Arthur
El sol ya se había ocultado y las sombras se adueñaban de la casa. Mi padre, un hombre de aspecto intimidante con una mirada fría y calculadora, entró en la sala con una botella de licor en una mano y el ceño fruncido.
—¡Arthur! —rugió, su voz retumbando en las paredes.
Mi corazón latía con fuerza mientras me levantaba del sofá, anticipando lo que estaba por venir. Mi madre, en la cocina, estaba ocupada con los platos, pero su mirada reflejaba miedo y resignación.
—¿Dónde estabas? —gritó mi padre, acercándose amenazadoramente.
—Estaba en la escuela, papá. —Mantenía la voz firme, aunque por dentro temblaba.
Un golpe repentino me hizo caer al suelo. La botella de licor se rompió en mil pedazos, esparciendo el agrio olor por la habitación. Mi padre me tomó del cuello de la camisa y me levantó como si fuera un títere.
—No toleraré mentiras, ¿entendiste? —susurró, su aliento viciado por el alcohol.
Asentí, incapaz de hablar. Sabía que cualquier palabra incorrecta podía desatar su furia. Mi madre, en la cocina, bajó la mirada y continuó con su tarea, como si quisiera desaparecer.
Mi padre me arrastró por la casa, golpeándome sin piedad. Cada golpe, cada insulto, era como un recordatorio de mi insignificancia. Sentía el sabor metálico de la sangre en mi boca, pero no me atrevía a llorar. Llorar solo aumentaría su ira.
Llegamos a mi habitación, y él cerró la puerta con un golpe seco. El ruido sordo resonó en mi cabeza, y su risa cruel se mezcló con el zumbido persistente de mis oídos.
—Eres una vergüenza. ¡Un error que debería corregir! —gritó, mientras yo intentaba defenderme como podía.
Las horas pasaron lentamente. La violencia de mi padre dejó su huella en mi cuerpo maltratado. Cada golpe era una lección, un recordatorio de mi supuesta inferioridad. Mi madre, desde el otro lado de la puerta cerrada, no hizo nada para detenerlo. A veces, sus sollozos eran lo único que rompía el silencio.
Cuando mi padre finalmente se cansó, me dejó tirado en el suelo, roto y herido. La habitación olía a sangre y a miedo. Mi madre entró con cautela, trayendo consigo una toalla húmeda y mirándome con ojos vacíos.
—Lo siento, Arthur. —Susurra, y aunque suena sincera, sé que su disculpa es tan inútil como su silencio.
La noche se desvaneció en oscuridad, y me quedé solo en mi habitación, sumido en el dolor físico y emocional. A veces, cuando todo estaba en calma, me preguntaba por qué mi madre no hacía nada para protegerme. ¿Era por miedo o era complicidad? Las respuestas seguían siendo un enigma.
Aprendí a ocultar las marcas, a sonreír aunque me sintiera roto por dentro. El miedo se convirtió en mi compañero constante, y la confusión sobre la relación entre mi madre y mi padre se quedó grabada en mi mente como una cicatriz indeleble.
Aquella noche, mientras yacía en mi cama, supe que tenía que encontrar una manera de escapar de ese infierno. La semilla de la resistencia y la determinación comenzó a germinar en mi interior. No permitiría que mi vida estuviera definida por el abuso y la sumisión. No importaba cuánto me costara; encontraría mi camino hacia la libertad.
La mañana después de aquella oscura noche, me arrastré fuera de mi cama y enfrenté el espejo. Las marcas de la brutalidad de mi padre aún eran evidentes en mi rostro. A pesar del maquillaje y las mentiras, mi reflejo me recordaba la batalla interna que libraba todos los días.
Decidí ir a la escuela. No podía permitir que mi vida se desmoronara completamente. Caminé por los pasillos con la cabeza baja, ocultando mis heridas bajo la fachada de un estudiante normal.
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Polos Opuestos [BL]
Romance¿Recuerdas alguno de tus amores de preparatoria? Mi abuela siempre decía que los amores de preparatoria eran inocentes y una parte importante de nuestro desarrollo. Desafortunadamente, mi experiencia no fue tan ideal. Cuando conocí a Arthur, mi vida...