Advertencia: Intento de Smut.
—¡Hermana! —Lucerys dijo, sonriendo al ver a su hermana menor, aunque fuese por un año. —¿Has venido a vernos entrenar?
—¿O has venido a ver a Admund Celtigar? —Jacaerys río.
—¿Qué cosas dices, Jace?
—Eres mi hermanita y te conozco. Celtigar es un buen partido y es un gran escudero y...
—Sobrinos, veo que han venido a entrenar. Sobrina. ¿No deberías estar con Helaena o tu madre?
—Tío, no te metas en cosas que no son de tu interés.
—¿O ver escuderos es mejor qué cualquier otra actividad?
—No lo sé tío, tu los vez todos los días. ¿Qué me recomiendas?
—Volver con tu madre, princesa, el patio no es para hermosas doncellas.
—¿Es por ello que esas pobres mujeres están aquí esperando a que las notes?
—Como dije anteriormente, no es sitio para una hermosa doncella.
—Gracias por tu preocupación tío, pero me interesa ver a mis hermanos. —dijo, dándole la espalda al mayor, dirigiéndose al niño Celtigar. —Admund, suerte.
—Gracias mi princesa, mi entreno será dedicado a usted.
—Es usted muy atento, mi lord. —sonrió la menor.
—Mi próximo oponente será Admund Celtigar. —anunció Aemond.
—Mi príncipe, es un niño. —susurró Cole.
—Es un digno oponente. —opino el peliblanco.
—No te preocupes Admund, Aemond habla mucho y realiza poco, tú puedes con él.
Sin embargo, aquello no fue así, el pobre niño iba camino a la enfermería desangrándose mientras Aemond se reía de él, Jacaerys y Lucerys se marcharon antes, Daemon había venido por ellos, intentó llevarse a la menor, sin embargo, ella insistía con ver a su amigo terminar.
Con notable furia, abandonó el Patio y se dirigió al interior del Castillo, siendo perseguida por Aemond.
—¡No me toques!
—¿Qué te sucede? Le gane a ese niño, justamente.
—¡Le llevas cuatro años de ventaja! Admund es solo un niño, un joven escudero.
—¿Y? ¿Acaso quieres qué él te proteja, princesa? Es débil.
—Mi esposo no tendría porqué portar un arma cuando las Capas Doradas nos protegerían.
—¿Esposo? Es débil y deseas casarte con él. No me hagas reír sobrina.
—Ya has reído mucho. —gruñó, intentando entrar a la Fortaleza, siendo jalada por Aemond hasta el establo, en dónde, no había nadie, colocándose encima de la menor. —¿Qué? ¿Vas a terminar con lo qué empezaste?
—Esto me trae un cierto recuerdo. ¿Recuerdas? Podría acostumbrarme a tenerte debajo de mi. —dijo y Aenyra intentó golpearlo, tomó sus manos colocándolas encima de su cabeza. —a esto también.
—Eres un maldito bastardo. —gruñó.
—Lindos senos sobrina.
—¡Eres un asqueroso! —gruñó, conforme intentaba moverse, su vestido con notable escote se movía junto a ella.
—Shh, podríamos darle un mejor uso a tus lindos labios. —murmuró, besándola.
Sus intentos fueron inútiles, Aemond tenía más fuerza que ella, y el sentir sus labios en sus senos no fue de ayuda.
Ambos se besaban con furia ahora, lo difícil no fue caminar a los aposentos del mayor, lo difícil fue caminar sin dejar de besarse entre los pasadizos secretos, con Aemond sujetándola con sus piernas alrededor de su cadera mientras ambos discutían por el control.
La acostó en la enorme cama, besando su cuello, deshaciéndose de sus ropas, cuando la menor estuvo desnuda en su cama, no dudo en acercarse y besar sus senos.
—¿Eres virgen?
—Sí. —murmuró. —Admund dijo que me esperaría.
—Oh, pues ya no más. ¿Admund te ha tocado?
—No.
—Pobre bastardo, no sabe del festín que se pierde. —dijo enterrando su cara en medio de sus piernas. Aenyra gritó ante la intrusión, arqueando su espalda en la enorme cama del mayor.
Aemond disfrutó escuchar los jadeos y gemidos de la menor, mordiendo su labio al escucharla reprimir sus gemidos, una vez que la menor había llegado, de colocó entre sus piernas, riéndose al ver la cara asustadiza a la morena.
—¿Acaso quieres medirla con algo? —preguntó de rodillas entre las piernas de la morena.
—Nada habría servido, es diminuta.
Aemond se acercó a ella, mordiendo su labio, balanceo sus caderas haciendo que ambos rozaran.
—¿Y sí averiguas qué tan grande es, pequeña tonta? Tal vez has visto a escuderos con sus penes diminutos. —dijo, mordiendo su seno, dio un leve golpe de su parte contra la suya. Ante esto, Aenyra levantó su cadera. —¿No que eras doncella? —río, entrando en ella con facilidad.
Su pelvis chocó contra la de su sobrina, escuchando los pequeños jadeos de la menor, sintiéndose dichoso, hasta que su paciencia acabó y su velocidad fue aumentando haciendo que la peliblanca gimiese y arañase su espalda.
—¿Eso es todo lo qué tienes, anciano? —preguntó, y el único ojo de Aemond ardió con lujuria, enderezándose y alzando su trasero, sonrió al balancearse encima de la morena, aferrando sus caderas y moviendo su cuerpo contra su pelvis.
—Sí terminaste debajo de mi. —murmuró Aemond, adentrándose. —y podría acostumbrarme.
—Vete a la... —dijo, sin embargo, Aemond la había quitado de la enorme cama, colocándola frente al fuego, sus rodillas chocaron contra el suelo, atrapó sus manos a la espalda, inclinándola, pegando su cara en el frío y duro piso de piedra.
—¿Que diría mi hermana mayor al ver a su única hija, de rodillas ante mi? ¿Follando conmigo? ¿Hmm? —gimio, empujando. —Te ves tan bien desde aquí. —dijo, sin dejar de golpearla, siendo más profundo y violento. La peliblanca tenía los ojos cerrados. —mírame mientras te enseño lo que un buen hombre sabe hacer. —gruñó. —así dejaras de mirar a los escuderos. —gimió, Aenyra miró como su cabello se mantenía en su lugar mientras estaba sudado y gruñir con cada empujón.
Sin delicadeza, tomándola del cuello la dirigió nuevamente a la enorme cama, sin delicadeza, volvió a embestir dentro de ella.
La enorme cama golpeaba la pared de piedra, con los gemidos de la peliblanca y los gruñidos de Aemond, notando como sus pechos se movían con brusquedad ante sus embestidas.
—Quiero correrme cuando tu lo hagas. —dijo, sintiendo el apretón de la menor. —voy a correrme dentro de ti. —exhalo el mayor. —todos los días, no me importa lo que mi madre o el anciano de mi padre o mi hermana digan. —gimió, aún empujando, Aenyra dio un último gemido, deshaciéndose alrededor del mayor, quien con su último empujón, gimió, derramándose dentro de ella. —no vas a casarte con Celtigar, menos teniendo mi semilla creciendo dentro de ti y con tu pureza en mi cama.
¿Qué había hecho?