Final (1)

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—¡Eh! ¿Dónde estoy?

Raúl se levantó medio adormilado, con un dolor punzante en el abdomen.

—Raúl, tranquilo —Guardado lo tomó del hombro.—.Algún maldito los atacó, pero lograste sobrevivir.

Tardó un ratito en entender. Luego se acordó e inmediatamente pensó en Guillermo.

Su Guillermo.

—¿Y Guillermo? ¿Dónde está?

Guardado se tenso. Apartó la mano del hombro de Raúl y evitó mirarlo a los ojos.

—¿Está bien, no? —casi se había parado de la cama de hospital—.  Guillermo...

Guardado bajó la cabeza. No serían buenas noticias.

—Guillermo... —murmuró Andrés, pero su voz se le quebró apenas empezó a hablar.—. Guillermo no se salvó.

La noticia le cayó como un balde de agua fría. Tembló. Esto debía ser una broma, ¿no? Una muy cruel.

—Él..., murió Raúl. Guillermo está muerto.
—No. Es mentira. No está muerto.
—Raúl...
—¡No, no no no! —gritó con la voz quebrada. Andrés negó con la cabeza y siguió con la mirada baja.

Deseaba que todo fuera un sueño. Una pesadilla como las que tenía Ochoa. Pero no era así.

Ochoa estaba muerto.

Dejó caer sus lágrimas. No prestó atención a lo que Andrés le dijo antes de irse. <<"Guillermo está muerto.">> se repetía una y otra vez en su cabeza.

Después ya no pudo vivir en su realidad.

Pasaban enfermeras a revisarlo y hacerle análisis, pero ya nada le importaba.
  Estaba luchando consigo mismo para no sufrir más de lo que ya estaba.

Las malas noticias no iban a cesar para Jiménez. Apenas unas horas después, le comunicaron que ya no podría volver a jugar Fútbol. Que estaba muy delicado como para hacer mucho esfuerzo.

Andrés lo consoló. Algunos otros compañeros de la selección habían llegado para consolarlo igualmente.

Agradeció amablemente, pero esos consuelos ya no servían de nada.

Se sentía miserable. Las únicas dos cosas que valían la pena en su miserable vida le habían sido arrebatadas de golpe.
   Se sentía la persona más miserable del planeta.

Ahora estaba solo. El hospital estaba tan solitario como el mismo.

Escuchar ese estúpido pitido de la máquina indicaba su pulso a su lado lo estaba hartando.

Su respiración era lo único que podía oír sin enfadarse.

El olor a medicina que impregnaba todo el lugar le estaba dando dolor de cabeza.

Las flores que le habían dejado sus compañeros era lo único que podía oler sin que le doliera la cabeza.

Miró los tubos que tenía pegados al cuerpo que eran para mantenerlo con vida.

¿Para qué seguir viviendo?

¿Para seguir escuchando ese estúpido pitido?

¿Para seguir oliendo esa maldita medicina?

Su vida sería igual de miserable para siempre. Ya no despertaría junto al amor de su Vida.

Guillermo era su todo. Qué más daba seguir con vida.
Qué más daba todo.

Esperaba, al menos, haber muerto con la verdad.

Sonrió un poco. Al final, la vida no había sido tan cruel con él. Había debutado en el deporte que quería.

Había anotado tantos goles que llegó a Europa.
   Llegó a mundiales.
  Llegó a estar con la persona que más amó y amará. Su investigación dio frutos y halló a su compañero desaparecido.

¿Para qué seguir con vida?














El viento soplaba tranquilo en esa zona; el cielo estaba tan resplandeciente y bonito como siempre.

La oscuridad se había ido por el momento.

Los pájaros cantaban alegres sobre los árboles, y las hojas de estos seguían la melodía.

Kevin miraba con atención las pequeñas lápidas que estaban casi sepultadas de flores.
   Una pertenecía al delantero mexicano Raúl Jiménez, la otra decía:

FRANCISCO GUILLERMO
OCHOA MAGAÑA
1985-2023

Kevin sonrió. Iba a dedicarles unas palabras. Primero se dirigió a Raúl.

—Hola, Raúl. Me enteré que trabajaste mucho para hallarme. Te agradezco por eso —le dejó la flor y luego de dirigió a Guillermo.
—Memo... lamento haberte matado. Yo no sé en qué estaba pensando... Espero que seas feliz con Jiménez allá arriba...

Le dejó la flor y se dio media vuelta. Estaba pensando que si metía algún gol se los dedicaría a Jiménez y a Ochoa.

Sería bonito.

Iba a encontrarse con Hirving después. Ahora quería gozar de su libertad.
  No había avanzado ni medio metro cuando sintió que alguien lo atrapaba entre sus brazos y le ponía una navaja sobre la garganta, amenazante.

Se volteó a fuerza para ver quién era.
—¿¡Julián!?
Él le sonrió.
—Kevin.
—Pe-ero, y-yo, te, ¡te v-i muer-to, esta-bas muerto!
  Julián le sonrió alegre.
—Si no vas a ser mío, no serás de nadie más.

Un pájaro cantó desde lo lejos en el cielo. Las flores se movieron al compás del viento.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora