asustarte

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-Señor Matallanas -el médico le miraba con una expresión compuesta, falsa, como seguro miraba a todos sus pacientes-, cuando cruzó la puerta del hospital en la camilla, con todos mis años de experiencia y, a pesar de querer salvarlo como fuera, aposté para mis adentros que usted no sobreviviría.

Erick recordó las palabras y, sobre todo, las sospechas de Mary Mantilla, la periodista, y vio una oportunidad de corroborarlas, o acercarse a ello, con su médico.

-¿Usted no suele recibir muchos pacientes huidos de una reyerta, no?

-Le sorprendería los muchos que recibo. Tenga en cuenta que usted ahora está aquí, en esta clínica, porque pudimos trasladarlo, y que su mujer y su amiga me rogaron que fuera yo quien siguiera haciéndome cargo de usted, por un tema de discreción, sobre todo, pero mi hospital habitual no es este, es...

-A donde me llevó la ambulancia...

-Es una zona vulnerable, sociodemográficamente muy diversa, y sí, suelo recibir heridos de peleas entre bandas, por desgracia, casi podría considerarlo algo normal.

-¿Suelen apuñalarse así, con este tipo de heridas?

-No es lo más común. A alguien de una banda rival y con una cuenta pendiente muy larga, lo entendería, pero en un entorno cerrado, como lo era esa fiesta... juegan más a marcarse, a darse un escarmiento y que la jerarquía se enfatice entre los miembros de la organización. A usted no le hicieron una advertencia, Erick. A usted lo apuñalaron para matarle.

-¿Ha comentado esto con alguien? De la prensa, de su familia, con quien sea, ¿lo ha hecho?

-No. Solo he hablado con su compañera, Paula Frías, y con su mujer que, por cierto, me dejó esto para usted. Me dijo específicamente que se lo diera en mano, en el momento en que recibiera su alta -el médico extendió un sobre-. Cuando esté listo, avise con el botón a las enfermeras para que vengan a acompañarle.

En cuanto las bisagras de la puerta anunciaron su cierre, Erick rompió el papel y descubrió una carta de Mia.

Cuando te dije que eras lo más normal que había tenido, no mentí. Sé que tengo fama de mentir mucho, tal vez demasiado, y no la discuto, pero sí he de decir que esa habilidad suele desvanecerse cuando eres tú a quien tengo delante. No me preguntes por qué, ni si eso es bueno o malo. Me he gastado la cabeza preguntándomelo yo y no sé responder. No sé si me resulta imposible mentirte porque te quiero o si simplemente no me esfuerzo en hacerlo porque sé que eres lo suficientemente idiota como para aguantármelo todo y perdonármelo todo. El caso es que suelo hablarte con la verdad y que no conozco mayor descanso que ese. Poder ser yo, mala, pirada, perdida, tóxica, pero real al fin y al cabo; y que ser yo sea suficiente para gustarle a alguien y que ese alguien seas, nada más y nada menos, tú, la persona más buena que he conocido.

Nunca me iría de ti por mí, no soy tan estúpida. Nunca me iría del único sitio que considero seguro. Y nunca me iría de ti para dejarte en paz y que rehicieras tu vida con una de esas mujeres que harían más feliz a tu madre que a ti mismo. Nunca te dejaría libre para tener una novia boba y unos de esos hijos inexplicablemente rubios que nacen en las familias de bien, incluso si los padres son morenos. Soy más bien lista y mezquina y sé que eso acabaría conmigo, porque tú eres lo único que en realidad me sostiene.

Tú has sabido ver lo que soy, vivir tus días dentro de mi mundo, y has logrado esa alquimia tan loca que es tener miedo, pero no asustarte.

Eres lo que me ha sostenido desde aquel primer beso que me enseñó que los besos existen más allá de una guerra de lenguas forzada por tu padre. Lo que me ha sostenido desde aquella primera vez en la que me enseñaste que todo aquello que temí y odié por años en realidad me podía gustar, si pasaba cuando yo lo quería, si te tomabas la molestia de hacerme desearlo, desearte, y si no te levantabas después, con las prisas, para decirme que me limpiara y que no se lo dijera a nadie.

Esto es lo que no sabías de mí, lo que nunca te conté sobre mi padre, lo que Robert tampoco sabe y lo que creo, gracias a Lara, la loquera, que ha creado todo este universo de ira que no consigo controlar. Por eso quemé aquellas fotos, la última vez, en tu casa. Puede que el fuego sea mi escudo, uno que creí que podía usar para protegerte y que, por lo contrario, casi te mata.

Paula tiene razón, por mucho que me joda aceptarlo: ya no puedo seguir rondándote, destrozándote, ya todo ha sido demasiado. Incluso para mí, Erick, ha sido demasiado.

Sé que muchas veces te he dicho que no te quiero, que no sé si te quiero o que no creo que te quiera... ahora mismo solo sé que nunca me iría de ti por mí, pero que me iré de ti por ti, porque tú mereces mucho más que los líos en los que te meto.

Erick cogió el móvil y marcó el número de Mia. No obtuvo respuesta. Marcó el de Paula, pero colgó tras el primer tono, pensando que, quizás, contárselo precisamente a ella no sería la mejor opción. Marcó un tercer número.

-Dígame, patrón.

-Coromoto, necesito que vayas a mi casa y vigiles a Mia. Hagas lo que hagas, no te le despegues a mi mujer. Si no sale, la esperas; si sale, la sigues. Y cualquier cosa rara que veas, me lo dices...

OTRO INCENDIO POR LLEGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora