Él tenía veinticinco inviernos cuando la eligió para desposarla.
Ella, tenía quince.
La princesa Aveeserys Velaryon fue desposada por su tío Aemond al cumplir sus quince inviernos, siendo un gran festejo, él vestía de verde, ella también tenía que vestir así, según órdenes de la reina Alicent.
Ella vistió de celeste, por los Arryn, de azul por los Velaryon y de rojo y negro por los Targaryen.
Su cabello liso estaba ligeramente trenzado, la capa que representaba su pureza tenía bordada la Casa Velaryon con la Casa Targaryen.
Tenía un lindo y fino collar, similar a la cabeza de su dragón, una cría de Balerion y Cannibal.
Sus aretes finos y platinos, acero valyrio por todo su cuerpo, sus dedos estaban llenos de anillos, su cabello tenía detalles dorados, su vestido reflejaba las alas de un dragón en sus hombros y sus colmillos en sus brazos.
Aemond la tomó del mentón, besando sus finos labios, ella no sabía besar, sin embargo, no intentó seguirle el ritmo, quedándose en su lugar.
Al pasar el banquete, fue obligada a consumar su matrimonio por parte de su esposo, llorando en el doloroso proceso y corriendo a las cámaras de su madre al terminar su pesadilla.
Rhaenyra tenía su corazón roto, Daemon sostenía su espada entre sus manos, viendo a la niña llorar, mientras Rhaenyra intentaba detener el sangrado.
—Mi dulce pequeña. —Rhaenyra lloró toda la noche, aferrada al cuerpo de su hija, mientras Daemon vigilaba la puerta y los túneles. —¿Qué clase de monstruo se atrevería a dañarte?
Aemond, Aemond Targaryen lo haría.
Sin embargo, cada noche era igual, el dolor jamás cesó, cada roce, cada brusco golpe contra sus caderas la hacía llorar, a tal punto de que los maestres tenían su leche de amapola preparada cada que la menor temblaba e iba a los aposentos de su tío.
Hasta que una noche, Aemond no le permitió beber más remedios, creyendo que en realidad bebía el té de luna.
Todo empeoró cuando su abuelo, el rey Viserys enfermó gravemente, el anciano estaba tan enfermo que no podía siquiera asistir a las reuniones como lo hizo alguna vez cuando fue joven y fuerte.
Aemond comenzaba a ser más brusco y frío con ella, eran obligados a estar juntos en cada desayuno, almuerzo y cena, en todos los banquetes y las visitas al Castillo, Aemond mantenía su mano aferrada fuertemente a su cintura cada que un lord los miraba.
Cada día que pasaba, la morena se encontraba más delgada, evitaba comer, creyendo que así sería menos atractiva para su esposo y su deseo carnal disminuiría.
Sin embargo, su esposo era insaciable y mala persona.
—No me importa sí mueres por no comer, te sigues sintiendo igual que el primer día, si tu deseo es morir, hazlo, pero avísame cuando lo harás, para disfrutarte por última vez, a menos que desees que folle con tu cadáver, podría hacerlo. —murmuró, con sus rostros cercanos, mientras enterraba su cara en su cuello y ella soltaba un gran gemido lastimoso.
La había desgarrado.
Los maestres estaban conmovidos, Aemond siquiera había tratado de arreglar sus aposentos, o arreglarse así mismo, solo tenía una ligera bata de lino fina, rojiza, mientras estaba sentado, mirando como su esposa mantenía sus piernas sobre la cama y miraba al techo, las lágrimas se le habían secado.
—Princesa... ¿Cómo pudo ocurrir algo cómo esto?
—¿Se ha golpeado?
—Con 26 centímetros. —Aemond murmuró, bebiendo una copa de vino.
—Esto no... esto no es sano, mi príncipe.
—Es mi esposa, no me ha dado herederos.
—¿Y no cree qué es mejor buscar otra?
—¿Por qué lo haría?
El maestre suspiró, él sabía porqué la menor no quedaba encinta todavía, no podía decirlo.
—Mi príncipe, si usted dejase de ser tan brusco con ella a la hora del acto, ella podría quedar encinta, me temo que el salvajismo roza con su útero y la hace sangrar, podrían tener un bebé sano.
Aemond murmuró, los maestres pronto se retiraron, Aemond suspiró, acostándose en la enorme cama al lado de su esposa, quién le daba la espalda, él la miró, atrayendo su cuerpo hacía él.
—Ya deja de temblar. —murmuró, los temblores fueron disminuyendo, al mirarla, notó que finalmente se había dormido.
[***]
Cuatro lunas pasaron, finalmente la princesa estaba encinta, con cuatro lunas gestantes.
Su vientre ligeramente hinchado era una felicidad para todo el reino, Aemond al enterarse sonrió y la tomó entre sus brazos, siendo extremadamente cuidadoso con su ahora hinchado vientre de seis lunas.
—Esposa, despierta.
—¿Madre? Déjame dormir, me duele todo el cuerpo.
—Estás a nada de empezar tus labores esposa. —Aemond murmuró, su vientre estaba completamente desnudo, permitiendo ver lo redondeado que estaba. —mi dragoncito. —el peliblanco murmuró, sonriendo cerca del vientre de la menor.
Ella no sentía el mínimo afecto por su tío, sabía quién era él, y sabía lo que pensaba de sus hermanos mayores, y su hermano menor, Joffrey.
Sabía todas las habladurías de las víboras verdes del Consejo y cómo gozaban de saber lo que Aemond le hacía.
—Mi dragón ya quiere salir. —murmuró besando el vientre de la morena, recibiendo un leve golpe. —mi niño ha pateado. —murmuró Aemond sonriendo.
—Aemond por favor...
—¿Qué? Los maestres recomiendan sacar al niño por el mismo lugar por el que entró.
—Por favor Aemond. —murmuró, sabía que no le haría caso. —mi amor.
—¿Sí? —murmuró, su único ojo parecía estar complacido.
—Por favor, aún estoy encinta. —murmuró. —puede dañar a nuestro hijo. —dijo, quedando sentada en el regazo de Aemond.
El mayor tenía sus manos en sus caderas mientras el enorme vientre los separaba a ambos.
Se permitió apreciarlo, su cara era fina y su nariz era recta, su piel era pálida y parecía porcelana, la cicatriz y el parche lo hacían ver más intimidante.
Con timidez, acarició la cicatriz, el mayor cerró los ojos ante su tacto y se relajó.
—Hm.
—¿Qué tienes debajo del parche?
—No un ojo gracias a Luke.
—Aem...
—Aemond suspiró, quitándose el parche. —¿Contenta?
—Aveeserys suspiró, tocando la cicatriz, conforme iba acercándose al zafiro sentía a su esposo tenso. —no te haré daño, Aemond.
—¿Por qué?
—Ya te he dañado lo suficiente. —murmuró gimiendo.
Aemond miró su pantalón mojado y con una sonrisa la miró.
—He roto fuente.