Capítulo 29

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Giovanni DeLuca

- ¿Entonces, tenemos un trato?- pregunté mirando a los hombres trajeados, sentados delante de mí, en mi despacho.

Se miraron entre ellos seriamente.

- Lo tenemos- contestó uno sin apartar los ojos de mí.

- Bien, les enviaré las coordenadas en las que nos encontraremos, es un almacén. Los veré allí en dos días a las...

Todos dirigimos nuestras miradas al móvil que había encima de la mesa y empezó a vibrar.

Lo cogí dispuesto a colgar, pero cuando vi el nombre de la persona, acepté la llamada al segundo.

- Oye, luego te llamo, que me pillas algo ocupado ahora mismo...

- Ayuda... Por favor- oí que susurró débilmente.

- ¿Alexis?

No me contestó, me levanté de golpe repitiendo varias veces su nombre, pero seguía sin contestarme.

Me acerqué a la puerta, bajo la atenta mirada de mis acompañantes, donde se encontraba uno de mis hombres de seguridad.

- Localiza de dónde proviene la llamada, ahora- asintió, y salió por la puerta.

Me di la vuelta, viendo como todos tenían una mirada confusa en sus rostros.

- Lo siento mucho, pero les voy a tener que pedir que se retiren.

- ¿Va todo bien?

- Me ha surgido algo, ya les enviaré todos los datos que necesitan saber sobre el sitio donde nos encontraremos.

- Perfecto.

Se levantaron y me estrecharon la mano, pero el último, al contrario que los otros, que habían salido por la puerta, se quedó quieto, mirándome.

- Espero que esté todo bien con su novia- intenté hablar, pero no me dejó-. Y no intenté negármelo, se lo he visto en la cara. Suerte.

Justo cuando salió, entraron varios de mis hombres y uno de ellos, iba con un ordenador en la mano, el cual dejó en la mesa al llegar a mi lado.

- ¿Qué tenéis?

- Hemos triangulado la señal del teléfono, está en medio de una calle en un barrio residencial deshabitado desde hace bastantes años.

- Bien, envíame las coordenadas- hablé, mientras salía corriendo de la habitación.

Me dirigí hacia una de las furgonetas que había y me senté en el asiento del copiloto. Al segundo de cerrar la puerta, Leo arrancó y yo puse la dirección en el GPS.

- ¿Alguna idea de lo que ha pasado?- me preguntó, acelerando hasta llegar a los ciento cincuenta kilómetros por hora.

- Ni idea, solo me ha pedido ayuda. Creo que se ha podido desmayar

Nos movíamos de un lado al otro con violencia, a causa de las ramas y la alta velocidad a la que íbamos. Cuando conseguimos salir del bosque y llegamos a la carretera, Leo pisó aún más el acelerador.

- Estamos a tres calles- avisó.

Pude ver a lo lejos la figura de una persona desplomada en el suelo.

- Mierda- susurré.

- Lo veo.

Frenó de golpe a un par de metros, haciendo que nos moviéramos hacia delante con brusquedad. Ni siquiera lo pensé, cuando salí con rapidez del coche y me dirigí hacia esa figura, con Leo detrás de mí.

Nuestro testigo, la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora