La Muerte no perdona

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Se despertó esperando ese sentimiento de angustia.

Cuando sabes que no puedes hacer nada al respecto por lo que estará a punto de ocurrir y sólo queda luchar, hasta por cuan inútil sea.

Pero no fue así.

Parpadeó y fue obligado a abrir los ojos por la luz del sol que se colaba por la ventana, en las rendijas de las persianas.

Se sintió tan aliviado. Además ya no estaba solo. Estaba acostado sobre el pecho de alguien, y podía sentir como este bajaba por la respiración.

También podía sentir los latidos de su corazón. Estaba seguro de que Raúl debía estar despierto, pero no quería voltear.

Estaba aguantandose una risita, pero al final su pequeña emoción no lo dejó aguantar mucho tiempo y soltó esa risita. Volteó y pudo ver a Raúl, ya despierto, sonriéndole.

—¿Cómo dormiste? Ahora no me levantaste en la madrugada por una de tus pesadillas.

Era cierto. Hasta al mismo Guillermo le sorprendió. No había sufrido una pesadilla, y tampoco había soñado una situación rara...

—Bien. Mejor —respondió tranquilo, mientras regresaba su vista y se entretenía con los latidos de Raúl.
—. Gracias por cuidarme, te..., te quiero.
—Yo te quiero muchísimo más.

Guillermo se levantó con esfuerzo, para poder besarlo, como suponía que debería hacer desde ahora en adelante.

Ojalá que todas sus mañanas fueran así de bonitas, si no fuera porque cada que recordaba a Kevin y a Hirving le dolía el alma.

<<Perdóname>>ese pensamiento ya era habitual en su cabeza.
  No podía estar despierto ni dormido sin pedir perdón mentalmente.
  A veces lo decía en voz alta, pero luego pensaba que se escuchaba ridículo.

Se preguntaba como estaba siendo la mañana para Kevin.<<. ¿Seguirá vivo?>>se preguntaba todos los días.














El frío lo obligó a despertar para cubrirse. El cielo era igual de nublado y extraño que desde que terminó allí.

Pero ahora, en lugar de despertarse con una tristeza que le dolía y que no podía controlar hasta el punto de llorar, esta se había desvanecido. Ya no había porqué llorar, si no era de coraje.

Pensaba que su estado de ánimo dependía del clima, aunque este fuera mayormente sombrío y oscuro.

Estaba rodeado de unos brazos, cubierto hasta la cintura de las sábanas y demasiado cómodo, lo suficiente para no querer levantarse hasta que anocheciera otra vez.

Sentía emoción por voltearse y ver a Hirving allí, cuidándolo y demostrándole siempre el amor tan enfermizo que sentía por el.

Se dio cuenta que estaba apretando los puños. Los relajó y suspiró pesadamente. Estaba alterado, pero no había porqué estarlo.

Se volteó lentamente y lo vio, tranquilo, ya sonriendo como siempre solía hacer. Demasiado tranquilo.

—¿Estás listo para volver a las canchas? —cuestionó Hirving, con tranquilidad, como si nada hubiera pasado.

—Sí —quisiera decir algo más, pero sus respuestas quedaban cortas.

Aún tenía dudas. De hecho desde despertó y se dio cuenta que estaba amarrado a una silla, y aunque una que otra sí tuvieron una respuesta, otras seguían vagando por su mente.

Tenía coraje pero no iba a dejarse llevar. Se obligó a olvidar al guardameta por mínimo algunos minutos. Se armó de valor.

—Hirving... quiero... que me respondas algo, pero de verdad. La verdad.
  Hirving rodó los ojos.
—Ya vas a empezar de preguntón.
—Porfa —suplicó Kevin y Hirving no iba a negarse.
—Un beso primero.

Amor enfermizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora