|Capítulo ocho|

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Downey May.

Estaba tan acostumbrado a mirarla con el uniforme o solo estúpidos poloche holgados, que tener frente a mí a Jade Matthews con un vestido, me dejó fuera de base.

Mis ojos no se apartan de sus piernas descubiertas gracias al corto del vestido, mismo que era de una tela fina negra y de tirantes con escote delantero y toda su espalda descubierta y enlazada por lo tirantes del vestido..

Sus hombros estaban al descubierto y su cuello también, mismo cuello que tuve la oportunidad de oler en aquella cafetería y mismo cuello que me invitaba a acercarme ahora mismo para repetirlo. 

¿Qué demonios estoy pensando? Es Jade, carajo.

Cierro los ojos, dando un suspiro.

Luego de que todo esto termine, estaré tan feliz de librarme de ella.

—¿Por qué quiere ella verme?

—Le caíste bien —murmuro entre dientes.

Estaba más irritado desde que la vi salir con el vestido de su habitación, sentía mi corazón bombear lava caliente en lugar de sangre. Ella se detiene en seco, provocando que la imite y gire a verla. Me encuentro con sus ojos curiosos y confundidos fijos en mí.

—¿Le caí bien?

—¿Qué pasa? ¿Te sorprende que le caigas bien a alguien? Créeme, a mí también —gruño.

Al final tuvimos que caminar porque la caprichosa no quiso venir en mi auto, mismo que había quedado en frente de su departamento.

Esperaba encontrarlo completo mañana.

—¿Te han dicho lo imbécil que puedes ser a veces?

Carcajeo sin gracia.

—Sí, cómo diez veces al día.

Estábamos cerca, no puedo creer que ella me haya hecho caminar desde su casa hasta la mía considerando la maldita distancia entre está. Lo increíble es que no se ha quejado una mierda.

Cuando Raisy no podía ni siquiera imaginarse caminar desde su casa a la mía.

Niego, removiendo mis pensamientos. No es posible que esté comparando las acciones de esas dos chicas.

Son diferentes, demasiado como para pensar en compararlas.

—Genial, ya llegamos —la escucho gritar.

Su repentina alegría ante el hecho me deja noqueado, nunca había escuchado la voz de Jade Matthews con otra emoción conmigo que no sea enojo y desagrado.

Relamo mis labios abriendo el portón.

Nos introducimos en silencio, puedo escuchar los pasos de ella inseguros y lentos mientras me obligo a controlar mi desesperación.

Odiaba que las personas caminarán lento.

—¿Puedes caminar más rápido? —gruño entre dientes.

—¿No tienen un perro? ¿O solo eres tú? Porque de tantos gruñidos...

La tomo del brazo obligándola a caminar, la escucho quejarse mientras golpea mi brazo una y otra vez con fuerza. Nos adentramos a la casa, cierro la puerta tras de mí para luego girarme a ella.

Cómo era de esperarse, está enojada.

Guao, una nueva noticia.

—¿Tengo que recordarte que esa línea en tu cuello la hice yo? Vuelves a tocarme y te romperé la mano, Downey.

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