Capítulo 39

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Rebeca Roberts

Suspiré cuando el profesor dio por terminada la clase, aunque técnicamente faltaban veinte minutos para que esta se terminara, pero yo no iba a ser la que se quejara de eso. Recogí mis cosas y salí del edificio, pensando en que podría hacer mientras esperaba a que aparecieran Rose y Lexi, y entonces, se me ocurrió algo un poco... loco. No tenía planeado que fuera ese día, pero conociéndolas, tardarían más de lo esperado porque se distraían hablando, así que tendría más o menos media hora.

Caminé hasta mi coche y cuando arranqué y estaba dispuesta a irme de allí, alguien dio un pequeño golpe en la ventanilla, por lo que la bajé encontrándome con el rostro de Sean.

- ¿Puedo ayudarte en algo?- cuestioné sin intentar esconder el desagrado que me provocaba verlo, pero a él pareció no importarle, ya que sonrió de lado con socarronería.

- ¿Vas a algún sitio, Becs?- habló, utilizando ese apodo que odiaba tanto, por eso lo hacía, sabía que me ponía de los nervios.

- No me llames así, eso primero, y segundo, lo que haga o a dónde vaya no es de tu incumbencia. Ahora apártate, tengo prisa- al ver que no estaba de broma, dejó de apoyar su cuerpo en el vehículo, y yo volví a subir la ventanilla, antes de pisar el acelerador a fondo para alejarme lo más rápido posible.

Debido a la velocidad en la que iba, tardé menos de lo esperado en llegar a la casa. Me fijé en que no había ningún coche fuera, lo cual significaba que la mujer estaba en el trabajo. Aparqué a unas dos o tres calles, por si acaso aparecía alguien por sorpresa, que no supiera que alguien se había colado en la casa. Cuando llegué a la puerta principal, me acordé de que me dijo que su hermano solía dejarse las llaves en casa, y en caso de que no hubiera nadie, siempre dejaba una llave escondida en una piedra. Al lado de unas plantas, había varias piedras, y me di cuenta de que una era un poco más oscura que las demás, así que le di la vuelta y vi que tenía una especie de tapa blanca de plástico, y dentro, estaba la llave. Sonreí para mis adentros.

Sin esperar ni un segundo, entré con rapidez a la casa y subí las escaleras hasta llegar a la habitación de Alexis. Abrí la puerta, me dirigí directamente al escritorio para coger una silla y ponerla en una esquina de la habitación y me subí encima. Saqué la pequeña cámara de vigilancia, la puse en el suelo, y la pisé, destruyéndola completamente, antes de volver a poner la silla donde estaba al principio.

También me encargué de sacar los micrófonos que había en la mesilla de noche, en el escritorio y en algunas estanterías, e hice lo mismo que con la cámara. Aproveché para entrar en la habitación de Dylan, y ver que encontraba.

Lo primero que hice, fue encender su ordenador y como no tenía la contraseña, introduje un pendrive con un programa que yo misma había creado, que conseguía descifrarlas, cosa que hizo al pasar menos de cinco segundos. Comencé a copiar toda la información, y entonces me fijé en una aplicación que había en una esquina, era la que guardaba todo lo que se grababa de la cámara y de los micrófonos en la habitación contigua.

Sabía perfectamente por qué Dylan había puesto esos dispositivos en la habitación de su hermana: para mantenerla controlada y saber qué iba averiguando de las muertes de esos estudiantes. Aun así, y sabiendo cuánto podía perjudicarle que ella se enterara, me parecía excesivo y exagerado.

Mientras se descargaba todo, divagué un poco por la estancia para ver si podía encontrar algo que me llamara la atención. Había escuchado que algunas personas, escondía las cosas que no quería que nadie viera, entre las páginas de sus libros, así que eso hice, cada libro que veía, lo abría y lo giraba para ver si caía algo, y cuando estaba a punto de darme por vencida, cayeron varias fotos de uno de los libros, miré la tapa para ver si tenía algo especial: Grecia Clásica.

Nuestro testigo, la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora