Enfrentamiento

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Cuando por fin tubo la puerta ante el, apunto de tocar, algo lo detuvo.

Hace rato caminaba decidido, pero ahora, retrocedía como un cobarde.

Llevó una mano a la puerta, y la recorrió con los dedos.
  Respiró profundo.
  Apretó la mano y tocó con cautela la puerta.

Esta se abrió casi de inmediato, sintió que se le paralizó el corazón por un instante.

—Memo, pasa —Hirving se notó sorprendido por la visita de Guillermo.—Anda, siéntate —Guillermo se sentó.

Hirving también estaba empacando sus cosas.
  Llegarían a México por la mañana.

—Guillermo, hace mucho que no hablamos —dijo mientras doblaba cuidadosamente su ropa y la acomodaba de la maleta.

Guillermo no supo qué decir.
  Jugó con sus manos y trago saliva.

—Es que... Quería hablar de algo —sintió que su voz se escucho demasiado chillona.
  Hirving no lo miró.
—Es... ¿A-amas a Kevin?

Hirving dejó caer la ropa al suelo y por fin, pareció notar su presencia.
—Yo... alguien me dijo que querías hacerle algo.

La habitación se quedó en silencio.

—¿Hirving? ¿Eso es verdad?
No hubo respuesta.
  Se paro de la cama y se acercó a Hirving.
—Lo amo —dijo—. Y mucho.

Eso terminó por destrozar a Guillermo.
—El problema es que tú no deberías saberlo.
—¿Saberlo? ¿Cómo saber que tú y alguien de Argentina se juntan? Sabrá Dios para qué —le contestó enojado.—.Quiero que me digas que es lo que está pasando. Quiero respuestas —lo tomó por los hombros y lo sacudió.

—Es cierto. Julian y yo nos juntamos cada noche. Es todo. No sé que tiene que ver Kevin con todo.
—¡Mentira! —gritó desesperado, agarró cualquier cosa que se encontró y la lanzó por la habitación.
—¡¡¡Quiero que me digas la verdad!!! —su garganta empezó a doler.

—Guillermo, te conviene no enterarte —la tranquilidad con la que Hirving hablo terminó por desesperar mas a Guillermo.

—¡Por favor! Yo sé que algo quieres hacer. ¿Qué le quieres hacer a ese niño? ¡¡Responde!! —Guillermo volvió a sentarse en la cama y imploro de nuevo.

—Por favor. Yo solo quiero ayudarte.















Se sentía vacío.

Su primer mundial había sido una decepción.

Deseaba que las cosas no hubiesen sido de esa forma, pero no podía hacer nada.

Estaba solo en casa. En unas semanas volvería a jugar con su equipo: el Pachuca.
  Estaba emocionado por volver a jugar, a penas un día de haber dejado las canchas del mundial.
  Su familia le dijo que irían a visitarlo pronto.
  Pero estar solo comenzaba a ser aburrido.
  El sofá era aburrido.

Y mas el estar allí sentado todo el día. Se puso de pie, agarró un abrigo y fue a dar una vuelta.

El viento fresco de la noche lo recibió de golpe apenas abrió la puerta. Hacía mucho frío, pero preferia caminar en el frío antes que seguir en casa sin hacer nada.

Quedarse solo un mísero momento estaba comenzando a afectarle. Pronto, se sumergió a su mundo, estaba pensando tantas cosas.

De pronto, sintió un brazo poderoso que lo inmovilizo, también sintió un trapo pegado a su nariz y boca.

Todo fue demasiado rápido, no le dio el tiempo de gritar, de defenderse, nada. El sueño comenzó a apoderarse de él. Por más que hizo fuerza, sintió su cuerpo débil.

Sus ojos amenazaban con cerrarse, trató, pero terminó por cerrarlos. Sintió miedo, uno muy inmenso y horrible.

Y luego ya no sintió nada.















Cuando despertó, sintió su cuerpo débil. Abrió los ojos, y hizo un esfuerzo para que pudieran enfocar.

Estaba tratando de acordarse que había pasado, pero cuando trató de moverse no pudo. El miedo volvió a apoderarse de el. Estaba atado. Atado a una silla, brazos, piernas, inmóvil. No le habían atado la boca.

Antes de que el pánico pudiera enloquecerlo, respiró y pudo tranquilizarse. Observó el lugar donde estaba: una habitación.
  A su lado tenía una cama, algunos muebles como cajones y un baño. La puerta estaba cerrada.

Bajó la cabeza, angustiado. De pronto, la puerta se abrió, y no dudó en gritar.

—¿¡Qué hago aquí!? ¡Déjenme ir, por favor!

Calló sus gritos cuando pudo ver el rostro de su secuestrador.
Jadeó de sorpresa.
—¿Hirving...? —preguntó nervioso.—¿Qué hago aquí? —su voz temblorosa hizo reír al otro.

—Sorpresa. ¿Qué no estás feliz de verme? —sonreía como si la situación fuese un chiste.
—¿Tú? No entiendo...
—No, no entiendes. Julian y yo vamos a cuidarte desde ahora. No tienes porqué temer —le acarició el pelo con delicadeza, Kevin titubeó.

—¿Julian? Yo, no. No entiendo —respiró como si se estuviera ahogando.
—Solo quiero salir de aquí —le rogó mientras sentía que le ardían los ojos.

—Dinero. ¿Eso es lo que quieren? Se los daré —su voz se debilitó y miró a Hirving, suplicante.
—No, Kevin. No queremos dinero. Te queremos a ti.

Kevin sollozó. Esperaba con todas sus fuerzas que lo que estaba viendo y escuchando fuera un simple sueño.

Pero, para su desgracia, todo se veía muy real.

—Estás loco. Déjame ir, no sé qué está pasando. Sólo quiero ir a casa, por favor.
—Pronto vendrá Julian a saludarte. Por el momento, pórtate bien —le sonrió y le acarició la mejilla.

Caminó y salió del cuarto, dejando encerrado a Kevin de nuevo.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora