|Capítulo veintidós|

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Downey.

He temido por pocas cosas en la vida, o no, tal vez he sentido miedo de todo desde que en mi propia casa no encontraba algo de estabilidad. Pero en lo que más he sentido terror fue esa vez en la que Bea se encontraba temblando en mis brazos por una alta fiebre y yo no sabía qué hacer porque solo era un puto niño.

Y ahora el sentimiento está igual de presente que ese día, solo que Bea es Jade y ella se encuentra completamente desmayada entre mis brazos.

—Tenemos que llamar una ambulancia o ir al hospital, joder.

Matilda estaba apunto de desmayarse también mientras maquinaba qué demonios hacer. Ir al hospital era una opción, pero no quería tener que meterla en un jodido carro cuando sé que le teme.

No quería.

—Lo siento, Jade —susurro en su cabello sin poder detenerme de apretarla a mí—. ¿Puedes llamar un taxi?

—Mejor pido un Uber.

Asiento hacia ella, me dedico a observar por todo su cuerpo buscando la herida que había dejado la sangre en su camisa del instituto. Fue solo cuando comencé a recorrer con mis dedos su abdomen que me di cuenta que estaba temblando.

Me fijo en sus ojos, esos ojos que siempre me hacían recordar al otoño por el café de ellos. Esos ojos que amaría que su atención solo fueran para mí. Esos ojos de los que estoy perdidamente enamorado.

—Jade, por favor, preciosa.

No sabía qué le estaba pidiendo, pero de solo ver la sangre y sus ojos cerrados algo en mi pecho se remueve con horror. Trago en seco, no pasará nada. Ella volverá a mí. Pelearemos por unos segundos y luego la abrazaré tan fuerte como pueda por tenerla conmigo

—Ya llegó el Uber.

Después de eso solo me acuerdo de correr con ella entre mis brazos por el pasillo del hospital y Matilda detrás de mí.

🏈🏈🏈

Seguía inconsciente. Respiraba con normalidad pero nada parecía hacerla querer despertar. Al final terminé solo en la habitación ya que Matilda tuvo que irse porque sus padres se encontraban ya preocupados por su paradero. No sé qué hora es.

—No entiendo por qué no despierta, doctor.

—Yo tampoco, se encuentra en un buen estado a pesar de las ojeras en su rostro que indica que no duerme del todo bien. La herida que recibió gracias al cristal no fue tan grave ni se incrustó tan profundo, al igual que no recibió ningún golpe en la cabeza del que debemos preocuparnos —asiento a cada palabra que dice, relajándome al escuchar que al caer no recibió ningún golpe en una zona importante—. Solo tenemos que esperar a que se despierte, en cuanto lo haga me avisas.

Asiento, relamo mis labios caminando hacia la cama en la que se encuentra. Sus labios entreabiertos son raros de ver sin algún brillo en ellos, al igual que su rostro pálido y esas marcas debajo de sus ojos. Son realmente notorias, y, pese a eso, yo no las noté.

Una mueca se forma en mis labios al comprender que no le he puesto la suficiente atención como se merece.

—Estoy aquí. Prometí no dejarte y aquí estoy —murmuro, me acerco solo para dejar un beso en su frente—. Ahora, por favor, cumple tu promesa y no me dejes.

Acaricio sus cabellos en un intento de peinarlos, mis dedos se deslizan suavemente por sus cejas hasta llegar a la forma de sus ojos y su nariz. Las delineo y detallo con fijeza y miedo de no poder hacerlo nunca más. Y mis ojos se detienen en sus labios, en el pequeño puchero que parece siempre hacer, en el arco de cupido que me mantiene despierto. Muerdo mi labio inferior, negándome a mí mismo tal acto. No podía hacerle eso en ese estado, si planeaba besarla lo haría cuando ella esté despierta y pueda seguirme el beso.

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