|Capítulo tres|

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El instituto tenía todo un campus disponible para el equipo de fútbol, pese a eso, constaba también con una cancha para los otros clubes deportivos como voleibol y aquellos aficionados por el basquetbol.

Cuando me adentré a este espacioso lugar, estaba desolado.

Confundida, retorné al pasillo en busca de un hombre con el nombre de entrenador Rundell.

Mientras caminaba por el pasillo, el cuál estaba más que vacío, sentí una clase de escalofríos.

De repente alguien no estaba sola por completo, y ese alguien era yo.

Trago en seco, hago puños mis manos para luego caminar con más velocidad hacia el campo de fútbol.

Si el entrenador no estaba donde creí que estaría, eso significa que estaba en su segunda casa.

Me dirigí al lugar con rapidez y algo de furia, odiaba que me mandarán a un lugar erróneo donde no encontraría nada.

No debí creer en ese chico en primer lugar, pero considerando su aspecto sudoroso y sus mejillas sonrojadas, creía que venía de la clase de física.

Mientras me acercaba se escucharon los bullicios de esos orangutanes junto con los silbidos y gritos del profesor. Me arrepentí de haber entregado esa hoja tres días atrás.

—¡Vamos, vamos, vamos! ¡Winslet, levanta tu trasero! —era rudo.

Eché una ojeada a los chicos, estaban equipados lo suficiente y sudados hasta el culo. Podía ver la cara de sufrimiento de uno de ellos, y más cuando terminaba tacleado por otro.

Lucían agotados.

Trago en seco, intentando calmarme, no tenía por qué temer. El fútbol americano no se compara en nada con el voleibol femenino, no tenía ni por qué sentirme presionada.

—Profesor Rundell —lo interrumpo.

Estaba a punto de gritar de nuevo, sus cejas rubias y fruncidas se elevaron de sorpresa. Y luego se inclinaron en entendimiento.

—Jade —sonrío.

—Sí, es mi nombre —junto mis manos, carraspeo—. Creía que tenía que estar en la cancha de voleibol a esta hora —señalo.

Desde pequeña, me había metido en problemas por decir las cosas sin anestesiarlas, o porque no me andaba por las ramas para ningún tipo de tema, la mayoría del tiempo esa era una de las tantas razones por la que mi madre y yo peleábamos.

Quién diría que incluso los gritos de una persona pueden doler al extrañarlos.

—Oh, ¿no leíste el mensaje?

Sentí mi párpado moverse involuntariamente.

—¿Qué mensaje, exactamente? —curioseo apretando los dientes.

Suspiró, susurró algo que me pareció una maldición y luego sopló el silbato.

—¡Descanso de diez minutos! —festejaron con un perezoso sí.

Algunos caminaron sin fuerzas hacia las gradas donde una neverita pequeña se encontraba disponible, tomaron botellas de aguas y se despojaron de sus polos.

Se tiraron en el césped.

Volví mi atención al profesor cuando giró hacia mí.

—Le encargué a Raisy para que te avisara que no habrá práctica hoy —asiente—, supongo que ella...

—¿No hizo una mierda? Está en lo correcto —no me retracté cuando me observó de mala manera por la palabra malsonante—. De acuerdo, no hay práctica, ¿cuándo sí?

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