Capítulo 35

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Alexis Moore

- ¿No habías quedado con unos amigos hoy?- pregunté bajando las escaleras y viendo a mi hermano tirado en el sofá.

Levantó la mirada y frunció el ceño, mirándome como si sospechara de algo. Terminé de bajar algunos escalones y me dirigí hacia la encimera para ponerme algo de café, sintiendo como sus ojos me perforaban la nuca.

- ¿Qué quieres?- me di la vuelta, y me encontré con Dylan cruzado de brazos y con una expresión quizá demasiado serio.

- ¿De qué hablas?

- Lexi, eres mi hermana, te conozco mejor de lo que tú misma lo haces. Así que sé, que si preguntas eso es porque quieres tener la casa sola, eso significa que vendrá alguien. ¿Quién es?

Intenté no demostrar mi sorpresa, por lo que simplemente pasé por su lado, evitando a toda costa su mirada, y me senté en uno de los sillones individuales.

- No sabía que fueras agente del FBI. Además, te recomiendo que dejes de ser tan paranoico, solo quiero estar sola un rato, tener que escuchar tu música de fondo, me taladra tanto la cabeza, que estoy al borde de arrancarme las orejas.

Encendí el teléfono y comencé a leer algunos mensajes que tenía, tratando de parecer calmada. De reojo, vi como se quedaba de pie unos segundos, antes de sentarse en otro sillón, los dos nos quedamos en silencio.

Alrededor de las ocho y media, se levantó y subió las escaleras, unos segundos más tarde, se escuchó un portazo desde su habitación, antes de que el sonido del agua de la ducha llenara el silencio de la casa. Aproveché eso para enviar un mensaje rápido, sabiendo que si Dylan se había ido a la ducha, significaba que se iría pronto.

Veinte minutos después, oí cómo corría por las escaleras, y empezaba a buscar en el perchero su abrigo.

- Nos vemos después, o a lo mejor mañana, aún no lo sé. Y antes de que preguntes, sí, ya voy tarde. Dile a mamá cuando llegué que he salido. Adiós- lo dijo tan rápido que casi no lo entendí y de milagro no se había quedado sin aire.

No tenía del todo claro si se había llevado el coche, pero cuando el motor rugió y las ruedas chirriaron contra el asfalto, esa duda se desvaneció.

Subí hasta mi habitación, y comencé a ordenarla un poco, principalmente, para que no pareciera que había pasado un huracán por allí. Como tenía un rato, pensé que sería buena idea limpiar algunos de los platos que había en el lavadero, por lo que bajé a la cocina y empecé. No pasaron ni cinco minutos cuando el timbre de la casa sonó, miré el reloj y después mis manos llenas de espuma, y volví al reloj.

- ¡Un momento!- grité.

Me enjuagué las manos con rapidez y sin siquiera secarlas, me dirigí a la puerta. Cuando la abrí, unos ojos verdes me recibieron junto con una sonrisa que podría iluminar a todo el pueblo.

- Hola- susurró apoyándose en el marco de la puerta.

"Por Dios bendito" pensé.

Intenté contestar, de verdad que lo intenté, pero esa ropa negra, que casi siempre llevaba, contrarrestaba tan bien con su piel pálida... Parecía que se había duchado antes de venir, porque aún tenía el pelo un poco húmedo, y el perfume... Era el mismo que se ponía todos los días, pero por algún motivo, ese día parecía tener un olor más intenso, más... atrayente.

Salí de mi ensoñación cuando me pasó una mano por delante de la cara, sus ojos reflejaban burla y supe que no había ninguna manera de salvar eso, era evidente que me había pillado escaneándolo de arriba a abajo como si en cualquier momento me pusiera a babear allí mismo.

Nuestro testigo, la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora