Rechazo

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Hola, Memo. ¿Tienes hambre? preguntó amigable.
Guillermo lo miró fijamente.

Hirving lo miró y se encogió de hombros.—. Por que yo sí.

Guillermo se incorporó de inmediato, frenó a Hirving antes de que se fuera y lo dejase encerrado otra vez.

Lo agarró del brazo y lo miró con furia: como si quisiera matarlo en ese mismo momento.

Hirving le regaló una sonrisa más amplia.

—Me lastimas.
Rió nervioso, Ochoa dejó de apretar, pero no de sostener.
—Ya no estoy para jueguitos. Yo quiero ya la verdad, pero la mera verdad.

Hirving siguió sonriente, ladeó la cabeza como si estuviera confundido.

—¿A qué te refieres con <<El mejor del mundo?>>

Hirving desvaneció su sonrisa. Se tambaleó y evitó la mirada de muerte de Guillermo.
—Ya. Creí que lo deducirias tú solo.

Guillermo apretó los labios y se preparó mentalmente para no golpearlo.
—Dime quién es —insistió Ochoa.

Hirving se quedó en silencio. Miraba con atención a la ventana. Luego, le devolvió la mirada a Guillermo, el cual trataba de esperarlo, a punto de estallar.

—Yo no tengo por qué decirte nada —dijo frío—. Mi trabajo es cuidarlos y evitar que escapen.
Entonces , Guillermo sintió que iba a llorar de la rabia.

—. Hirving, te dije fuerte y claro que no estoy para tus juegos. Quiero la verdad.
Hirving negó con la cabeza.

—No puedo —soltó casi en un jadeo.
Guillermo se rio sarcástico.
—. ¿Cómo que no? No me salgas con pendejadas.

Hirving volvió a negar con la cabeza. Pareció tranquilizarse de un momento a otro, pero aún seguía tenso.

—No.
Ante la negativa, Guillermo apretó el agarre del brazo.
—¡¡Hirving!! —gritó.

Hirving, quien se había mantenido lo más paciente y tranquilo, volteó a verlo ya enojado.

—¡¡No te voy a decir nada, tú solo haz lo que yo te digo, ya estoy hasta la madre!! —gritó tan fuerte que acabó por asustar a Ochoa, el cual, retrocedío y se sentó en la cama.

Pasó de estar furioso a temer por haber hecho enfadar a Hirving.

—. ¿¡Qué no te das cuenta que esto me duele mucho!?
Guillermo bajó la cabeza, temblando por la ansiedad.

—. ¡¡De verdad, no se puede hablar bien contigo!! —agregó Hirving, Guillermo se llevó las manos a sus oídos y cerró los ojos.

—¡¡Ya cállate, cállate!! — gritó Ochoa y respiró entrecortado. Hirving largó un suspiro largo y pesado.

—. No grites más, odio los gritos —pidió serio, pero aún temeroso.

Hirving rodó los ojos. Ochoa respiró profundo y suspiró.
—. Es que de verdad quiero saberlo —murmuró después de terminar su ejercicio de respiración. Hirving pareció normal, como si no hubiera estado gritando.

—Eres suertudo —dijo como no queriendo, y se sentó junto a él en la cama.

Miró la pared de enfrente, como pensando qué decir a continuación.
-Es argentino.

—. ¿Igual que Julián? —preguntó Guillermo extrañado. Hirving volteó a verlo como si fuera una obiedad, y luego regresó su vista a la pared.

—Y..., tú solo haz lo que el te pida. Te ha estado vijilando desde que fuiste a tu primer o segundo mundial... no me acuerdo muy bien.

Guillermo lo tomó más con calma: respiró y se tranquilizó. <<Puedo escapar, estoy segurísimo.>>

Hirving se levantó de la cama y se paró frente al guardameta. Este levantó la cabeza cuidadosamente.

Hirving llevó una mano al pelo chino de Ochoa, y jugó con el, desenredando y peinando a su gusto.
Guillermo sintió un escalofrío y bajó la cabeza.

—Hirving. Somos compañeros. Jugamos para la misma selección. Somos amigos —Pareció dudar de lo último y lo repitió—. ¿Somos amigos, verdad? O quise decir, éramos, porque, después de lo que pasó, no creo poder perdonarte.

Hirving asintió, no muy interesado en lo que Ochoa decía.
   Estaba ocupado jugando con su pelo como para siquiera respirar correctamente.

—Hirving. De verdad, sé honesto, ¿amas a Kevin?
Hirving dejó un momento el pelo, y luego siguió jugando con el.

—Sí —no pareció dudar siquiera—.  Mucho. Ni yo mismo sé por qué.

Sonrió casi inconscientemente.
Guillermo sintió que se quedaba sin corazón.

—¿Y por qué él? —cuestionó curioso.
Hirving rió, pero volvió a quitar su sonrisa.—. Pensé que querías saber todo sobre ti.

Guillermo bajó la cabeza.
—Me partes el corazón —murmuró.
—¿Por qué? —preguntó, pero sin interés, no quería (ni le Interesaba) la respuesta.

—Yo te amo —soltó casi en un murmullo. Hirving se quedó estático. Dejó caer el pelo de vuelta a la cabeza de Ochoa.

—¿Desde hace cuanto? —su tono frío y seco casi hacen llorar a Guillermo.

—. ¿Desde 2018? No recuerdo. Fue por esas fechas. Tampoco supe que fue lo que vi en ese delantero promesa mexicano. Tus goles, tus asistencias, todo me gustó de ti.

Hirving retrocedío. En cuanto sintió la pared, se deslizó sobre ella.

—Raúl siempre se burlaba de mí. Decía que era un joto. Pero a mi no me engaña, el también lo es.
Se rio y agachó la cabeza. —Sí...

Hirving entonces, se levantó y se acercó a la puerta. La abrió con cuidado.

—Me alagas. Pero yo sólo te he visto como mi compañero, mi amigo. Lo siento. Sé qué decepción da.

Respondió a la confusión de Guillermo antipático, con desdén.

Salió de la habitación, dejando a un Guillermo con lágrimas en los ojos.
Sollozo y se llevó las manos al rostro, sintiéndose avergonzado.




Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora