Terror

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Kevin se levantó lentamente, y de nuevo, recibió una patada, pero esta vez en el estómago.

Cayó al césped y jadeo adolorido. Messi lo tomó por la cadera y se lo llevó a la espalda sin mayor problema.

—¡Déjeme!—gritó Kevin, los golpes lo habían dejado adolorido y sentía que se le iba el aire. Sus ojos lo obligaban a cerrarlos, pero se resistió.

<<Ahora no>>pensó<<. No te duermas.>>

Parpadeó una vez y ya estaban en la entrada, parpadeó una segunda vez y sintió que era tirado con violencia a la cama.

—Veamos que podemos hacer para quitarte esa rebeldía—le sonrió Messi.

Entonces se posicionó sobre el chico y lo sostuvo bruscamente para besarlo.
Kevin se removió en la cama, pero adolorido apenas y pudo levantar un brazo.

—¡¡Déjeme, por favor!!—gimoteó, pero Messi no se detuvo. Los besos fueron bruscos y sin cuidado.

Entonces se alertó cuando sintió que las manos del argentino se dirigían hacia su ropa.
—¡¡Basta!!
Con sus débiles manos intentó apartarlo, pero el dolor lo detuvo.
  Se removió incómodo y intentó impulsarse con las piernas, pero no las sintió.

—Deja de lloriquear.
Le quitó las medias y el pantalón que traía.
—¡¡No quiero!!—sollozó, y cuando sintió que sería demasiado tarde, la puerta de la habitación se abrió de golpe.

—¡Déjalo!
Hirving apartó a Kevin de un jalón y lo puso detrás suya.
—Te dije que no lo lastimaras—lo miró amenazante. Kevin temblaba detrás de Hirving, y lo sostenía del brazo.
—¿Qué pasó aquí?—entró Julián, quien se había asustado por el escándalo.
—Saca a Kevin de aquí—le ordenó, sin dejar de observar a Lionel.

Julián asintió y se lo llevó. También le recogió sus prendas, que estaban esparcidas por el suelo.

Kevin evitó lo mejor que pudo sollozar, Julián igual que todos se veía serio.

Lo dejó en la habitación que compartía con Guillermo y los encerró.
Guillermo ya estaba allí, tenía los chinos despeinados y tenía sangre corriendole del labio.

—¡Kevin!—se levantó casi de un salto del suelo.
Kevin lloró y recargo su cabeza en el hombro de Ochoa.

Este aguantó un sollozo y lo abrazó. Ambos se sentían extraños, pues el afecto, (sobre todo los abrazos),
no se llevaban mucho con su persona.

Habían tantas cosas que decir, pero nisiquiera tenía la fuerza para gritar otra vez.
Se dejó caer de rodillas y se soltó a llorar en el pecho de Guillermo.

Se sentía asqueado, muerto de frío y sin fuerzas para hacer nada más que llorar.

—Kevin, deja ya de llorar—pidió Guillermo—. Aquí... estoy yo.

Kevin sintió que esas palabras lo golpeaban directo al corazón.
No dijo nada, pero apretó con más fuerza a Guillermo.

El dolor bajó, se sintió más cómodo allí con Guillermo.

Levantó la cabeza y miró a Guillermo. Este le sonrió cálido.

Kevin, con el mayor esfuerzo que pudo lograr, levantó su mano y tocó el labio cortado de Guillermo.

Este sintió que se sonrojaba. Le tomó de la muñeca a Kevin, sin borrar su sonrisa.
—Estoy bien—murmuró.

Kevin asintió, poco a poco, dejó que el sueño se apoderara de el y cerró sus pobres ojos ya inchados y llenos de lágrimas.

Guillermo lo cargó y lo dejó en la cama.
Se agarró los rizos y los jaló con fuerza. Apartó la mirada de aquel inocente Kevin, y se paseó por la habitación ansioso.












Hirving y Lionel mantenían sus ojos puestos sobre el otro, como si sintieran que si de alguna manera, al apartarla, algo pasaría.

—Te dije que no lo lastimaras—Hirving apretaba los puños.
La risa burlesca que Messi le regaló terminó por enfurecerlo.
—Ay, Lozano—se burló y se acercó lentamente a Hirving.
—. No te acerques—Hirving se estaba alterando. Retrocedío hasta que chocó contra la pared.

En eso, entró Julián.
—¿Messi...?—los dos voltearon al escuchar la voz de Julián.
Hirving, como siempre, le regaló una amplia sonrisa.
—Julián, no pasa nada.
—. ¿Hirving...?
—Yo puedo solo—amplió su sonrisa—. Mejor cuida que Ochoa y Álvarez no hagan ninguna tontería.
Julián asintió y los dejó, pero no muy convencido.

Messi regresó su vista a Hirving.
—. ¿Tú puedes solo?—se burló Messi.
—. Ya me haz hecho mucho daño—lo empujó—. Sólo lárgate de aquí, ya no quiero verte nunca más—pidió Hirving, lo más sereno que pudo.
—. ¿Cómo es posible que no hayas entendido? Hasta Julian podría saberlo.
Hirving lo golpeó con el puño.
—. ¿Saber qué?
—. Me encantan los mexicanos. Tan indefensos. Tan..., ilusos.
—. ¡¡Ya habla!!—gritó frustrado Hirving, apunto de soltar otro puñetazo.
—Aunque Ochoa siempre fue mi prioridad, no pude evitar sentirme atraído por ti también.

Hirving pasó de estar consumido por la ira a relajar el cuerpo y cambiar su rostro a uno de confusión. Retrocedío y sintió que el corazón le latía con fuerza.
—. ¿Qué?
—. Lo que escuchaste, supongo—le sonrió Messi. Se le acercó con cuidado, aprovechando la confusión en la que había dejado a Hirving.

Él retrocedío, chocó contra la pared y se dejó caer de rodillas; las náuseas y el dolor de cabeza no se hicieron esperar.

—. Lárgate de aquí—susurró—. Llévate a Guillermo, pero ya déjame en paz.
Messi se agachó para quedar a la altura del delantero. Le acarició la mejilla. Hirving la apartó de un manotazo.
—Ya... déjame tranquilo.
Se levantó y salió de la habitación, y se dirigió hasta la habitación donde estaban Guillermo y Kevin.

Kevin sintió que debía abrir los ojos. Ochoa estaba parado, mirando la ventana, muy atento.
—Memo—llamó, con la voz bajita y tenue. El se volteó casi de inmediato. Se acercó muy lentamente y se sentó en la cama, a escasos centímetros de Kevin.

Se miraron sin apartar la vista para nada.
Kevin se incorporó un poco en la cama.
—. No te haz ido—sonrió, pues pensaba que ya era otro día.
—No—dijo Guillermo, ahora sonriente—. Aquí estoy—le acomodó el pelo con la mano.

La puerta se abrió lentamente, y ambos voltearon.
Hirving se quedó allí parado. Cuando vio que Guillermo estaba demasiado cerca de Kevin, se acercó un poco.
—No lo toques—advirtió, aunque Guillermo ya traía el pelo del chico entre los dedos.
Kevin, al ver que Guillermo no tenía intención de apartarse, hizo un esfuerzo y le bajó la mano lentamente.

—Ya te vas, Memo.

Kevin sintió que su corazón se le iba a salir del pecho.
Inmediatamente agarró a Guillermo del brazo.
—No—pidió—. No se lo lleven.
—Créeme, cielo. Yo tampoco quiero.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora