¿Estocolmo?

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Los recuerdos le vagaban sin descanso, a duras penas podía concentrarse.
Rendirse y quedarse allí no era algo que quisiera; pero estaba empezando a creer que ya no habría nada que hacer.

Guillermo se esforzaba, y lo agradecería para siempre.
Ahora mismo los dos estaban sentados en el piso, mirando a la nada.

Con sus miradas vacías y aún con una chispa de esperanza, esperan algún día salir de ahí.

Esperar a que todo se realice por azares  del destino sería complicado.
Su caso se olvidaría pronto y quedaría como un vago recuerdo de las personas.

La esperanza no era algo que ahora conociera.

Se mordió el labio y miró el techo.
Temblaba, pero hace tiempo que dejó de sentir por qué. A lo mejor sería por frío, por miedo. Pero ya no sabía porque.

Estaba debilitándose conforme pasaban las horas y los días.

¿Pero qué más podía hacerse?

¿Cuántas veces tuvo la oportunidad y no la pudo concretar?

¿Cuántas veces suplicó, imploro y pidió que lo dejaran en paz?

¿Cuánto faltaba para que lo que le decía Julián se hiciera realidad?

Sacudió la cabeza.
Estaba enfermo.

No le gustaba estar ahí, pero no podía negar que tuvo suerte, a medias, pero tuvo suerte, pues su secuestro no fue por otra cosa.

Pero la situación en la que se encontraba no era para nada común.
De repente un día lo secuestraron, y luego resultó que la razón era porque dos personitas muy peculiares, tenían una extraña obsesión con el.

Y luego llegaron hasta esa situación.

Le gustaban. Esos besos y caricias que le ofrecían con tanto fervor, las situaciones sexuales que jamás esperó.
  Se ahogaba en un mar de dudas, en un mar de deseo, pasión y a la vez un miedo que estaba que lo hacía morir.

De pronto sintió que los pensamientos le arrebataban el aire de un jalón.
<<Inhala, exhala.>>

Respiró agitado al principio, pero después fue recuperando su respiración habitual.

Guillermo también pareció respirar agitado, pero de inmediato reguló su respiración.

—¿Estás bien?—consultó Guillermo—. Bueno, se que es una pregunta estúpida.
  Kevin fingió una risita y negó con la cabeza.
—Estoy...
  Guillermo lo tocó de la frente. Hizo una cara que le dio risa a Kevin, pero aguantó.
—¡Estás helando!—Guillermo dio un saltó y se quitó la chamarra que traía puesta para ponérsela.
—Dios mío, Kevin—dijo bajando su alteración.
  Kevin ahora sí no pudo contenerse y soltó su risita, bajita y triste, pero sincera.
—. No es gracioso, puedes enfermarte—regañó Guillermo, pero no pudo evitar contagiarse.
   Soltó una risita nasal y lo levantó con cuidado.

La habitación de Guillermo no era tan grande, pero contaba con todo lo necesario. Eso tranquilizó a Kevin un momento.

Nisiquiera se había dado cuenta de que se sentía mal, pero tampoco le pareció importante.

Últimamente todo le estaba empezando a dar igual.

—¿Por qué sólo traes la blusa y los shorts?—siguió regañando Ochoa, como buen capitán.—. ¿Qué no traías tus...
  Kevin negó con la cabeza.
—Basta—dijo, intentando no desmayarse.
  Guillermo insistió.
—Julián te...
Kevin le puso un dedo en los labios.
—. No sigas, por favor.
Guillermo asintió.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora