Se puede ser feliz

3 0 0
                                    

Dayan, Pablo y Elliot quedaron de reunirse en el estudio a temprana hora de un sábado, debían prepararse para un concierto local que darían en dos semanas.

Adam no asistiría a ese ensayo ya que había recibido una llamada de su madre, al parecer su padre por fin quería hablar con él. Adam esperaba que las cosas entre ellos se solucionaran, así que aprovecharía el fin de semana para visitarlos.

Antes de llegar al estudio, Dayan y Pablo desayunaron en un restaurante y al salir de ahí pasaron al lado de una tienda para bebés. Dayan se enamoró de un trajecito y unos pequeños zapatitos que sin dudar compró para Any.

Mientras esperaban en el vestidor a que Elliot llegara, Dayan continuaba admirando lo que había comprado, ella pensó en guardar las prendas ahí mientras ensayaban.

Dayan extendió la ropita sobre la mesa al centro de la habitación.

—¡Ay, son preciosos! Y los zapatitos me encantaron. Son una ternura.

Pablo solo sonreía, le gustaba ver a su novia contenta.

—La vas a llenar de cosas. ¿Qué tal si no le gustan?

—Claro que le gustará, todo es lindo. Además, es solo el segundo regalo que le doy.

—Por ahora.

La puerta se abrió y los dos estaban por reprender a Elliot por llegar tan tarde, pero quien entró fue Adam.

—¿Qué hay? —saludó el bajista, que sostenía un vaso con café.

De inmediato Dayan y Pablo se colocaron uno al lado del otro formando una barrera, dejando atrás de ellos la ropa de bebé para que Adam no pudiera verla.

—Hola —respondió un nervioso Pablo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Dayan.

—Ah, mamá llamó anoche y dijo que estarían ocupados —comentó con desanimo—. Tal vez papá se arrepintió de verme. —Se encogió de hombros—. Como sea.

La pareja continuaba en la misma posición, nerviosos y en alerta.

—¿Qué les pasa? —preguntó Adam.

—Nada, ¿por qué? —Dayan se cruzó de brazos, intentando parecer calmada.

—Los dos están ahí cruzados de brazos. Ya comienzan a actuar igual, no deberían pasar tanto tiempo juntos.

Dayan y Pablo se miraron el uno al otro, no se habían percatado de que tenían la misma pose. De inmediato ambos bajaron los brazos.

Adam comenzaba a sospechar que algo no andaba bien. Caminó hacia un lado de la mesa y así logró ver lo que había detrás de sus amigos.

Dayan no trató de esconderla, de lo contrario sería más difícil usar alguna excusa.

—¿Y esto? —preguntó Adam, extrañado. Tomó los zapatitos.

—Son para Rosy. —Fue lo primero que vino a la mente de Dayan—. Para su bebé.

Adam bufó.

—No se mucho de bebés, pero esto no va a quedarle al bebé de Rosy —dijo y de nuevo dejó los zapatos sobre la mesa—. Ese niño ya está grande y esto es para un bebé pequeño.

Rosy seguido los visitaba en Star y obviamente llevaba a su hijo. Por tal motivo todos sabían que tanto había crecido el pequeño.

—¿Tú crees? —Dayan fingió no tener idea.

Adam solo se encogió de hombros.

—Pues no importa, puedo cambiarlos o devolverlos. Lo haré más tarde.

Canción De AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora