Capítulo 40

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Giovanni DeLuca

- Disculpe, señor- abrí los ojos, mirando al hombre de traje que me estaba hablando-. Acabamos de aterrizar en Nueva York. Su padre le reclama en el mismo sitio de siempre, tiene que estar allí en veinte minutos.

Asentí, sin decir nada. Me levanté y alisé la camisa con las manos, mientras bajaba del avión y me recibía una brisa helada. Caminé hasta la furgoneta que había en frente, y entré.

Leo estaba al volante, y cuando llevábamos poco más de cinco minutos de trayecto, habló:

- ¿Cómo lo llevas?

- ¿El qué?- pregunté fijando mi mirada en el paisaje que pasaba con rapidez por la ventana.

- No finjas que no sabes de lo que hablo. Llevas más de un mes sin verla ni hablar con ella. Créeme que no soy el único que ha visto cómo has cambiado. Ya no sonríes y vas por ahí como alma en pena.

- No seas exagerado- me froté los ojos y suspiré-. Además, si no sonrío es porque no tengo motivos para hacerlo, ahora me gustaría descansar un rato, ha sido un viaje bastante pesado.

No contestó, y yo lo agradecí. El resto del camino me lo pasé pensando en una sola cosa, o mejor dicho, persona: Alexis. No salía de mi cabeza, y la odiaba por eso. O al menos, era eso de lo que me trataba de convencer. En mi mente se repetía constantemente, como en una especie de bucle, la discusión, que fue la última vez que nos vimos. Era consciente de que si no nos habíamos vuelto a ver, era por mí, porque yo estaba tratando de evitarla a toda costa; Ni siquiera la podía mirar a la cara sin pensar en esa traición y en que me había utilizado y manipulado como si fuera su marioneta, aunque no podía dejar de amar y admirar sus ojos y su sonrisa.

Sabía que lo mejor era que no volviera a hablar con ella o a tener algún tipo de relación, porque lo único que conseguiría era hacerme más daño. Alexis Moore fue la primera persona en la que confíe plenamente, a la que le conté absolutamente todo sobre mí y a la que le mostré lo más profundo de mi alma... y terminó haciéndome más daño del que cualquier persona hubiera hecho antes.

Pestañeé al notar la vista un poco entumecida, y rápidamente me pasé una mano por los ojos para quitar esas lágrimas, que habían aparecido sin que me diera cuenta, y exhalé con fuerza. Desde que pasó, me había permitido llorar una sola vez, no podía dejar que me afectara ni personal ni profesionalmente, lo único que tenía que hacer, era continuar con mi vida como si no hubiera pasado nada. Aun así, el vacío que sentía en mi interior, era un recordatorio constante de que había perdido a la persona que me había devuelto la vida.

Salí de mi ensoñación cuando me di cuenta de que el coche se había detenido, y me bajé del vehículo sin mirar a Leo. Caminé hasta el edificio y entré en una sala, donde ya estaban todos en traje y reunidos.

- Señor DeLuca, me alegro de volver a verle- asentí en dirección del hombre que habló y me senté a la cabeza de la mesa, teniendo a mi padre en el lado derecho-. Os he llamado porque, al parecer, ha habido ciertos problemas. Empezando por la DEA, me he enterado, por unos contactos, de que últimamente están más atentos al tráfico de drogas, y se han vuelto algo impacientes debido a la muerte de más de dos docenas de adolescentes que querían probar "algo nuevo".

- ¿Eso qué tiene que ver con nosotros? Nuestro producto es de buena calidad y hemos sido muy cuidadosos, no provoca la muerte, solo... un subidón- contestó otro, nombre del cual no me acordaba, frunciendo el ceño.

- Han clonado nuestra droga, la base es la misma, pero le han añadido algo que hace que sea unas veinte veces más potente que el fentanilo, y un gramo de eso, podría anestesiar hasta a un caballo. Además, se está vendiendo por el triple de lo que en realidad cuesta.

Nuestro testigo, la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora