Pinchazo de dolor

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En un arranque de ira, se metió al baño y se encerró. Se recargó en el lavabo y observó su propio reflejo.
Se jaló el pelo con fuerza y gritó.

Respiró profundamente y volvió a observarse en el espejo.<<Tranquilo.>>
Abrió la llave del agua y se echó por toda la cara.

Respiró relajado.

Siempre que despertaba en ese lugar, trataba de recordar su nombre. Le preocupaba despertar un día y ya no saber quién era. Pero a lo mejor ya era demasiado tarde.

Ni el mismo podía reconocerse. Lo que había hecho estaba mal, lo que sentía estaba mal.

—Ochoa, Lozano, Álvarez.... y el otro Álvarez.
Se mojó el pelo y intentó acomodarse los chinos, pero quedaron esponjados.—Ochoa, Lozano, Álvarez y el otro Álvarez.
Se recordó seriamemte, pero inclinándose a un tono burlón.

Salió del baño y recogió los pedazos de vidrio que estaban desperdigados por el suelo, que antes solía ser un vaso.

—¿Tuviste mejores días, eh? — dijo a los trozos de vidrio.—. Yo también he tenido mejores días.

Porque claro, aún estaba dolido con el rechazo de Hirving.

Dejó los vidrios en alguna esquina de la habitación y luego se sentó en el piso, a contarlos, uno por uno.

Cuando acabó, volvió a juntarlos a todos de nuevo. Excepto a uno, al cual agarró entre sus manos y apretó con fuerza.

Usó el filo para cortarse. Y mientras lo hacía, iba recordando los apellidos de sus amigos (y secuestradores).

—Lozano, Álvarez, el otro Álvarez, Guardado, Jiménez, y yo —hizo una pausa, pues se había cortado de más.

Observó la cortada. De ella salía un hilo delgado de sangre.

La ignoró.












—¿Quién es Lionel? —le cuestionó inocente.

A Julián en ese momento se le borró la sonrisa.

—Créeme, es mejor no saberlo.

Le volvió sonreír amable. Entonces le dejó un beso en la mejilla y se separó, ahora pasando de tranquilidad a seriedad absoluta.

—No me quieres decir —le reclamó —.  A lo mucho, si me voy a quedar aquí hasta morirme, quiero saber quién era Lionel y porque amenazaba a Hirving.
  Julián evitó mirarlo a los ojos, y le dio la espalda.
—Es algo muy difícil para Hirving. ¿Sabes? Mejor no le preguntés nada de esto —Se volteó con Kevin.—. Nada. Sé que tienes muchas dudas, pero será mejor que no lo sepas.

Kevin ya no insistió. Su curiosidad reclamaba por la verdad, la verdad absoluta, pero decidió quedarse callado, como le recomendó Julián.

Kevin se quedó unos instantes con la boca entre abierta, dudando si romper ese incómodo silencio.
Entonces agarró valor.

—Y... ¿hay mucha gente buscandonos a Ochoa y a mí? —preguntó, porque, para ser sincero, todos los días se preguntaban si de verdad estarían buscándolos.

De repente, sintió que Julián lo abrazaba por la cintura, y recargaba su cabeza en su hombro.

Kevin apretó los labios, pero no se movió, se quedó inmóvil.

—Prométeme que no volverás a preguntar sobre eso —le susurró al oído, con una voz ronca y seria.
Kevin sintió un escalofrío que lo hizo estremecerse.

—Sólo quiero saber por qué estoy aquí.
  Entonces sintió que Julián le apretaba la cadera.
—Sólo no vuelvas a preguntar sobre eso.
Dejó la cintura de Kevin en paz y se fue hasta la puerta.

Kevin lo siguió, casi como por impulso.
—¡Lo prometo!
Julián de volteó para poder verlo. Tenía la cara seria y parecía estar enfadado, aunque Kevin sabía que estaba más tranquilo que nada.
—. Lo prometo —repitió tranquilo, sin dejar de sostener el brazo del argentino.

Julián finalmente quitó esa cara de pocos amigos y atrajo a Kevin para besarlo.

Pero esa vez fue diferente; lo beso tranquilo, y, aunque se profundizó, evitó poner incómodo al chico.
No fue más atrevido y se dejó llevar por instinto.

Amaba separarse de los besos: por qué Kevin siempre parecía decepcionado cuando finalizaban.

Kevin suspiró y bajó la cabeza. Agarró la camiseta que traía puesta el argentino y se la acomodó.

Al darse cuenta de lo que hacía, se disculpó.
—Estaba arrugada. Lo siento.
Esbozó una sonrisa y se alejó rápidamente. Julian rió, y luego se fue.

Kevin se cubrió la cara con las manos. Era lo más vergonzoso que había hecho.

Julián bajó de las escaleras, soñando despierto aún. Pensaba en lo lindo que había sido Kevin con él.

Cuando bajó buscó a Hirving.
—Hirving.
  Lo llamó, pero no hubo respuesta. Fue a buscar a la sala, a la cocina, pero nada.
  Entonces se quedó pensando. Lionel. Fue lo primero que se le fue a la mente.

No podía enfadarse con Kevin, pero el tampoco tenía las ganas suficientes como para decirle: ,<<¿Sabes qué? Ya me cansé. Lionel fue quien te mandó a secuestrar.>>

Entonces, oyó ruido afuera. Inconscientemente tomó un cuchillo de la cocina y avanzó hasta el pasillo principal.

Camino muy despacio, como si fuera calculando todo lo de a su alrededor.

Entonces vio la puerta abierta. Se asustó, creyendo que uno de los chicos se había escapado, pero se calmó cuando pudo ver desde la ventana la silueta de Hirving.

Hirving tenía su teléfono en la mano, cerca del oído.<<Una llamada.>>
Pero entonces Hirving alejó el dispositivo molesto.

Se salió rápidamente y alcanzó a sostener a Hirving antes de que cayera al césped.
—¡Ey! , ¿Estas bien?
Hirving negó con la cabeza.
Julián hizo un intento de sonrisa con los labios y asintió.
—Vamos.

Hirving tenía los ojos cerrados y respiraba agitado. Parecía luchar para no perder fuerzas.
Julian como pudo lo llevó hasta el sofa de la sala.

Se sentó junto al mexicano y lo sostuvo de los hombros. Aunque estaba austado, trataba de mantenerse lo más sereno posible.

—¿Qué pasó? —le preguntó, pero Hirving siguió respirando frenético.—. Hirving, háblame —le pidió, Hirving entonces pareció reaccionar y se tranquilizó un poco.

—Ya viene —dijo, con la voz atropellada. Julián al principio no entendió.—Ya viene.

Julián asintió.
—¿Pero estás bien? , ¿No quieres agua?
Hirving negó, ahora más tranquilo.
—Hirving, ¿que harás cuando lo tengas aquí? No te puedes poner así.
Hirving asintió, pero no dijo nada.

Sentía que le dolía terriblemente el estómago y tenía náuseas, se sentía mareado y pensaba que en cualquier momento iba a caer desmayado.

—Lo odio.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora