Una pequeña esperanza

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Durante la cena no hubo mucho tema de conversación, el padre de Any era quien más hacía preguntas y los demás respondían brevemente. Luego de cenar Any y su madre se dirigieron a la cocina como la noche anterior.

—¿Vas a decirme qué pasó?

—¿De qué hablas? —preguntó Any evitando mirarla.

—No te hagas. Sabes a lo que me refiero.

—Nada. Te lo dije, son mis hormonas.

—¿Te hizo algo?

—¿Adam?

—¿Quién más?

—Por supuesto que no, mamá.

La mujer tomó a Any de los hombros para que volteara, levantó ambas cejas y la miró fijamente exigiendo la verdad. No hubo necesidad de preguntar otra vez, Any no tuvo más remedio que contarle sobre el sueño y terminó llorando de nuevo con su madre.

Más tarde siguieron conversando los cuatro en la sala. Como al siguiente día regresarían a casa, la madre de Any les recitó una larga lista de consejos a tomar en cuenta durante el embarazo. Por más que Any le decía que no se preocupara, que ella estaría bien, la mujer insistió en que no olvidara sus consejos.

Hace pocos minutos que Adam había subido a la habitación a dormir, Any estaba por hacerlo también, pero antes le dio las buenas noches a su madre quien estaba sola en la cocina regando una pequeña planta. El padre de Any ya hacía rato que estaba dormido, al hombre no le gustaba quedarse despierto hasta tarde.

—Buenas noches, mami. —Le dio un beso—. Ya subiré a dormir.

—Descansa —dijo con una sonrisa.

Any dio media vuelta, pero antes de salir de la cocina su madre la llamó:

—Any.

—¿Qué pasa? —Regresó al lado de su mamá.

—Que duermas bien —comentó conservando una leve sonrisa.

—Gracias.

A Any le pareció extraño que solo la llamara para eso, creyó que quería decir algo más, pero su madre se quedó callada, solo mirándola. Any de nuevo dio media vuelta y luego de un par de pasos la mujer dijo:

—No hagan mucho ruido.

Any de inmediato se giró.

—¡¿Qué?! —preguntó, asustada. Esperaba que no se refiriera a lo que ella estaba pensando. Pero para desgracia de Any su madre sonrió aún más—. ¡Ay, mamá, no! ¿Nos escuchaste?

—Oh, sí. —Se cruzó de brazos—. Por suerte tu papá tiene el sueño muy pesado, si no... Hubiera sido capaz de mandar a Adam al sillón. En el mejor de los casos.

—Ay, mamá, que vergüenza —dijo cubriéndose el rostro con las manos.

—Ya, ya, olvídalo —comentó haciendo aspavientos—. Pero enserio, no hagan mucho ruido —de nuevo sonrió.

—No, claro que no —aseguró, todavía apenada.

—De hecho, dudaba de lo que escuché, puesto que están enojados.

—Ni siquiera yo sé por qué pasó. Solo... Pasó. —Se encogió de hombros.

—De verdad espero que puedan arreglar las cosas. —Se acercó a Any y le dio un beso en la frente—. Ya ve a dormir.

—Te quiero, mami.

—Yo a ti, mi niña.

Ambas se abrazaron.

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